Opacada en parte por la pandemia y su saturación informativa cotidiana, la insólita colisión en la añeja línea 1 del Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México, dejó al descubierto, una vez más, algo de todos conocido: el Metro de esta capital es una ruina desatendida cuya condición se quiere remediar con la cosmética de lo inútil.
Así, se cambian paneles en los andenes, se ponen innecesarias cámaras de televisión, se pintan murales como de mantel otomí en los muros de estaciones sin escaleras eléctricas eficientes; se abren centros de cómputo para ocio o entretenimiento de “ninis” o becarios de la 4T, se ponen exposiciones femeninas, se exhiben zapatos tenis y fotografías sin ton ni son; se abren espacios inconsistentes con la función de un tren urbano subterráneo (museos radiofónicos o túneles de ciencia ), pero no se gasta en mejoras estructurales.
Los espacios “culturales” del Metro deberían ser complementarios de una eficiente red de transporte, en estaciones bien diseñadas, no mal estabuladas como ahora con deformación de la arquitectura original, tampoco oportunidad para lucimiento fácil de burócratas alejados del servicio fundamental.
Las vías –en todas las líneas, pero especialmente en la 2, la 12 y la 1–, están desniveladas, las refacciones escasean y junto con el prodigio guadalupano, el Metro de la ciudad no tiene un choque como el de hace días, solamente por milagro.
Fallan los sistemas neumáticos, no se adquieren nuevos trenes y se reparan a como se pueda los cientos de vagones y trenes deteriorados.
En fechas recientes –además–, el Metro ha dado varios signos de vulnerabilidad. Y en otros momentos, de caducidad.
A principios de este mes la línea 5 quedó parcialmente inhabilitada con el cierre de varias estaciones debido a la filtración de gasolina de una estación de servicio en la avenida Hangares, cuyo derrame ni se ha explicado y se resolvió, parcialmente, sólo mucho tiempo después de lo previsto.
“(La Jornada).- Las estaciones Pantitlán, Hangares y Terminal Aérea, de la línea 5 del Metro Ciudad de México, permanecerán cerradas el día lunes (2) derivado de los trabajos relacionados a una fuga de gas que se presentó en una gasolinería cercana.
“También en la Línea 1 del Metro se reportaron fallas por lo que usuarios tardan más de 20 minutos en abordar los trenes. Algunos de los pasajeros buscaron otras alternativas para llegar a sus centro de trabajo.
“Autoridades informan que la línea Red de Transporte de Pasajeros (RTP), apoyará con servicio gratuito en el recorrido Pantitlán -Oceanía y Oceanía -Pantitlán debido a los trabajos de reparación que se realizan en la Línea 5”.
En esa nota se concentran todos los males recientes. La fuga (ajena al Metro, es cierto), no se reparó en el tiempo previsto. Duró más de una semana y hace unos días Protección Civil se rehusó a dar una fecha de apertura hasta no lograr la mitigación del derrame cuyo origen nunca ha sido aclarado ni públicamente cuantificado. Tampoco se ha dicho de quien fue responsabilidad.
Pero cuando el asunto del derrame se escondía como la policía china y las autoridades de movilidad actuaban como los conejos, por aquello de lo misterioso, sobrevino el encontronazo en reversa de los trenes en la Línea 1, cuyos motivos han sido sepultados bajo el disfraz de una investigación en manos de extranjeros, “Champolliones” de la Caja Negra. Buena forma de ganar tiempo y enfriar el tema.
Las causas de ese accidente las sabemos todos: falta de mantenimiento, obsolescencia, desidia, abandono, demagogia, penuria, dispendio, complacencia.
Pero como casi todo en México, la crisis crónica del Metro es un círculo vicioso. Los recursos del subsidio no alcanzan y el precio real por pasajero es irrisorio. Para una ciudad de gente pobre, como esta, es imposible subir el precio al pasajero.
Lo peor del caso –institucionalmente–, es la desconexión entre la Secretaría de Movilidad y el Metro. Este funciona casi como una entidad autónoma en manos de Florencia Serranía y el poderoso sindicato.
La SEMOVI goza como una sucursal de la Disneylandia de las motonetas, los monopatines, los postes en las banquetas, los cruces absurdos, la obstaculización de los arroyos vehiculares con jardineras y espacios “peatonales”, el angostamiento circulatorio para escasas bicicletas, los enormes pasos cebra y las “fotocívicas”.
Pero la solución de fondo del transporte público (reprobado en todas sus modalidades, ya sean Metrobuses, Taxis, Micros, Mototaxis o tamemes), no llegará –por lo visto hasta ahora– durante la 4T.