Entre los muchos objetos de este fin de año uno me generó particular gusto. Un libro. Mejor dicho, dos tomos del mismo título.

Sin embargo, y con riesgo de generalizar, le recomendaría a quien tenga interés en obtenerlo (ni es una edición barata) una cuidadosa revisión de los volúmenes, pues al menos los míos tienen varias hojas en blanco. Pésima calidad para tan buena idea.

Pero en fin, digamos cómo la idea ha sido buena y cómo el interés se mantiene a pesar de los errores editoriales de Sanborns Hermanos, empresa cuyo registro aparece junto con los derechos del compilador de las obras de esta breve colección, el politólogo Liébano Sáenz.

A estas alturas ya vale la pena decir cual es la materia de estos textos: “Antología universal del discurso político”, se llama. Y con ello queda dicho casi todo.

Se trata de una selección pormenorizada, cuya condición antológica no la libra, sino más bien la obliga, a omisiones y preferencias. Pero por encima de esta falla (si se tratara de una falla), queda una buena muestra de cómo los hombres han hablado a otros hombres, cuando su sueño es el poder.

El libro tiene una presentación de Carlos Slim Domit, la cual puede uno saltarse sin mayor pérdida intelectual. No se sabe si la escribió él, pero al menos él lo firma. Después hay un texto del compilador, Liébano Sáenz, en el cual se explica:

“Desde el origen mismo de las sociedades, y aun frente a la manifestación informativa que motivó la conversión de la radio, el periódico y la televisión en recias armas para las lides políticas, el discurso cualquiera que sea su tribuna, ha sido y sigue siendo por excelencia la senda para hacer trascender las ideas. No en vano, a través de impresionantes alocuciones los grandes líderes de la humanidad han conseguido el poder para orientar la opinión pública, mover multitudes y alterar destinos.

“Las motivaciones del ser humano para proteger o modificar sus mundos, los argumentos para la defensa del territorio, la ideología, la fe o el sentido de pertenencia étnica aparecen, con diferentes facetas y grados, en las arengas de los líderes, muchos de ellos, de talla universal, que buscan guiar a sus seguidores hacia las victorias prometidas.”

Eso sucede, por ejemplo, en el celebérrimo discurso de Angostura –compendio del pensamiento bolivariano–, publicado, como todos sabemos en 1819 en “El correo del Orinoco”

“¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la soberanía nacional para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los seres más favorecidos de la divina providencia ya que he tenido el honor de reunir a los representantes del pueblo de Venezuela en este augusto Congreso, fuente de la autoridad legítima , depósito de la voluntad soberana y árbitro del destino de la nación.

“Al transmitir a los representantes del pueblo el poder supremo que se me había confiado, colmo los votos de mi corazón, los de mis conciudadanos y los de nuestras futuras generaciones, que todo o esperan de su sabiduría, rectitud y prudencia. Cuando cumplo con este dulce deber me liberto de la inmensa autoridad que me agobiaba, como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas.

“Solamente una necesidad forzosa, unida a la voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al terrible y peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de la República. ¡Pero ya respiro devolviendo esta autoridad que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un cuerpo social!”

Ese discurso maravilloso comienza en la página 549 del primer volumen de la edición ya dicha y sus letras se desvanecen en un blanco absoluto a partir de la página 570. Lo mismo sucede con Fray Servando teresa de Mier y con la biografía de Fidel Castro, de quien se selecciona un discurso (Primera Cumbre Iberoamericana) cuya calidad no es la mayor en la historia de este político cubano.

Fidel tuvo un momento estelar cuando expuso su defensa, “La historia me absolverá” y sobre todo cuando recibió a Papa Juan Pablo II y leyó ante él una pieza de enorme calidad literaria, histórica y política.

Pero lo grave son las páginas en blanco.

La obra, por otra parte, va dese los clásicos grecorromanos hasta nuestros días. Tiene, en suma, 1342 páginas y permite recorrer todos los campos del pensamiento público de la arenga a la oración, del Sermón a la catilinaria, de la proclama a la carta.

Con un poco más de cuidado, habría sido una obra excepcional.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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