Por alguna razón no explicada suficientemente los voceros de la política suponen raros valores y atributos a ese periodo de la vida comprendido entre los 18 y los 30 años (convengámoslo así) llamado juventud (o primera juventud), el cual –dice Rubén Darío—es un “divino tesoro”, pero no siempre.

La juventud sirve para correr escaleras arriba o tener notable desempeño físico, pero no es garantía ni de inteligencia ni de talento. Los imbéciles son así desde el principio. Pero a diferencia de esta multitudinaria condición, la juventud se quita con el tiempo. Lo estúpido no se quita nunca. Los cretinos son como los enanos, también comenzaron desde pequeños.

Por eso, darnos cuenta de la enorme cantidad de muchachos de 18 años cuyo voto será emitido (en cualquier proporción) este año (3.5 millones), nos debería llamar la atención.

¿Por qué?

Porque cuando este gobierno, sustentado en una incesante propaganda cotidiana comenzó, ellos tenían 12 años. Y cruzaron la pubertad y parte de su adolescencia, sin otra referencia más allá del constante, machacón, insistente, discurso presidencial.  Su escuela política –así la hayan atendido indirecta o superficialmente–, ha sido “la mañanera”.

Y si algunos de ellos a los 12 años (hace seis), todavía dudaba entre creer o descreer en los Reyes Magos, hoy quizá nada más crean en la única voz presente en todos estos años: la voz insinuante, pendenciera, omnisapiente, rijosa e infatigable, de nuestro señor presidente. Con la sesera dúctil de los pocos años, el discurso redentor repetido miles de veces, ha sido su lección, su devocionario y su evangelio.

También su escuela y su magisterio.

Al menos en materia político-electoral, los jóvenes —por lo general inexpertos, socialmente abúlicos o desinteresados; incautos y frecuentemente ignorantes gracias a nuestro pésimo sistema educativo–, son simplemente carne de cañón electoral.  Carne de urna, les podríamos decir.

Obviamente los programas de becas y asistencia, como ese plan de construir el futuro a base de subsidiar el aprendizaje práctico en pos de futuros empleos, no sirven para toda la vida. Son tan temporales como la edad misma de los beneficiarios, pero con ellos (y dinero público), Morena ha indoctrinado a muchos miles con intención clientelar.

“Jóvenes construyendo el futuro” es un programa que opera en las 32 entidades de la República Mexicana a partir de 2019 –dice la página–, cuyo objetivo es que jóvenes de entre 18 y 29 años de edad, de todos los niveles educativos, puedan capacitarse laboralmente en algún Centro de Trabajo de su elección hasta por 12 meses, recibiendo un apoyo económico mensual de $7,572 y seguro médico a través del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).

No se sabe si los dos millones 973 mil 390 de beneficiarios (cifra revolvente), sean devotos cuatroteístas, pero tendrían motivos para serlo.  Su número se acerca al total de electores comprendidos en ese lapso de primerizos. Tres millones 950 mil 967 jóvenes de 18 y 19 años votarán por primera vez.

Así pues, en esta elección –ya casi con los nudillos en la puerta de nuestra actualidad–, podrán votar 26.5 millones (entre 18 y 35 años de edad, de acuerdo con la lista nominal del Instituto Nacional Electoral). Obviamente estar enlistados en el padrón no significa asistir a la casilla el día de las elecciones.

De acuerdo con los especialistas la participación juvenil no alcanza el 40 por ciento, pero no se le podrá señalar al régimen ninguna omisión u olvido en la captura de ese amplio sector del electorado, al cual ha capturado con uno más de los programas sociales cuya utilidad electoral no necesita demostración ni prueba.

Si sólo votara la mitad, la siembra de gratitudes por los programas (y no hemos contado las becas ni los demás), le acercaría a Morena un paquete de 14 millones de electores potencialmente cautivos.

“La agencia de investigación Dinamic (“Proceso”) llevó a cabo un análisis sobre lo que las personas entre 18 y 35 años de edad expresan en las comunidades digitales respecto del proceso electoral en curso. El documento recuerda que, aun cuando los jóvenes del país representan una cuarta parte de la lista nominal de electores, 46.13 por ciento de ellos no acuden a las urnas.

“Es lo contrario de lo que ocurre con los adultos de 60 a 74 años de edad, quienes al representar sólo 14 por ciento de la lista nominal, tienen una participación electoral de 72 por ciento”.

Esto significa el cierre de un círculo de captación de votos: por una parte, los jóvenes construyendo la urna y por el otro, los adultos mayores, esos sí probadamente fieles–, cuyas pensiones ya son parte del paisaje mexicano de aquí a quien sabe cuántos años más.

Así, con todos los flancos cubiertos, con los grandes empresarios beneficiados hasta la obscenidad; el Ejército ahíto, la Marina otro tanto; los sindicatos intervenidos, los medios contaminados por la abrumadora avalancha de las redes de paga robótica, muchos medios controlados en la agenda y el tratamiento, la elección no será un día de campo, pero tampoco un calvario.

Obviamente fue difícil conquistar el poder sin el poder, pero es más fácil conservarlo desde el poder mismo. Día con día; paso a paso sin declinar ni un minuto en el esfuerzo.

Así lo hizo Juárez de cuya dictadura nos salvó una angina de pecho. Así lo hicieron Santa Anna y Díaz. Así lo hizo el PRI durante casi 70 años. Hasta los panistas gobernaron doce años.

Y mucho más pretende la 4-T.

CARDENISMO EN PERSPECTIVA Y PROSPECTIVA

Obviamente el cardenismo, como doctrina en la historia política mexicana, con su enorme dosis de nacionalismo socializante (logrado o fracasado, es otro asunto), es el cimiento de cualquier doctrina duradera. Es el único movimiento realmente ideológico de la Revolución. Todo intento de superarlo (hasta ahora), es una caricatura, una imitación o un intento fallido.

Por eso el respetado ingeniero (en víspera casi de una elección para prolongar el cuatro teísmo (La jornada, ayer) vuelve a poner las cosas en claro:

“–¿Qué es hoy el cardenismo?

–No creo que haya cardenismo. Coincido en esto, entre otras muchas cosas, con mi padre. La Revolución Mexicana es un gran movimiento político y social que se actualiza, que no es estático. No es lo mismo 1910 que 1938. El ideal revolucionario de igualdad, de democracia amplia, de romper todos los lazos de dependencia y poder ejercitar cabalmente la soberanía son principios que se mantienen.

“Dentro del movimiento hay corrientes que dan más énfasis a una cosa y otras que dan más espacio a otras.

–¿Qué sigue para el ingeniero Cárdenas?

–Seguir en lo mismo. Es un error pensar que las cosas sólo se pueden hacer desde un cargo público. Es limitarse las oportunidades. En algunos casos, hay cuestiones que toman más tiempo, pero hay que seguir insistiendo”.

Ni es esfinge, ni es de Jiquilpan, pero sí es un digno heredero.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona