Quizás la escalera del University Club –forja y mármol–, sea una de las más bellas de la ciudad. José Alvarado le otorgaba título de amor a la amplísima escalinata del Palacio de Minería, aunque también escribió de otras, tristes y tembleques.
Ignoro por qué la fascinación de tan grande periodista por peldaños y barandales. Sólo se algo triste: murió cuando se derrumbó por los escalones de su casa ante la horrorizada mirada de Cándida, su esposa.
En esas cosas pensaba el pasado jueves cuando acudí –-como otros muchos de mis compañeros–, a un desayuno en honor, homenaje o simple pretexto contra los años vacíos, de mi perdurable amigo Carlos Ferreyra Carrasco, con quien tantas cosas compartí. Muchas otras ya no hicimos por falta de tiempo.
Y si he dicho lo de la escalera, es porque Ferreyra estaba en la cima: arriba, con su gesto huraño de patriarca barbudo; su ojoallado, su oído negro. Brother, me dijo. Y nos abrazamos. En ese abrazo cupo toda la vida.
No voy a convertir estas líneas en el anecdotario de experiencias y peripecias.
Tampoco voy a repetir aquel chiste (inoportuno entonces e innecesario ahora) de cuando a Carlos le dieron el Premio Nacional de Periodismo porque vestido como motociclista de Tránsito, y a bordo de una poderosa Harley Police, vivió las experiencias del agente desde el otro lado de la historia. Los influyentes de entonces, incluida la esposa del Procurador General de la República, lo cesaron cuatro veces en una mañana.
–¿Usted no sabe quién soy?, le espetaban.
Y él contestaba sereno e imperturbable.
–No lo sé, y usted tampoco.
Y luego todo lo escribió. Pero no diré el desenlace.
Cosas maravillosas le sucedieron en las agencias de noticias. En Prensa Latina , él le favoreció un escritorio a Kapuscinsky en el espacio prestado por los cubanos; en EFE o en Notimex hizo gran periodismo. Una vida.
Carlos ha sido en este oficio un hombre singular. Recorrió todas las estaciones en un tren de eficacia sin ampulosidad. Tranquilo, agudo, punzante en la confianza y disciplinado en las obligaciones. Su largo paso por el Senado lo cubrió de amistades y le permitió una casi insuperable carrera en el manejo de la información oficial.
Un día renunció a un medio del gobierno.
“Me voy porque (su jefe) está haciendo demasiadas chingaderas. Yo no voy a ir al bote por sus pendejadas”. Me guardo la identidad.
Hace unos años Ferreyra escribió en este diario, una columna de título impactante: “De la Revolución a la Involución”. Como ahora.
Decía:
“…Durante una comida en mi casa, invitado principal López Portillo, acudió con su hermana, dos sobrinos… Reunión sin limitaciones políticas o formalidades por posición jerárquica, se habló de todo, en confianza.
“Comenté al ex mandatario (cuya presidencia cubrí cuatro años como reportero), mi sensación de hombre privilegiado por haber nacido dos meses antes de la expropiación petrolera. Y cómo sentí el toque de los dioses del Olimpo cuando anunció la estatización bancaria. Me sentí testigo de la historia.
“Luego le manifesté mi desencanto cuando De la Madrid ordenó la privatización de los bancos.
“Doña Margarita, con voz alterada recordó a su hermano cómo le había advertido sobre De la Madrid: “Te dije que era un traidor, que nos iba a perseguir”.
“Añadió una serie de acusaciones más, incluso de índole íntima a lo que don José se limitó a pedirle dejar el asunto para otra ocasión. Sin decirlo explícitamente, admitió la veracidad de las palabras de su hermana. Y aceptó que el cambio había sido demasiado brusco en la forma de gobierno”.
Sencillito.
Cuando fui nombrado coordinador de las páginas de espectáculos de «EXCELSIOR», le pedí a Julio Scherer permiso para invitar a Carlos como sub coordinador. Ambos aceptaron. Un orgullo trabajar juntos, aunque un mes después nos corrieran a todos.
Salud, hermano.