Uno de los libros más serios sobre la libertad personal (al menos en los Estados Unidos, con su consecuente efecto en los países gravitantes en su órbita; es decir casi todos) fue coordinado y prologado por Hugh M. Hefner cuya muerte marca el fin de una forma de exhibir, divulgar y (por qué no) aprovechar la sexualidad humana.

El libro en cuestión se llama “The century of sex. Playboys history of sexual revolution. James R. Petersen)”.

En él, dice Hefner:

“…La historia que yo vislumbré, es un evento mucho mayor que ese (la evidencia de una revolución sexual en los años 60) y está complejamente intrincada con el desarrollo del siglo XX. Yo la percibo como la compleja relación entre héroes y villanos, en un ámbito de ideas complejas. Así deberíamos analizar la liberación de los hombres las mujeres, el cuerpo y la imaginación…

“Este libro es también una historia para establecer un contexto en el cual muchos tabúes nos siguen afectando todavía. Si algún logro se alcanza, los lectores comprenderán cómo han sido nocivos y caprichosos esos “valores” y cuanto daño han hecho a la felicidad humana.

“La historia de este libro es un relato de cómo esas fuerzas actuaron en contra de la búsqueda del placer y cualquier expresión de la sexualidad humana.  Es también la historia de aquellos quienes lucharon contra la marea y su rechazo hasta lograr un “momentum” de cambio esparcido a lo largo de la nación y el mundo.

“En este siglo, América liberó al sexo. El mundo no volverá a ser el mismo”.

Hoy sólo queda de Hefner la otra imagen, la más frívola. La cara siempre feliz de un anciano concupiscente y lujurioso,  rodeado de mujeres indescriptibles y “boluptuosas” en un mundo de hembras cosificadas, vestidas con puños blancos, tacones de aguja, corbata de moño, tetas de evidente opulencia siliconada; orejas de conejo y un pompón ridículo en la rabadilla.

Sus fiestas romanas en las mansiones de la editorial “Playboy” (el mundo como inacabable juego erótico) y su bata de Mauricio Garcés y su pipa de Luis Spota, caben en el anecdotario de su propaganda, como sus insufribles programas de televisión con los cuales alzaba en cada emisión un grotesco canto de cisne.

Pero en el fondo su empresa vale por la gran batalla por la libertad no solo sexual sino editorial. Sus interminables pleitos judiciales contra el servicio postal americano cuyos luteranos administradores se rehusaban a distribuir material “pornográfico”, ayudaron a construir una jurisprudencia en torno de la censura y sus limitaciones.

Sus litigios por el contenido de ensayos y entrevistas reveladoras, hasta en lo político (una de las mejores entrevistas de su vida, durante la Guerra Fría la ofreció Fidel Castro a Playboy), son un ejemplo de la lucha por la libertad de expresión.

Quizá Hefner hizo más por el periodismo americano de cuanto lograron los grandes con todo y sus premios o la organización Hearst y los dueños del NYT con toda su leyenda encima.

“…La Revolución  Sexual ha comenzado a devorar a nuestros hijos” escribió Pat Buchanan en la (no tan lejana) primavera de 1983. El antiguo y ultraconservador amanuense  de los discursos de Richard Nixon, explicó el SIDA como un castigo vengativo del Viejo Testamento.

“Los pobres homosexuales le han declarado la guerra a la naturaleza y hoy la naturaleza les devuelve con exactitud su horrible retribución.” Buchanan les advirtió a los demócratas asistentes a la Convención de San Francisco, acerca del peligro al cual exponían a sus esposas y familias si les permitirán una relación social  cercana con los homosexuales.”

Eso en los tiempos cuando la “Mayoría Moral”; instaba al gobierno a no gastar un sólo dólar en la investigación médica del SIDA y dejar la pandemia en extensión  como una justa condena a quienes habían violado las leyes divinas sobre la reproducción humana y habían  actuado “contra la naturaleza”.

Playboy defendió muchas causas convertidas tiempo más tarde en leyes de igualdad (matrimonios igualitarios, derecho al aborto, planificación familiar voluntaria, leyes contra la violación, etc.),  no sólo allá sino en muchos otros países del mundo.

Obviamente hay quienes miran nada más a la otra parte (más allá del ejemplo anterior), pero no todo fueron las fotografías incitantes de mujeres imposibles, iluminadas con hábiles juegos de luz y color;  maquilladas,  con cuerpos de perfecta exageración, bocas húmedas y frutales, melenas conmovidas por ventiladores invisibles y vientos de distancia; no todo eran los juegos superficiales, no todo era un humor sexista o una exhibición comercial de la condición femenina.

Hubo más, mucho más. Grandes ensayos, irrepetibles entrevistas, cándidas conversaciones y sobre todo, un periodismo insuperable, defendido en el tribunal de sus millones de suscriptores y lectores y hasta en los tribunales de la derecha americana, hoy enquistada en un poder inmerecido.

Hubo de todo, pero por encima una actitud lúdica para hacer la vida más grata y el mundo más habitable.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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