Dicen los abogados: a confesión de parte, relevo de pruebas. Eso significa algo muy simple; cuando alguien admite una falta, un delito o un crimen, ya no es necesario profundizar en indagaciones probatorias.

Las cosas caen por su propio peso, como ha ocurrido con la perorata culposa y justificada –por él mismo– del señor presidente, en cuanto a su abierta y directa intromisión persuasiva (o amenazante), en las deliberaciones y conclusiones judiciales de los ministros de la Suprema Corte de Justicia en un tema de su interés.

Tampoco se debe indagar en los motivos por los cuales sugirió –y de cierta manera impuso con la cómplice docilidad del Senado, a los ministros considerados “de su establo”, como decía “La coneja” López (de otros López, conste)–, quienes debían votar ciegamente para pagar el favor recibido.

Ya se sabe, por otra parte, cuáles eran su intención y su deseo: contar con una Corte de cortesanos”.

Personalmente no veo nada horrible en esa intentona de empujar para su favor el criterio de la Corte. También lo hicieron Porfirio Díaz y Gustavo Díaz Ordaz, entre otros, y muchos los respetan y hasta los admiran.

Lo censurable es el cinismo de haber dicho una y otra vez su negativa a hacerlo y su triste similitud con el pasado corrupto.

Como él mismo dice: eso ya calienta.

Pero mientras sube o baja el calor –como si fuera el clima de estos días de precanícula– leamos un documento invaluable. Una perorata auto justificante en la cual se describe la traición a su propia palabra:

«Yo ahí dije (cuando la fallida adscripción total de la GN a la Sedena):

“…Ahora sí, me voy a meter, porque esto es importantísimo. Y hablo con cinco, con los cuatro que de una u otra manera propuse y el que ya estaba, para garantizar los cuatro votos. Entonces sí, hablo con cinco, uno por uno…

“…No saben lo que me costó, lo que costó, porque ya venían actuando mal. Ya habían demostrado ser chuecos. Pero esto vale que hable yo con ellos, para explicarles la importancia que tiene. Y hablé con los cinco.

“Pues con dos no pude… O sea, no pude, o sea, no me dijeron que no ahí:

–Sí, cómo no. Así, de manera muy hipócrita.

“Pero eran cuatro los que se necesitaban. Nos quedamos con tres y se pierde el propósito de que la Guardia dependiera de la Secretaría de la Defensa».

Pero este discurso cuyos panegiristas tildarían de acto sincero y por tanto digno de reconocimiento, choca con aquellas palabras dichas al principio de la administración. La fecha de inicio es lo único por lo cual esas palabras podrían llamarse principios. Fueron al comienzo. Lo demás, es pura farsa.

Recordemos (agosto 2018):

“…Ofrezco a ustedes, señoras, señores magistrados, así como al resto del Poder Judicial, a los legisladores y a todos los integrantes de las entidades autónomas del Estado, que no habré de entrometerme de manera alguna en las resoluciones que únicamente a ustedes competen. Ninguna autoridad encargada de impartir justicia será objeto de presiones ni de peticiones ilegitimas cuando esté trabajando en el análisis, elaboración o ejecución de sus dictámenes y habrá absoluto respeto por sus veredictos. El Ejecutivo no será más el poder de los poderes ni buscará someter a otros poderes…”

Pero si esta fue una intromisión directa y hasta cierto punto obscena, como la confesión misma, no deja de llamar la atención la otra forma de intervención frente a un órgano autónomo en este caso. Se trata de sus dichos en la reunión con el Consejo General del Instituto Nacional Electoral.

El presidente Andrés Manuel López Obrador señaló ayer que demandó a los consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE) que no se conviertan en empleados de los oligarcas, como si los hubiera.

«…Cada quien es responsable, y además lo he dicho siempre así, de sus actos, y no me gusta, ayer se lo dije a los del INE, yo no les voy a estar diciendo qué van a hacer, ustedes son independientes, son autónomos…

«…Nada más que actúen de manera democrática y no se conviertan en empleados de oligarcas, como era antes el INE, al servicio de Claudio X. González y de toda esa minoría corrupta y rapaz. Actúen con independencia…”

Ahora tenemos la independencia como producto de la obediencia, el consejo o la sugerencia, no como circunstancia natural de un órgano constitucional, pero eso es lo menos, Es lo esperable en una institución protegida por San Judas “Taddei”.

La consejera, cuya visión carece de agudeza y no ve porque no quiere ver la forma tan descarada como bajo el truco de la defensa de la IV se hacen seis precampañas anticipadas, generadoras de desigualdad en el proceso y la competencia, dijo como si de veras lo creyera y la evidencia no la desmintiera:

«Sí (prometió no meterse en la elección), justamente por eso debemos tener estas reuniones para explicar qué sí se puede y qué no se puede, dónde se rompen los límites y dónde no; todo mundo se tiene que manejar en el marco de lo que regula la ley».

Esta mujer ya aprobó el curso de cinismo tolerante distribuidos en lecciones intensivas cada mañana en la conferencia mañanera.

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La rabieta de Claudia Sheinbaum contra Alfonso Durazo, el día del Consejo morenista, dizque por haber sufrido el agravio de los gritos de piso parejo ha sido sumamente útil para conocer, siquiera de refilón y por encima, rasgos fundamentales de su carácter. Y también del escaso carácter de Durazno, quien es especialista en achicarse.

Con todo y dedito admonitorio, Claudia Sheinbaum ha mostrado su carácter, como dicen aquellos cuyo retorcido estilo astilla la gramática. No es verdad.

Claudia no ha mostrado su carácter, ha revelado su mal carácter.

–¿Por qué?

–Porque así es. Infatuada, intolerante, pagada de sí misma. La divina garza.

Y en eso se parece al otro aspirante, Don Adán Augusto, quien, tras su aparente estilo bonachón y tropical, tiene la piel muy delgadita; como ocurrió –por ejemplo–, cuando se le tiró a matar a Manuel Bartlett por las inundaciones en Tabasco, cuando –con la fuerza de gobernador de Tabasco–, lo llamó irresponsable y luego se quedó callado tras la intervención del caudillo para apaciguar a los dos, porque ya andaban echando mano a sus fierros…

Otro rasgo de su carácter –también mal carácter–, fue cuando una madre de familia le pidió un compromiso firmado y él le respondió jactancioso, ¿no confías en mí?

–No, le dijo la señora.

–¡Ah!, le respondió con una singular interpretación del servicio público, “Pues yo tampoco confío en ti…”

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona