Muchos son los enigmas en torno a la organización desmecatada de las fiestas del Bicentenario. El más grave de todos y el menos probable de clarificar consiste en la contabilidad: ¿cómo se pudieron gastar tres mil millones de pesos (y si la cifra no es exacta, bien podrían precisarla con pesos y tostones) en naderías, fuegos de artificio; luces, hologramas, rayos láser y otras monadas; escenógrafos, coreógrafos, bailarines, pitos y flautas?
Pero además de eso hay otro misterio. Valdría la pena saber cual fue el pensamiento (ya no hablemos del resultado y la utilidad) detrás de la siembra de un monigote colosal junto a la bandera en la Plaza de la Constitución. Una pieza escultórica sin mérito estético alguno (la hizo Juan Carlos Canfield, mide 20 metros de altura y pesa 8 toneladas), tan vacía como su desconocido significado y cuya erección fue motivo de mucha chunga y poca miga.
Pero sea como sea el enorme monigote prueba algo (además del mal gusto). Demostraba con su abstrusa presencia el divorcio constante entre los políticos y los ciudadanos. ¿Quién lo puso ahí? Aquel cuya verbosidad comercial convenció a los comisionados nacionales para (des) organizar la mojiganga del segundo siglo.
No importa si las cosas le dicen algo a la gente. Bien puede quedar la chusma agradecida de la munificencia oficial, con la cual se le premia con el dudoso privilegio de asomar las narices a las calles y plazas confiscadas por el gobierno.
Pero mientras se discute si el mono es Benjamín Argumedo, Luis Donaldo Colosio distorsionado; Malverde o un Zapata de plastilina asoleada, el país se mete de lleno en la promesa de abandonar el monólogo, definición con la cual algunos políticos, especialmente del PRI, descalificaron los esfuerzos presidenciales durante los “Diálogos por la Seguridad” efectuados no hace mucho tiempo en Campo Marte y cuyos resultados no pudieron ser peores.
Ni buenos ni malos, simplemente prescindibles y dada su intención no de escuchar sino de ser escuchado, calificados como monólogos. Fue la más reciente ocasión para echar ese pecado de incomunicación sobre las espaldas del Presidente Felipe Calderón. A partir de ese desencuentro las posiciones se polarizaron y los ánimos se caldearon.
Después vino el “road show” anual con motivo del Informe de Gobierno, cuya naturaleza ha cambiado profundamente. En lugar de ofrecerle al Congreso un análisis sobre la administración nacional, el Presidente prosigue con su monólogo; en estas ocasiones, por radio y televisión, mediante entrevistas en las cuales algunos conductores se prestan al provechoso papel de felpudos.
Por eso vale la pena reflexionar en este enésima oferta de dialogo y conciliación proveniente quizá del entusiasmo patriótico de los días de septiembre, con todo y el mono.
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Al pie de la columna a la Independencia, el senador Manlio Fabio Beltrones, dijo el 16 de septiembre:
“Es la hora, sin duda, de los acuerdos políticos y sociales para reordenar a nuestro país y concluir grandes pendientes con nuestra historia. No podemos perder más tiempo.
“Poner orden en México es tener la capacidad de comprender la diversidad y construir en esta divergencia, los acuerdos que generen políticas públicas, políticas de Estado que trasciendan a los gobiernos en turno. La sociedad nos exige sentar las bases de un nuevo Acuerdo Nacional para hacer efectivos los derechos sociales para todos los mexicanos.
“Nadie es propietario de la verdad, pero menos los que sólo monologan (extrañamente la versión “on line” de Los Pinos decía homologan), ajenos a las dolorosas circunstancias que vivimos. Es nuestra obligación dejar atrás cualquier confrontación de grupo para impulsar acuerdos políticos, acuerdos políticos y sociales que logren inaugurar un nuevo eje articulador que nos lleve a los cambios que resultan impostergables”.
El presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Jorge Carlos Ramírez, abundó:
“Es el momento de elevar las miras, es el momento de demostrar altura, es el momento de pensar más allá de procesos electorales y tiempo de elecciones. Hay más coincidencias entre todos nosotros que las que, incluso, a veces, estamos dispuestos a reconocer….
“Nos corresponde la oportunidad de reinventar ese futuro ahora, de volver a decirnos entre nosotros que tenemos la capacidad de escucharnos entre todas, entre todos. Que este no es el país que aspiramos a ser, pero este es nuestro país y juntos construiremos el país que aspiramos a ser”.
Y entonces, como quien le corta un gajo a la epopeya; el Presidente Felipe Calderón les dijo sí.
“…recojo y acepto con responsabilidad y aliento las palabras de diálogo y colaboración ofrecidas por los máximos representantes del Congreso, tanto de la Cámara de Senadores, como de la Cámara de Diputados.
