El acta policiaca era clara, clarísima: “…se observaron dos orificios de entrada en la región occipital del interfecto, evidencia absoluta de su consumado intento de suicidio. Para todos era conocido su estado maniaco depresivo”.
Un suicidio con dos tiros en la nuca. ¿Cuándo, dónde? En un lugar de La Mancha. Eso ya no importa.
Otro caso famoso hubo hace algunos años, un funcionario del transporte de la ciudad de México, Miguel Moreno, fue hallado muerto con dos tiros ¡de revolver! en el pecho.
Célebre también el caso de Abraham Polo Uzcanga quien una bala le atravesó la coronilla y cruzó parte del cuerpo en sentido descendente.
Sabido fue también el caso de un subsectetario de Economía (Raúl Ramos Tercero) quien deprimidísimo, se cortó las muñecas en un bucólico paraje de La Marquesa cuando reventó el escándalo del Registro Nacional de Vehículos durante el gobierno de Ernesto Zedillo.
Se advierte también en los registros de la sospecha el suicidio de la antigua religiosa, Digna Ochoa; quien antes de privarse de la vida, “montó” la escena de un asesinato cuya veracidad sigue siendo dogma de fe para todos los defensores de los Derechos Humanos. Amén.
Pero a veces mueren los humanos por propia decisión. El mensaje póstumo suele ser en ocasiones conmovedor, en otras grotesco y en algunos casos tan falso como el suicidio mismo. Hasta los suicidas analfabetos terminan dejando un mensaje conveniente para alguien.
Hoy la autoridad del estado de México investiga con la perspicacia (y ojalá la eficacia) de Sherlock Holmes o Hércules Poirot, si el guarura de Lord Ferrari le puso fin a sus días por un incidente ( fin de cuentas) de menor importancia (lesiones sin riesgo de muerte y robo de un teléfono) o si alguien preparó el escenario del guardaespaldas muerto para evitar la divulgación de misterios comprometedores como suelen ser la mayoría de los secretos.
Cuando alguien conserva algo en secreto (una identidad, una sociedad, una asociación, un maridaje) es porque se avergüenza o tiene miedo o culpa.
Ahora estamos frente a un caso extraño: no se había sabido, al menos esta ignorante columna nunca había tenido noticia de tal procedimiento, de un suicidio por infarto. “Tobi” se lo mandaría a “La araña”. “La araña” es una maravilla, como m todos sabemos.
La nota hallada entre las ropas del hoy occiso (como se dice en la más tradicional jerga policiaca), acusa al señor Ferrari de haber “empinado” a su mastín de alquiler para golpear a otro señor con motivo de un incidente de tránsito. Un bloqueo, un cerrón, cosa impensable hasta para Esteban Gutiérrez contra Fernando Alonso en Australia. Esos sí son percances o alcances feos.
Pero lo curioso es la existencia de tantos factores presentes en la misma historia. Un automóvil sumamente costoso cuyo dueño se protege con un guardaespaldas” y “guardacarrocerías” tan obediente como para someter a un atrevido y atravesado ciudadano; varias revelaciones –e indagaciones–, del mal comportamiento fiscal del dueño del deportivo rojo llamarada; insinuaciones, acercamientos y todo lo necesario para poner sobre aviso al señalado, quien ha tenido tiempo para buscarse todos los amparos posibles en el mundo.
Y luego un guarura bien comido, cuya muerte se atribuye a un infartazo cardiaco, ante cuya inminencia tiene el futuro cadáver tiempo para escribir de puño y letra una misiva final en cuyas trémulas líneas acusa a quien debe acusar por su mal comportamiento y posterior abandono
Y luego se muere. ¿Suicidio u homicidio” Pues quizá –como dijo el más culto de nuestros presidentes en época cercana, don José López Portillo– se haya “autosuicidado”.
Cleopatra se dejó morder por una serpiente y Judas se colgó de una rama de la higuera. Se ahorcó Gerard de Nerval y Hemingway se voló la sesera con una escopeta para matar patos.
Quiso privarse de la vida Venustiano Carranza cuando se vio cercado en Tlaxcalantongo y la depresión por la pérdida de su brazo diestro llevó a los linderos de la muerte por mano propia (nomás le quedaba una) a don Álvaro Obregón.
Bonita muestra de impericia del ayudante: entregarle al general una pistola inútil para su defensa. Pero esas fueron cosas de la revolución… o de las leyendas de ella.