En la enorme sabiduría del Palacio Nacional se ha pasado por alto el significado del elefante como símbolo de prudencia, equilibrio y buen juicio. En la filosofía de Indostán, el proboscidio le ha prestado su cabeza al hijo de un dios, para dotarlo de la sensatez necesaria en el ejercicio del arte de la política. Arte o ciencia, no sabríamos decirlo, pero actividad superior de la inteligencia humana, la política necesita fuerza, templanza, conocimiento.
En cualquier lugar podemos hallar esta síntesis de lo anterior. Vea usted:
“Ganesha, conocido también como Ganesh, Ganapati y Vinayaka, es un dios hindú con cabeza de elefante y cuerpo humano, hijo de Shiva y Parvati.
“Es el dios de la sabiduría, la inteligencia, la prudencia, la abundancia, la política y los nuevos comienzos. Asimismo, es patrono de las artes, las letras y las ciencias. Ganesha es uno de los dioses más populares del hinduismo.
“El nombre Ganesha proviene del sánscrito gana e īśa. Gana significa ‘grupo’, ‘multitud’ o ‘pueblo’; mientras que īśa es un sufijo que significa ‘señor’, ‘amo’ o ‘gobernante’.
“Por ende, Ganesha significa jefe del grupo de seres semidivinos del séquito de Shiva. También significa señor del pueblo”.
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Obviamente sería una blasfemia atribuirle a Ganseha el título de populista si su nombre significa “señor del pueblo”. Hay de pueblos a pueblos y de señores a señores.
Aquí sólo hay un pueblo (quizá dos, porque el Ejército es pueblo uniformado) y evidentemente sólo un señor, y si en el hinduísmo la encarnación divina es un humano con cabeza de elefante, en nuestro país el pueblo mismo es la cabeza del gobernante quien varias veces nos ha dicho cómo no se pertenece ni a sí mismo sino a la gran colectividad por cuya respiración tumultuaria él vive y trabaja en bien de la nación y de la historia de la patria.
Por eso resulta muy difícil, entender la “elefantofobia”; por qué todos los males planetarios le son adjudicados a los elefantes, quienes son (alusivamente), perezosos, lentos, torpes, sin agilidad y presteza en la evolución de las cosas de la sociedad.
¿Resulta onerosa, costosa e inutil una obra pública, tenga una o dos bocas?
Pues es consecuencia del elefante reumático.
¿Se mueren decenas de personas hacinadas en un trailer cuya presencia nadie advierte, previene y mucho menos impide a pesar de pasarle por la nariz a la Guardia Nacional?
La culpa la tiene el elefante reumático. Si las cosas ya son graves en la incómoda y pesada condición elefantiásica, peor todavía con reumatismo severo, como el descrito tantas veces en las homilías presidenciales donde cada cosa tiene su disculpa y cada error su justificación. Todo es responsabilidad de estos animales cuyo paseo por el mundo se da con el envoltorio de una lona arrugada como nos dijo Juan José Arreola:
“—Viene desde el fondo de las edades y es el último modelo terrestre de maquinaria pesada, envuelto en su funda de lona”.
Lo extraño es cómo en la cima de la obra pública, el elefante es símbolo contradictorio de progreso pues ya hubo quien quiso poner al bisabuelo mamut como emblema aeronáutico, los jóvenes terminan una conversación incómoda con el imperativo, ¡no mamut!, porque ya sabemos cómo el aeropuerto Felipe Ángeles (con todo y su historia y posible futuro de elefante blanco), quedará asentado sobre un cementerio de mamuts.
Y si en los tiempos del neoliberalismo los elefantes podían balancearse sobre la tela de una araña, en el indeterminado número progresivamente acumulativo del juego de los niños, hoy como cosa de niños los tenemos mamuts en el aeródromo, entre paleontólogos y controladores aéreos.
Hay también un mamut dormido en el Metro precisamente en la estación Talismán, y resulta inevitable la imagen del ciclorama en el Museo Nacional de Antropología de los cazadores de lanudos habitantes de los valles mexicanos, en amago tumultuario contra los gigantes colmilludos.