Antes de nacer, la consulta aeroportuaria promovida por Morena, por el Movimiento de Renegación Nacional ahora en los umbrales del poder absoluto en el país, ya ha sido decapitada con una frase sencilla y dicha como al desgaire, sin intención mayor, con afán —ha dicho el futuro vocero presidencial, Jesús Ramírez—, de informar, de aportar elementos para la decisión, pero cuyo simple enunciado cargó los dados, marcó las cartas y divulgó la respuesta del examen.

Revisemos el archivo:

“…En vísperas de la consulta pública para decidir el destino del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador anticipó que si resulta la opción de construir dos pistas en la base ­aérea de Santa Lucía, habría un ahorro de cien mil millones de pesos.

“No quiero dejar de ser imparcial, pero si me lo permiten, nada más por esta vez, si se hacen las dos pistas en Santa Lucía hay un ahorro de más de 100 mil millones”, expuso en conferencia de prensa luego de reunirse en privado con el gobernador de Coahuila, el priista Miguel Ángel Riquelme Solís, ante quien anunció inversiones por más de seis mil millones de pesos para el estado, en el próximo gobierno”.

El señalamiento de costos y contraste de ­ahorro, así sin mayores explicaciones, ha orientado la respuesta y desbalanceado la consulta. Los seguidores incondicionales del presidente electo, quienes son muchos, ­habrán interpretado ese signo inequívoco ­como una instrucción.

Sus votantes, quienes son más aún, lo habrán visto como un necesario acto de gobierno, en el extraño campo de una administración cuyo ejercicio ha comenzado antes de su arranque formal.

De cualquier modo la consulta, más allá de su pretendida pureza democrática, ya es hoy un ejercicio inútil —si alguna vez tuvo utilidad más allá del discurso participativo—, ante una decisión ya tomada.

La consulta ha muerto, y el aeropuerto de Norman Foster ha sido abortado, casi como el imposible rascacielos de Frank Lloyd Wright en Illinois cuya milla de altura se quedó para siempre dormida en los planos febriles de la ciudad invisible de Broadacre.

Muy pronto se conocerá otro dictamen técnico en favor de Santa Lucía. Este provendrá de la investigación aeronáutica francesa, y echará abajo la teoría del conflicto de las trayectorias, confirmando la “repelencia” de los aviones entre sí, ya sustentada por el señor ingeniero Javier Jiménez Espriú en su alegato contra Texcoco.

Así pues, excepto si sucede un profundo cambio en los siguientes días, impelido por la actitud de las calificadoras internacionales ante la mudanza de criterios, y el abandono de una magna obra de infraestructura (como ha ocurrido con Fitch y Pemex), podremos ver en los años por venir el esqueleto olvidado del último intento faraónico del PRI, en los tiempos de la Cuarta Transformación, porque ni modo de quitar las varillas y los ­cimientos y los miles y miles de “popotes” de la base de las pistas con cuya tecnología holandesa se trataba de construir ­casi, casi un aeropuerto flotante, como una balsa de piedra (perdón, Saramago), en el cenagoso lecho ­muerto del desparecido lago texcocano.

Así pues, a pesar de las garantías no especificadas a los constructores cuyos contratos se van a respetar aun ­cuando la obra no se haga, la moneda en el aire ya ha recibido la orden de caer con el águila a la luz o quizá en ninguna de sus dos cara haya un sol.

Pero mientras aquí se mueren los ensayos democráticos innecesarios, como la ya dicha y sobreanalizada consulta y se abortan las obras públicas más allá de las doce ­semanas de gestación —con las consecuencias económicas tan diferentes de los aplausos del enfebrecido público para el que Texcoco es símbolo de corrupción mexiquense, de “peñismo” descalificado, de dispendio ­innecesario, al cual cada semana le brotan inconvenientes de retraso y encarecimiento—, como bípedas hormigas, los centroamericanos avanzan en una incontenible marabunta cuyo empuje organizado debe recibir un freno, cuya garantía, in situ, viene a comprobar el secretario de Estado de los Estados Unidos, el señor Mike Pompeo, con su línea ­directa a la Casa Blanca.

