“… la universidad no puede constituirse sin más en custodia de lo viejo y endosar aquello novedoso que puede descubrir a los mecanismos automáticos del sistema. Al entregar en la universidad a las generaciones futuras del mundo tal cual pensamos que es, les hemos de entregar también sus múltiples posibilidades: abarcar, aunque sea por contraste su reverso y sus alternativas…”.
La semana comenzó para la Universidad Iberoamericana de manera muy notable y prometedora. El relevo en la rectoría (termina el periodo de José Morales y comienza el de David Fernández Dávalos) sugiere una plena reorientación de los esfuerzos educativos y sociales de la institución, orientada especialmente hacia un valor: el compromiso por la justicia.
El discurso inaugural del jesuita Fernández Dávalos es una pieza en la cual alguien hallará el imprescindible germen de la rebeldía crítica, mientras otro podrá encontrar residuos de teologías liberadoras.
Revisemos estas líneas a la luz del compromiso ético y político:
“… la universidad no puede constituirse sin más en custodia de lo viejo y endosar aquello novedoso que puede descubrir a los mecanismos automáticos del sistema. Al entregar en la universidad a las generaciones futuras del mundo tal cual pensamos que es, les hemos de entregar también sus múltiples posibilidades: abarcar, aunque sea por contraste su reverso y sus alternativas…”.
El fomento a la insatisfacción creadora parece ser un valor asociado con esta otra expresión de la oferta (¿compromiso?) de la nueva rectoría de la Ibero:
“Esta universidad quiere contribuir, en un ambiente de participación, apertura, libertad, respeto y crítica propositiva, al desarrollo y difusión del conocimiento, y a la formación de profesionales e investigadores con calidad humana y académica, que se comprometan al servicio de los demás para el logro de una sociedad más justa y humanamente solidaria…
Para nosotros no tiene sentido producir ”profesionales exitosos en sociedades fracasadas”… pretendemos no ser únicamente una universidad profesionalizante que se mueve en el feroz mercado de los títulos y de las certificaciones. No queremos dedicarnos a la reproducción de lo existente…”·
Y más.
“De esta manera, el punto de partida para la investigación y la docencia con el que los jesuitas hemos querido soñar no es otro que el de la realidad misma, nuestra concreta realidad periférica y subdesarrollada. Más profundamente la perspectiva en la cual la realidad se manifiesta con mayor hondura, con mayor radicalidad, honestidad y transparencia: el punto de vista de los excluidos. Ellos y ellas, los pobres y los excluidos, son las víctimas de la realidad real.
La verdad de la realidad se encuentra en ellos. Desvelarla, aprehenderla, transformarla es el reto mayor que quiero proponer para nuestra universidad… la universidad aspira a ser objetiva, pero no imparcial, porque para ser objetiva tiene que tomar partido. La cuestión educativa no trata de cómo permanecer neutrales frente a los distintos partidos o caminos sino acerca de qué partido hemos de tomar para alcanzar esa verdad que nos libera…”.
Estas frases le podrán parecer extrañas a quien se haya quedado en la vieja idea de la condición elitista de la Universidad iberoamericana tan fácil para el gracejo o la broma (una cafetería con servicio escolar, decían en cierto tiempo).
Las expresiones de compromiso con los pobres y los excluidos no son ciertamente nuevas, pero escucharlas así, en los tiempos del alborozo neoliberal contemporáneo, resulta altamente llamativo y hasta promisorio.