Uno de los efectos más graves del terrorismo es el relativo triunfo a mediano plazo, de los fines profundos cuyos autores perseguían: lastimar, dañar las estructuras sociales, limitar la libertad.
Dolida y asustada la sociedad, o al menos el gobierno, cierra la puerta para impedir la entrada de periodistas, pero paradójicamente convierte el país en una celda de sospechosos donde todos caben.
La criba de los terroristas no distingue.
Las medias de emergencia se convierten en medidas de excepción y éstas generan un sentimiento de opresión; necesario al principio, pero funesto con el paso del tiempo. Es la herencia americana del acta patriótica donde los ciudadanos pasan de ser todos víctimas a todos sospechosos.
Nadie puede vivir bajo sospecha ni bajo vigilancia. El “Gran hermano” se mueve por Francia con la libertad de disminuir la otra libertad, la de la gente común.
Hoy resuena con más sentido la frase maravillosa de Susan Sontag cuando los atentados del 11 de septiembre en Nueva York:
–“Suframos juntos, pero no seamos imbéciles juntos».
Esas circunstancias, y no otras, le dan sentido a esta información inquietante:
“(AFP).- Francia emprendió un endurecimiento de sus medidas de seguridad tras la serie de atentados yihadistas, un camino que provoca entre algunos analistas el temor a que el país esté imitando la polémica Patriot Act estadounidense.
“El presidente François Hollande, que pronunció un discurso belicista ante el parlamento reunido en pleno el lunes, no dudó en «retomar propuestas de la derecha, casi de extrema derecha», advirtió el diario Le Monde en su editorial.
“Entre esas medidas, cuyo debate ya arrancó tras los atentados de enero pasado, está el prolongamiento durante tres meses del estado de emergencia (una medida rarísima), el refuerzo de los medios policiales y militares, la disolución de las mezquitas extremistas y la ampliación de las condiciones para la pérdida de la nacionalidad.
“Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos adoptó una legislación antiterrorista inédita, la Patriot Act, que creaba todo un nuevo arsenal de agencias y de poderes excepcionales, como la detención sin límite y sin inculpación de cualquier persona sospechosa de preparar actos terroristas.
“El Sindicato de Magistratura francés -con ideología de izquierda- manifestó su preocupación ante lo que sería una «suspensión del estado de derecho», incluso temporal.
“El estado de emergencia permite registros policiales día y noche sin permiso judicial, el arresto domiciliario y otras medidas de privación de libertad excepcionales”.
En ese sentido las advertencias de los fundamentalistas cobran vigencia y se hacen realidad a cada paso: no volverán a dormir tranquilos.
Primero la posible repetición de los atentados causa miedo, terror. Después el pánico se extiende por la obra del propio gobierno quien en su afán de proteger termina por atropellar, hasta en los millones detalles, por ejemplo la aviación civil, cuya dureza revisora ha convertido los aeropuertos en zonas de vejación.
Usted pase por aquí, revisión de esto, de aquello; no puede usted llevar un frasco de lavanda ni siquiera un corta uñas, ni mucho menos un objeto metálico de cualquier tipo. Sáquese los zapatos, forma filas interminables, aflójese el cinturón; exhiba la computadora; guarde el teléfono, no hable, no mire, no respire. Todo eso son las secuelas del miedo.
Pero de pronto la ciudad entera se convierte en una especie de aeropuerto sobre vigilado. El andar callejero es oportunidad de cateo, de exhibición de documentos; el domicilio deja de ser inviolable. La dureza de la policía es del tamaño de la exigencia del gobierno.
El terrorismo se prolonga más allá de la hora de sus explosiones. El terror nos vuelve desconfiados, tristes, sombríos.
A fin de cuentas los ciudadanos pasamos de ser víctimas (sobre todo en países donde ha golpeado duro) a ser sospechosos. El círculo se cierra, nadie queda feliz.
EL CASCO
Vemos las fotografías de los policías de choque de Francia: muchos cascos oscuros, cuya redondo esmalte brilloso y fulgente nos recuerda a aquel hombre incapaz de vivir bajo otra vigilancia, la de los paparazzi hábiles para perseguirlo por las calles parisinas mientras iba en busca del amor clandestino oculto tras la visera de motociclista.
El mismo Francois Hollande cuya esposa enloquecida de celos cuando lo sorprendió con una “bataclana”.
Hoy ese hombre de cuestionados votos sociales y escándalo de adulterio se alza como custodio de la Francia dolorida por el hachazo yijadista: la política y sus vueltas, los cambios de la vida.
“Allons enfants…”