Alguien dijo una vez: la felicidad ajena es la paz en el corazón de los buenos.
Es como decir, me da gusto cuando los demás ganan, sobre todo cuando ganan a la buena.
Pero una cosa son los logros personales de quien por su trabajo logra reconocimiento y fama y otra el luminoso destino de la patria.
Y esto viene a cuento por la desproporcionada reacción en torno de la nominación de Damián Bichir ante la cercana entrega de los premios “Oscar” tan desmesuradamente considerados en México como si junto con el dorado muñeco vinieran de regreso Texas y la Alta California.
Ni siquiera cuando Octavio Paz ganó el Premio Nobel de literatura se había armado tal jaleo. Y nada más por una nominación como les ocurrió a la señora Adriana Barraza y a Salma Hayek en similares condiciones.
Justo sería decirlo: la calidad de los actores mexicanos no necesita la aparente consagración hollywoodense. Esa les permitirá a ellos –en el mejor de los casos–, cotizarse mejor ganar más dinero a cambio de su trabajo y quizá abrirse una puerta en Estados Unidos donde existe la más poderosa industria cinematográfica del mundo.
Pero nada más.
No es un reconocimiento nacional ni tiene relación ninguna con la prosperidad de México. Y para acabarla, apenas es una propuesta, ni siquiera es un hecho logrado.
Extraña actitud nacional ante lo extranjero. Una mezcla rara entre la devoción y el desprecio. Una interminable ansia en pos del reconocimiento foráneo ante la persistente actitud auto denigratoria local.
Si el señor Bichir llegara a poner en su chimenea la figurita de oro, no faltará el exaltado cuya iniciativa nos haga pensar en la posibilidad de cambiarle el nombre al Paseo de la Reforma o pedirle prestado el “Oscar” para colocarlo como “milagrito” a los pies de la virgen de Guadalupe en la Basílica del Tepeyac.
Si no estuviera tan chiquito, el Tío Oscar podría rematar como un segundo ángel (pero sin alas) en la cima de la Estela de Luz o sustituir en la bandera nacional al águila y la serpiente.
Pero para esas exaltaciones nacionalistas y patrioteras (cuya afirmación paradójicamente depende del extranjero) faltan algunas cosas, entre ellas –por cierto–, ganarse el premio.
Y si ya hemos hablado de la enseña patria, el pendón nacional, nuestro glorioso símbolo, valdría la pena meditar un poco en la falsificación de la bandera en los muros del Poder Legislativo.
Como todos sabemos los colores y disposición del escudo dependen en México de una ley llamada precisamente Ley Sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales y cuya versión actual y vigente fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 8 de febrero de 1984.
En ese canon (ignorado por medio mundo como quedó claro desde la célebre “Águila mocha” del Foxismo) se explica hacia dónde debe mirar al ave gloriosa y cuál debe ser la disposición de los colores y su proporción en el rectángulo del lienzo.
Pues bien, en el muro de la Cámara de Diputados –recinto en ocasiones del Congreso de la Unión–, la bandera cuelga del lado izquierdo en su disposición cromática legal (verde, blanco, rojo), y del lado derecho, en una cursilona simetría atada en el centro por un moño cuyas dimensiones recuerdan al “Hombre del corbatón”, otro paño pende de las alturas pero con los colores invertidos.
–¿De dónde es una bandera roja, blanco y verde junto a la real bandera mexicana?
Ese falso juego de espejo solamente falsifica por un afán discutiblemente decorativo la verdadera bandera mexicana. Y eso se repite (fenómenos del colonialismo interno) en todos los palacios legislativos de todos los estados de la República.
–¿No sería más simple colocar una enorme y digna bandera nacional correcta y de preferencia con un poco menos de polvo de esas cortinas falsas con las cuales ornan sus murallas los señores diputados?
PAREDES
Oportuna Beatriz Paredes aprovechó ayer una sesión de la Permanente para llamar a los medios y decirles cuánto respeta y valora doña Isabel Miranda de Wallace, pero ¿sabe usted? La competencia electoral es una cosa seria.
Y de paso aprovechó para expresar su respeto a las decisiones de su partido relacionadas con la ruptura con Elba. Beatriz no quiere guerra ; ella pregona “amor y paz”, como aquel…