Como todos sabemos la mayor ilusión del Partido Revolucionario Institucional—además de ganar la mayoría en el Congreso—es recuperar el Distrito Federal. Lo primero es muy difícil. Lo segundo parece imposible.
La fuerza del Partido de la Revolución Democrática no se debe a su capacidad de gobierno sino a su habilidad para formar y gratificar a sus clientelas mediante el respaldo a las clases populares; las ayudas, el auxilio solidario, los programas asistenciales tan extendidos como su propia ventaja para crear padrones de beneficiarios quienes, a la larga, se convierten en sus devotos electorales. Ya lo hemos dicho muchas veces: la ley prohíbe comprar votos pero es inexistente frente a la compra de electores. No se negocian las papeletas, se compra a los votantes.
Pero la codicia entre los grupos del PRD puede sabotear no solo la obra de gobierno de Miguel Ángel Mancera, cuyos tropiezos serán también los errores del partido cuyo respaldo (al menos en teoría) tiene. Y ahí se presentaría una oportunidad para el PRI en el DF, si no del tamaño de aquellas con las cuales contaba cuando Enrique Jackson arrasaba con 40 de 40 distritos electorales, sí para ganar delegaciones y eventualmente la propia jefatura del Gobierno.
Para eso el PRI ha iniciado una paciente labor de reconstrucción como debe ser: desde abajo. En ese sentido llama la atención la paciente labor de un político probado a quien se ha delegado desde el CEN para ordenar el DF: Manuel Andrade, ex gobernador de Tabasco cuya más reciente carta de presentación no se aleja de la jocunda ligereza del trópico.
–¿Cómo estas, Manuel, le preguntó alguien hace unos días.
–Pues considerando mi condición de tabasqueño y ex gobernador, muy bien.
Y en ese sentido, de comenzar desde abajo, hurgando en la identidad de los habitantes de la ciudad, cuya diferenciación es evidente para quien conoce la capital –colonias, barrios pueblos, comunidades; convivencia entre lo urbano, lo suburbano y lo rural, la unidad habitacional, el vecindario y la ciudad perdida–, Andrade ha logrado producir un libro maravilloso: “DF Festivo. Carnavales de la Ciudad de México”.
“La memoria popular sobre esta fecha (el carnaval previo a la Semana Santa) hunde sus raíces en los tiempos en que el Presidente Juárez luchaba por combatir a los traidores de la patria. Anclados en aquella época, los recuerdos de los primeros carnavales articulan una mitología que lo mismo retrocede a los tiempos del arribo de los aztecas al altiplano central que a escenas de la vida campesina porfirista y surgen como respuesta a los intentos de modernización de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
“Sin embargo pese a sus diferencias cada una de estas versiones del origen recupera el sueño igualitario de la inversión de roles que tiene como fin alertar el orden habitual del mundo, para terminar la fiesta con un acto restaurador donde se castiga a los transgresores de los preceptos morales”.
El libro, finamente editado con sorprendentes fotografías bajo la coordinación de Cristóbal Günter Trejo Rodríguez, abarca las expresiones las carnestolendas en Cuajimalpa, Azcapotzalco, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza, Iztacalco, Iztapalapa, Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta.
“”Luego de escuchar los distintos testimonios de la comunidad carnavalera –dice Dany–, quedan también de manifiesto los nexos familiares que unen a los moradores del Distrito Federal con quienes habitaron y habitan los estados de Tlaxcala, Morelos, Guerrero, Hidalgo y el circundante Estado de México, entre otros. Vínculos que por cierto, fueron construidos sobre rutas comerciales y mercados regionales donde la Tierra Caliente, la Costa Chica y Costa Grande, el Valle Poblano o la costa veracruzana siguen vivos en el imaginario colectivo.”
El libro abunda en máscaras, bordados, trajes de fiesta, plumajes, chinelos de la ciudad, huehuenches, caporales, “niñopas” (versión Xochimilco del Niño Jesús) tamemes, túnicas, pero sobre todo máscaras. De cartón, de madera, de figuras humanas y seres fantásticos.
Lentejuelas, plumajes, pirotecnia, toritos de fuego, arlequines, fantoches y rufianes; abogados de levita, antifaces, pinturas, ropajes, prendedores, bombines, “vestidas”, espadas, banderas, armaduras, caballos de cartón, capaz de terciopelo. Todas las fantasías de la vida en el compendio mágico de una vida imaginaria cuya fugacidad dura el instante del carnaval, la fiesta carnosa del pecado antes del retiro espiritual de la cuaresma.
Sincretismo entre política y cultura. Todo eso es este libro maravilloso.
Quizá el único “pero” es la escasa distribución de estas obras cuya importancia se queda en manos de quienes ya sabían del asunto. Estas ediciones deberían ser repartidas masivamente.
TABASCO
Con el agua a las rodillas vive Tabasco nos dijo Carlos Pellicer. Y hoy se cumple la sentencia poética.
Cuando Ingrid y Manuel inundaban amplias zonas de Guerrero y Veracruz, Arturo Núñez me decía: por fortuna non nos ha tocado.
–¿Se debe a las obras hidráulicas o a la escasez de lluvia?
–A las dos cosas, pero no nos ha tocado. Pues ya les tocó.