Hace unos cuantos días, mientras extensas zonas del país seguían con intolerables niveles de violencia, el Presidente Enrique Peña anunció hy al mismo tiempo solicitó un plazo de 365 días para frenar la ola sangrienta y si eso fuera posible acabar con ella.
Un año. Y si ese lapso transcurriera como los días anteriores, seguiríamos hablando de un promedio de muerte homicida de casi 10 mil personas por año.
El anuncio, vicariamente hecho desde el Vaticano en medio de la esperanza de los católicos por una mejor iglesia, moderada en su fasto y su opulencia, fue publicado así:
“En un año podríamos hacer un balance, hacer un corte y creo que podemos estar viendo resultados favorables, una reducción sensible, pero también espacio para hacer los ajustes necesarios a la estrategia que se está instrumentando”, dijo en la conferencia de prensa donde estaba previsto que hablara de su reunión con el presidente de Irlanda, Michael Higgins.
“Advirtió que “no era (es) seguro” que en un año se logre el objetivo planteado por su administración, sino que se trataría de un plazo conveniente para hacer un balance y los “ajustes” necesarios.
“Respondió que no puede enmarcarse la lucha contra el crimen organizado en una sola región, asegurando que la estrategia se aplica según las condiciones y necesidades particulares de cada zona.
“Y evadió la pregunta sobre si percibe un incremento de violencia en el Estado de México en comparación con su etapa de gobernador de la entidad, afirmando que no le parecía pertinente hacer ese tipo de comparaciones. Sin embargo, pese al cambio de estrategia del gabinete peñista, las balas han teñido de sangre el inicio de su mandato”.
Como se sabe en el balance jubiloso de los primeros cien días de gobierno no se dio espacio a la cifra atroz de 3 mil defunciones violentas, cifra cuya tendencia nos entregaría, tristemente, otro sexenio con 70 mil defunciones, como ocurrió cuando Calderón gobernaba. En el estado de México murieron 66 personas en 24 días y el domingo la prensa dio cuenta de estos horribles datos:
“En dos masacres ocurridas en los estados de Guerrero y Michoacán murieron 14 personas, de las que tres eran elementos de la Policía Federal, que se encontraban en su día de descanso.
“En el bar de un hotel ubicado cerca del ayuntamiento de Ciudad Altamirano, en la región de la Tierra Caliente de Guerrero, dos hombres acribillaron a balazos a siete personas, de las que tres eran agentes federales, confirmaron autoridades del estado.
“Fuentes de la Policía Federal informaron que cinco agentes, que estaban de descanso y vestían de civil, acudieron a un banco para sacar dinero. Durante el trayecto se dieron cuenta que una camioneta los seguía, por lo que se resguardaron en el restaurante que se hallaba en el interior de un hotel, hasta donde los alcanzaron y atacaron.
“Dos policías murieron y tres quedaron lesionados. Aunque, en el trayecto al hospital falleció otro agente. Además, en el ataque que se registró durante la noche del pasado viernes, perdieron la vida cuatro civiles”.
La información cotidiana sigue tan teñida de rojo como antes así de manera artificial se le haya relegado a páginas interiores. Pero no es la realidad un asunto para solucionarlo en la mesa de redacción ni depende del criterio de editores y jefes de plana. Tampoco se soluciona nada mediante el sencillo y doloroso recurso (como en Torreón) de anunciar la supresión de noticias relacionadas con el narco y sus consecuencias.
Obviamente la búsqueda de una nueva imagen nacional es parte de una renovada forma de abordar los asuntos y haberle quitado el foco de atención preferente a los crímenes y criminales resulta notable, pero no es mediante el control, la inducción o la persuasión de los medios como veremos transcurrir el año hacia la paz.
El Papa Bergoglio (y lo hemos comentado antes) denunciaba durante su arzobispado bonaerense la tendencia de los medios a la “coprofilia”y su consecuente social de “coprofagia”. Pero su renovación más tiende a borra las “coproconductas” de sus pares en los años recientes de escándalos sexuales, intrigas de alcoba oscura y delincuencia organizada desde el muy poco celestial negocio de la banca vaticana.
Y si eso es en la Santa Sede en México hemos visto la necesidad de cambiar el foco. Y eso esta bien, habla del control de los medios, de la capacidad de negociación, de la maniobra, el estilo y el oficio. Todo eso esta muy bien, pero los muertos siguen “viviendo entre nosotros” y nos miran desde el fondo de sus órbitas oscuras, día con día.
Nadie duda d lo acertado del diagnóstico ni en lo ajeno de la responsabilidad en este desorden heredado, pero la realidad (de nuevo ella) no se resuelve escriturando el origen de los problemas sino resolviéndolos, así se haya escogido una política paulatina de atención social desarrollo, renovación del tejido nacional y combate a la pobreza, todo lo cual lleva tiempo.
Por eso este va a ser para Enrique Peña un año, muy largo. Muy largo, señor presidente.