“Las tomo, no simplemente por ser mi más profunda convicción democrática, sino porque sé que México hoy lo necesita más que en mucho tiempo”.
Una noche antes el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto había hablado así en la cena inaugural del monumento al bicentenario a la entrada de la ciudad de Toluca.
“…“caminemos juntos con responsabilidad, con la claridad de que entre mexicanos no hay guerras que declarar, sino problemas comunes que resolver… los mexicanos del Bicentenario estamos obligados a estar a la altura de este legado, como generación tenemos la responsabilidad histórica de plantearnos grandes objetivos como país, que reviva nuestro propósito nacional que, una vez más, rompa paradigmas en beneficio de todos los mexicanos”.
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“La patria es polvo y carne viva/, la patria debe ser y no es “, escribió Efraín Huerta. Y también “todo parece morir, agonizar/, todo parece polvo mil veces pisado.”
Pero no es la política el espacio para la poesía sino para la traición y el olvido. Vamos a ver cuántos días dura este entusiasmo democrático ante el diálogo y la colaboración como llaves mágicas de nuestro futuro.
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El secuestro de los periodistas en la comarca lagunera (julio pasado), si bien breve en cuanto al tiempo, del cautiverio, notorio por la naturaleza profesional de los implicados, permitió todo tipo de excesos durante los días de riesgo para quienes habían sido “levantados”. Hasta el recurso de quienes no tiene voz –la marcha callejera– fue usado por los colegas (en lugar del uso de los medios) cuando ya los cautivos estaban libres.
El secuestro y su negociación dieron oportunidad para el protagonismo y hasta para la cancelación de emisiones o la petición de intervención gubernamental de las señales de los canales implicados en futuros casos de esta naturaleza (¿?) mientras duraran las desapariciones y la negociación (en manos de quien fuera pero no de los medios).
Todo a cargo de quienes se adjudicaron el papel de propietarios monopólicos de la verdad periodística, la ética profesional y la representatividad gremial.
Y cuando todo parecía haber acabado ahí; se apareció Alejandro Hernández Pacheco, uno de los secuestrados (camarógrafo de Televisa en Coahuila y Durango) y con la seguramente escasa credibilidad de haber sido uno de los protagonistas (sus detractores de hoy saben más) les tiró la cubeta del agua bendita.
El “rescate” –dijo en una solicitud de asilo en EU–, fue un montaje de la SSP, tanto como la presentación de los liberados ante los medios.
Y en eso tienen razón. Todas las presentaciones de criminales frente a los reporteros, son un montaje en sí mismas. Se disponen los cartuchos se acomodan simétricos los “cuernos de chivo”, se colocan meticulosamente los celulares y los billetes del decomiso. Todo para lograr el asombro ciudadano ante la eficacia policiaca. Todo para loar al agudo jefe capaz de desmantelar tres veces por semana las legiones de la delincuencia organizada. Se paran el cuello y apantallan al pueblo.
Pero en este caso la circunstancia ha dado lugar quizá a una polémica o a un pleito gremial.
El periodista Miguel Ángel Granados Chapa escribió el viernes en Reforma:
“Aunque pareció tener un desenlace feliz, el secuestro de cuatro periodistas en Gómez Palacio, el 26 de julio, tiene ahora una secuela desgraciada, que a su vez dejó al descubierto una nueva mentira en esa fábrica de mendacidad que es la Secretaría de Seguridad Pública del gobierno federal.
“Alejandro Hernández Pacheco ha solicitado asilo político en Estados Unidos. Lo informó él mismo desde El Paso, donde ha comenzado a tramitar el status jurídico que reclama, y que se basa en su temor a los cárteles de la droga… y al gobierno federal”.
Eso fue suficiente para desatar la ira del directivo de Milenio, Ciro Gómez Leyva quien en su programa vespertino de Radio Fórmula abrió el, aula del aire y le dio un repaso al premio “Belisario Domínguez” como si se tratara de un novato, a quien le recomendó enterarse y después escribir.
“…Cómo se puede primero –dijo CGL–, escribir un texto sin tomarse la menor molestia de consultar lo ya publicado, lo ya presentado y adjetivar, y asegurar y dar como buena la versión una sola de las versiones… como esa versión va en el sentido de lo que queremos que diga, esa es la buena. Increíble.”
Vaya pues. Deberíamos regresar a Efraín Huerta: “Nunca digas a nadie que tienes la verdad en un puño/ o que a tus Plantas, quieta, perdura la virtud.”
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Indiscutible éxito el de Manuel Mondragón, secretario de Seguridad Pública del DF. Con paciencia y dotes diplomáticas, limó todas las posibles asperezas como pudiera haber con el Estado Mayor Presidencial, les habló a los ciudadanos, estuvo un mes entero con el sueño a la mitad y a fin de cuentas entregó un documento invaluable: saldo blanco.