Eran los últimos meses del gobierno de Miguel de la Madrid. Carlos Fuentes, quien treinta años atrás había sorprendido al mundo de las letras hispanoamericanas, con una sorprendente precocidad creativa y una originalidad insuperable, llegaba al Palacio Nacional a recibir el Premio Nacional de Artes y Ciencias.

Su esposa Silvia Lemus detuvo al automóvil a mitad puerta central de Palacio Nacional. Los guardias le cayeron encima.

–Permítame, señora, le dije, mientras un colaborador llevaba el auto al estacionamiento. Del asiento delantero descendió Fuentes con un empaque como de Rossano Brazzi o Marcelo Mastroianni. Impecable, elegante, seguro y feliz. Dueño del mundo, todo el mundo cabía dentro de su amplia sonrisa.

–Gracias por lo del coche, me dijo.

–De nada, pero no va a ser gratis.

–¿Cómo?, dijo sorprendido.

–Se lo voy a cobrar. Presénteme a su amigo. Le señalé a William Styron quien se había bajado del asiento posterior del auto.

Entramos al Palacio Nacional y caminamos rumbo al sur por el corredor enrejado entre el Patio Central y el Patio de Honor. Dejamos atrás el pegaso de bronce y pasamos al otro claustro.

–Oiga, me dijo Fuentes, ¿habrá un baño por aquí?

–Por aquí no, pero sí en mi oficina. ¿Quiere venir?

Cuando íbamos en el elevador al tercer piso le pedí al escritor su discurso de aceptación del premio. Cerca del despacho hay una oficina de copiado, anexa a la sala de prensa de la Presidencia. Acompañé a Fuentes al baño.

–El apagador esta a la izquierda, le dije. Llevé el texto a copiar para luego distribuirlo a los medios.

Bajamos presurosos pues ya se iba a iniciar la ceremonia. En la carrera se produjo una confusión: me guardé el original y le di a Fuentes una copia. Al finalizar los premios (como se llama una narración de Cortázar, su amigo, por cierto) hubo una breve recepción.

Después de hablar brevemente con Styron me fui a Los Pinos. Le dejé a mi secretaria el texto emborronado de Fuentes y me fui a mi casa temprano por la noche.

Al día siguiente todo era gritería.

–¿Dónde estás? te anda buscando Carlos Fuentes.

Con todo y el premio, el laureado escritor añoraba su original y no la copia bastarda de la lectura del día anterior. Ya había marcado a cuanto teléfono había en la Presidencia. Les llamó a los del Estado Mayor cuyos edecanes le avisaron los detalles de la ceremonia; habló a la secretaría particular y de ahí lo mandaron a Comunicación Social y ahí paso llamadas por medio mundo.

–¿Dónde esta mi original?

Finalmente habló conmigo.

–Pues aquí lo tengo, Carlos, usted me dice a dónde se lo mando o si quiere venir por acá, con mucho gusto le invito un cafecito. ¿Cómo? ¡Ah! No tiene tiempo, bueno no importa, deme su dirección y le mando un propio. Sí, rápido, rápido.

Anoté la dirección y ya sereno ante la promesa de atención in mediata de sus urgencias, me dio las gracias con todo comedimiento y me soltó una confidencia o una gota de humor.

–Es que, ¿sabe usted cuanto va a costar ese discurso en Sotheby’ s dentro de unos años?

–No se preocupe, yo se lo mando intacto.

Pero nada de eso vale cuando uno lee de nuevo estas líneas:

…Ven, déjate caer conmigo en la cicatriz lunar de nuestra ciudad, ciudad puñado de alcantarillas, ciudad cristal de vahos y escarcha mineral, ciudad presencia de todos nuestros olvidos, ciudad de acantilados carnívoros, ciudad dolor inmóvil, ciudad de la brevedad inmensa, ciudad del sol detenido, ciudad de calcinaciones largas, ciudad a fuego lento, ciudad con el agua al cuello, ciudad del letargo pícaro, ciudad de los nervios negros, ciudad de los tres ombligos, ciudad de la risa gualda, ciudad del hedor torcido, ciudad rígida entre el aire y los gusanos, ciudad vieja en las luces, vieja ciudad en su cuna de aves agoreras, ciudad nueva junto al polvo esculpido, ciudad ala vela del cielo gigante, ciudad de barnices oscuros y pedrería, ciudad bajo el lodo esplendente, ciudad de víscera y cuerdas, ciudad de la derrota violada (la que no pudimos amamantar a la luz, la derrota secreta), ciudad del tianguis sumiso, carne de tinaja, ciudad reflexión de la furia, ciudad del fracaso ansiado, ciudad en tempestad de cúpulas, ciudad abrevadero de las fauces rígidas del hermano empapado de sed y costras, ciudad tejida en la amnesia, resurrección de infancias, encarnación de pluma, ciudad perro, ciudad famélica, suntuosa villa, ciudad lepra y cólera, hundida ciudad. Tuna incandescente.

“Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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