Y allá, en la avenida Pennsylvania, el vociferante presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, advierte, señala y hasta aplaude cuando la policía federal mexicana pone una barrera a los hondureños cuya embestida ha derribado puertas y rejas en la frontera con Tecún Uman, en la ribera norte del Río Suchiate, cuyas lodosas aguas son la piscina de los desesperados.

Con las mujeres y los niños por delante, como carne de cañón frente a policías sin letalidad posible, como ha dicho el secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete, la gran culebra de ansiosos hondureños, con sus mujeres y sus hijos, con los pasos de 400 kilómetros acumulados en la marcha desde San Pedro Sula, han dado el primer portazo de esas dimensiones contra la endeble seguridad fronteriza mexicana en el sur del país, mientras el gobierno estadunidense dicta instrucciones cuya obediencia se garantiza hasta el momento de la felicitación washingtoniana.

Pero las cosas han cambiado. En junio de este año, así se divulgaba la furia trumpiana:

“México no hace nada por frenar el paso de delincuentes a los Estados Unidos, los centroamericanos, muchos de ellos criminales, caminan por su territorio como si estuvieran paseando por Central Park.

“El presidente estadunidense, Donald Trump, emitió este jueves duras críticas a México y dijo que lo único que hace ese país por Estados Unidos es quitarle dinero y venderle drogas, al tiempo que permite que los indocumentados atraviesen su país hacia el norte “como si caminaran por Central Park” en Nueva York.

“México no hace nada por nosotros, sólo toman nuestro dinero y nos venden drogas”, sentenció Trump en declaraciones a periodistas durante una reunión con su gabinete.

“Francamente, alientan a la gente a que vaya por México y hacia Estados Unidos, porque son narcotraficantes, traficantes de personas, coyotes… nos están llegando verdaderas joyas”, aseguró.

“El presidente insistió en que el Gobierno mexicano “podría resolver este problema en dos minutos”, pero “no lo hacen, hablan mucho pero no lo hacen”.

“Estoy siendo muy duro con el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) porque es un acuerdo terrible para Estados Unidos. México está ganando 100 mil millones de dólares al año. Y una de las razones por las que estoy siendo duro es porque no hacen nada por nosotros en la frontera”, afirmó Trump.

“El mandatario pronosticó que será “muy interesante” ver qué ocurre con ese acuerdo comercial, en vigor desde 1994 entre Estados Unidos, Canadá y México”.

Hoy el acuerdo ha concluido, al menos en el endeble ­terreno previo a su ratificación y mientras los sesos se fatigan en buscarle un nombre, Donald Trump, ya se jacta de haber logrado la obediencia del gobierno mexicano, porque el viernes, cuando la padrea seguía al “portazo” fronterizo, y la policía frenaba el avance de la marabunta, Trump escribía en su bitácora infatigable:

“Gracias México, ¡esperamos trabajar con ustedes!”, ha dicho Trump en un mensaje en Twitter.

En el texto el presidente hace referencia a la llegada el miércoles de policías federales mexicanos en dos aviones a la zona fronteriza.

“Anteriormente el presidente estadunidense había advertido a su vecino del sur que movilizaría el Ejército si México no frena la caravana de migrantes”.

En esas condiciones hay dos discursos. La convocatoria al respeto de los Derechos Humanos y la sacralización migrante, la sensibilidad del paso de mujeres y niños pobres, harapientos y con hambre por nuestras ­tierras; la calificación fraterna a “nuestros hermanos” hondureños y centroamericanos, y la dura realidad impuesta por la geopolítica imperial: no los dejen pasar.

Frente a ello el futuro presidente ha dicho: fomentemos el desarrollo, produzcamos fuentes de trabajo, demos empleo y arraiguemos a la gente en sus lugares de origen, lo cual es cierto como respuesta, pero imposible de un día para otro. La atracción económica y el desarrollo mesoamericano, no han sido posibles en medio milenio. Tampoco lo serán ahora.

La Alianza para el Progreso, se pudrió en la década de los sesenta. Y no ha resucitado. La furia imperial, en cambio, es inmortal.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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