Si en algo fueron insistentes los oradores de ayer durante el anuncio de la alianza denominada Frente Amplio por México –algunos cansinos, densos y ampulosos; otros francamente aburridos—, fue en adjudicar a tal amalgama, la importancia de la historia.
Por primera vez en la historia de México, dicen, los organismos de la sociedad civil o simplemente los ciudadanos, se unen con la repugnante partidocracia ante la presencia de un enemigo común.
Muchas cosas ocurren por primera vez en la historia y eso no las hace extraordinarias, sobre todo cuando no son históricas, sino anecdóticas. Por ejemplo, nunca en la historia había sido 27 de junio del año 2023. D.C., como hoy. Y es un día tan normal como el de ayer o como los del porvenir.
Es la obsesión oratoria gracias a la cual todos se sienten personajes trascendentes, importantes, irrepetibles, originales, únicos, y eso es tan falso como aquella exaltación de lo trascendente, con la cual se dio nombre a otra alianza: “Juntos haremos historia”.
La historia, en ese caso, como sinónimo de epopeya gloriosa.
Pero si bien los presidentes de los partidos fueron de menos a más en sus exposiciones (Marko Kortés (sic), del PAN, es un plomo; Alito, del PRI, un jilguero echeverrista y Zambrano del PRD suficientemente sensato), el problema de fondo subsiste: ¿cómo aplacar las vanidades?
Las organizaciones de la sociedad civil y las no gubernamentales (solicitantes de fondos públicos, nacionales o extranjeros, para seguirse diciendo NO gubernamentales), persisten en su altivez moralmente excluyente hacia los partidos políticos a los cuales miran con arrebato de superioridad ética. Y mienten. Tanto como los organismos empresariales y algunos dizques impolutos monjes de la academia.
Ninguno de ellos tiene el monopolio de la moral pública. La privada no nos importa. Resulta curioso, ese nicho lo ha reclamado para sí –con amplísima falsedad– el presidente de la República y “swami” de Morena.
Quizá por estas divergencias la alianza –tan celebrada en su presentación social por algunos de sus integrantes (Alejandra Morán, Paulina Amozurrutia), hayan tendido el piadoso manto de su comprensión a los partidos y alguno de estos haya dicho con humildad (PRD), este puede ser el último llamado, todos nos necesitamos– tiene muchos riesgos.
Junto a esa actitud destacan los desplantes de Germán Martínez quien abandona la nave antes de zarpar y truena contra el método de selección del posible candidato y sus consecuencias o Sergio Aguayo quien como Lama murmura desde su elevada torre: esto queda dominado por la partidocracia y daña el futuro democrático y bla, bla, bla… Me voy.
Así también dice Martínez:
“…el método que se está construyendo ni es de partidos, ni es plenamente de ciudadanos, ni es una encuesta, ni es una elección abierta para todas y todos los ciudadanos, y yo no me voy a echar en manos de cargadas empresariales, de sindicatos con dueño o de padroneros partidistas (…)”.
Quizá la agudeza de estos dos caballeros no les permita percatarse de cuánto favor le hacen a Morena con estos desplantes. Podrían haberse quedado en silencio y participar o retirarse sin estridencias, pero los deseos de notoriedad a veces son malos consejeros. Allá ellos.
Sin embargo –como dijo el arzobispo—no hay más cera que la que arde. Y con esas candelas iluminarán los opositores –con todo y sus abstrusas metodologías burocráticas de reglas, firmas y encuestas, –, el camino de la competencia política.
Aunque el presidente les niegue utilidad y los amague con revelar, por sus pistolas, el nombre del elegido para combatir a la Cuarta Transformación.
–¿Se habrá vuelto adivino, además de todo?
Por ahora solo hay de esa sopa: los partidos se entenderán con los frentistas posibles. No con los imposibles.
Y cuando llegue septiembre, con sus miles de banderas en comercio patrio por las calles, ya sabremos cómo vienen las cosas. Y no vendrán bien.
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