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Veo el enorme cuadro de Pablo Picasso, en cuya extraordinaria composición quedan las impresiones sobre la muerte causada en Guernica por un bombardeo. Fuego desde el cielo. Veo llamas a través de una ventana; una mujer con la cabeza a las nubes con un niño muerto en el regazo. La cabeza de un toro, la quijada de un caballo.

La mujer clama a las alturas. La expresión casi permite escuchar el lamento, al menos deja sentirlo.

Mientras leo y releo la diatriba de Patricia Duarte en la reunión privada con los padres de los niños muertos en Hermosillo, cuyo contenido quiso mantenerse en reserva por así convenir a la imagen presidencial y sin embargo logró la masiva divulgación de su parte más ácida, pienso en las horas de machacona recurrencia del dolor y el rencor de esta mujer; antes de su estallido verbal en cuyas palabras destiló toda la justa amargura de su desgracia.

—¿Cuánta frustración dolorida se debe acumular antes de decirle esto cara a cara al Presidente de la República?

—“Soy maestra del gobierno federal y te pregunto a ti señor Presidente, ¿va a haber justicia para mi hijo? Esa es mi pregunta. Va a haber un fideicomiso, va haber becas ¿y mi hijo qué? ¿Y los 49 niños, qué? ¿Esos no cuentan, esos no les pueden? Esa es mi pregunta, usted sabe lo que es justicia, me puede contestar esa pregunta, contésteme…”

—Le voy a contestar —dijo el Presidente en un intento de atajarla y pasar la palabra a alguien menos indignado—, pero vamos a dejar que hablen más…

—Para mí justicia —reviró veloz la señora Duarte—, es que cada uno de los responsables de la muerte de mi hijo y de todos los niños estén detrás de las rejas… justicia es que Juan Molinar Horcasitas quede destituido de la Secretaría que representa, para mí es que Bours quede en la cárcel, para mí justicia es que Antonio Salido, Marta Matilde Gómez del Campo, Carla Téllez,… Urquídez estén detrás de las rejas y se pudran de por vida en la cárcel. Eso es justicia, señor, ¿le queda claro?, ¿me la podrá dar?, ¿si puede darnos justicia?

Después Patricia Duarte aumentó el tono de su indignación. La reunión había sido para presentar el decreto por el cual el gobierno establece el auxilio vitalicio y asistencia a todos quienes resultaron afectados de una u otra forma en la tragedia del 5 de junio.

Una institucionalización de las medidas ya anunciadas desde hace un mes por Daniel Karam desde el inicio del fideicomiso con 100 millones de pesos instituido para esos fines. Pero la publicación del decreto era una dorada oportunidad de presentar el compromiso del gobierno con los afectados. Pero no todos se tragaron el anzuelo presidencial. A fin de cuentas el contenido mismo del decreto ya era cosa sabida y en ejecución.

—“¿De qué me sirve a mí el dinero?, ¿de qué me sirve el fideicomiso?, ¿de qué me sirve que me dé una pensión vitalicia a mí si no tengo mi más grande tesoro que es Alonso mi único hijo?, ¿de qué me sirve? De nada”.

Después de un dolido recuento de la breve vida de su hijo y su desgraciada y prematura muerte, la vehemente mujer hace la pregunta más dura quizá nunca hecha en público a Felipe Calderón. Pregunta, por cierto sin respuesta:

“Yo voté por ti; te defendí, discutí con mi familia porque te di mi voto, porque —la verdad—, no porque hayas prometido ser el Presidente del empleo, o porque hayas prometido quitar la tenencia vehicular.

“No, por eso porque pensé que eras buena persona, me defraudaste así como me defraudó el señor que está a tu derecha…. nada más te hago una pregunta, tú vas a decidir aquí, si quieres ser el Presidente que pase a la historia como el Presidente que solapó a los delincuentes que mataron a 49 niños o como el Presidente que le dio justicia a 49 niños, tú decides señor Presidente cómo quieres pasar a la historia de México”.

Pero hablábamos de la acumulación del dolor y la frustración. ¿Puede medirse?

No en kilos ni en centímetros, quizás en lágrimas, como de seguro le ocurrió a esa otra mujer —Luz María Dávila en Ciudad Juárez—, cuyas palabras tanto se parecen a las de Patricia Duarte.

En aquella ocasión, 30 de enero, la señora Dávila le reclamó al Presidente su acusatoria pasividad ante los hechos de Salvárcar y la injusta acusación contra las víctimas, no contra los asesinos: “No puede ser que diga que eran pandilleros si estudiaban y trabajaban…Si usted perdiera un hijo buscaría hasta debajo de las piedras a los responsables, pero como yo no tengo esas posibilidades no lo puedo hacer…

“…No me diga que sí, ¡haga algo señor Presidente! Queremos el Juárez de antes, no el sangriento”.

Estas voces femeninas han logrado en los trazos desconsolados de sus irrupciones frente al poder un boceto de la naturaleza de esta administración. La han acusado de insensibilidad, de desapego, de superficialidad burocrática, de injusticia.

—¿Será esa la imagen definitiva de este gobierno?

VERACRUZ

El nombramiento de Tomás Ruiz como responsable del equipo de transición de Javier Duarte en Veracruz no solo significa un paso adelante en la normalización del periodo electoral sino también la evidencia de cómo la maestra Elba Esther Gordillo ha dejado solo a Miguel Ángel Yunes Linares.

Si bien Yunes fue una pieza importante en su maquinaria no lo es menos el destacado papel de Ruiz, quien ocupó la dirigencia partidaria panalista. Haberlo sumado al grupo de Duarte es nada más un revés para quien ahora busca la anulación de la elección veracruzana.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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