Una semana nada más.
Para el domingo entrante debemos tener preparado el oído y alerta el ojo; vamos a escuchar el cántico de los entusiastas, la canción de los convencidos, la rapsodia de los siempre fieles; sabremos del festivo recuento de la dicha nacional, tendremos atención para palabras infinitas sobre los logros innegables de este cambio de régimen, en tan escaso lapso, logrados por la firme decisión del hombre providencial, nutrida por la confianza de sus treinta millones de votos –siempre a la mano como punto final ante cualquier crítica– mientras 30 mil muertos quizá nos miren desde el infinito con los ojos vacíos de sus cuencas de calavera.
Para fines de la estadística, tan cara al nuevo gobierno, no son nada treinta mil muertos, en un país salpicado por lagos de sangre, frente a treinta millones de alborozados votantes cuyo sufragio fue semilla para sembrar vida.
Sembrando vida. sembrando viuda, lo mismo da.
Pero por otra parte, pues lo sepa usted o no también hay otra parte, 2019 ha sido el año del desengaño. Pero igual lo ha sido de la confirmación.
Con la urgencia de quien sabe del breve periodo para lograr una transformación absoluta, porque nada son seis años en el infinito paso de la historia a la cual se quiere culminar así sea por la puerta trasera, el gobierno se ha dado a la tarea de cumplir todas las leyes, especialmente las suyas.
Nada del pasado corrupto, neoliberal y conservador, puede ser barrera frente a la urgencia de poner la justicia por encima de la ley. Si algo estorba, se le remueve.
No importa si se trata de personas o instituciones. La realidad se modela para lograr una sociedad moral, una economía moral, una inmoralidad moral, un atropello moral de la misma forma. Mi fin justifica mis medios.
El aviso fue oportuno y hasta ahora ha sido cumplido cabalmente.
El 14 de febrero se publicaba en casi todos los medios esta advertencia:
“(Sin embargo).- López Obrador habló esta mañana sobre los organismos autónomos, a los que llamó “un gobierno paralelo”.
“Dijo que no pretende impulsar una reforma para que desaparezcan, pero destacó que en muchos de ellos se están acabando su plazos y podrá haber renovación de personal, con lo que, dijo, se les podrá tener vigilados para que no sean corruptos”.
El gobierno paralelo venía siendo ese conjunto de organismos constitucionales de control y balance al poder del Ejecutivo, como las comisiones autónomas, para realizar las elecciones, regular la energía, la competencia; la observancia de los Derechos Humanos, la atención de las víctimas o el consumo de los trabajadores, la transparencia; en fin, todos esos cuyo listado tiene el lector en su memoria, y cuya función ha sido ya prácticamente impedida por la astringencia financiera (sofocamiento económico, se podría decir también), o el asalto desde la conformación de sus cuerpos directivos, como es el caso, penoso e ilegal, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Y aquí permítaseme una digresión.
El Señor Presidente ha sido prolijo en su censura al papel antiguo de la CNDH. Tapadera y alcahueta de las violaciones, le ha dicho. Ciega, sorda y muda. Así le ha llamado a fin de cuentas. Asimismo sacó a una de sus leales del Consejo de Morena para ocupar la presidencia de la Comisión.
Su partiquino, el senador saltarín, Germán Martínez, ha señalado a ese órgano estatal, como botín del PRI-UNAM; y se ha congratulado del ingreso de una señora de Morena, “haiga sido como haiga sido”.
Los gobernadores del Partido Acción Nacional, en protesta por el atropello (una de sus senadoras presidía la Comisión de DH en el Paseo de la Reforma), dijeron desconocer la presidencia del organismo constitucional. No acatarán sus recomendaciones.
Desde el Senado, el fogonero de la locomotora fraudulenta, Ricardo Monreal; amenazó y jugó con las palabras, el diablo y las instituciones:
“(El Financiero), 19.11.- La autoridad que no atienda las recomendaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) cae (sic) en desacato en torno al artículo 108 constitucional, consideró el presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, Ricardo Monreal Ávila.
“Mandar al diablo (a) las instituciones no es una decisión correcta”, soltó luego de que el gobernador de Querétaro, Francisco Domínguez, refrendó, en la víspera, que su gobierno desconocerá cualquier recomendación que emita Piedra Ibarra como titular de la CNDH, ya que su elección fue ilegal”.
Pero Ricardo Monreal, a pesar de su implacable ritmo de trabajo, de seguro estaba dormido el 23 de agosto de este año del Señor, porque de haber tenido abiertos sus ojos y limpios sus lentes, hubiera podido leer:
“(El Sol de México).- El presidente López Obrador dijo que no van a aceptar la recomendación que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) les hace sobre las estancias infantiles…”
Esas dos circunstancias nos permiten sin sofisma alguno establecer el silogismo por el cual Don Ricardo le ha dicho al Señor Presidente, violador del artículo 108 de la Constitución y lo ha colocado en la incomoda condición del desacato. Como para colgarse un encino.
Ha resultado esta digresión tan abundante como el texto ancilar, lo cual es una lata pero ni modo. Peores cosas hemos visto. Así pues volvamos a otro punto, al central: el control, el absoluto dominio del más importante de los elementos de la política; el dinero.
Tarde, fuera del plazo constitucional; sitiada una cámara y distante su sede alterna (como quien juega a las escondidillas) , la legislatura de la paridad, parió –fiel al capricho, mandato o disposición presidencial, dócil hasta el extremo, con oposiciones callejeras pero sofocadas mediante el simple procedimiento de ignorarlas– el presupuesto para 2020, el cual –a pesar de su opulenta bolsa de seis billones de pesos–, no será suficiente, porque nunca se sacian los caprichos.
La sexta parte del presupuesto, se irá al llamado “gasto social”; cuya aplicación no sacará a los pobres de la pobreza, a los miserables de la miseria ni a los necesitados de la necesidad; dejará en la indigencia a los indigentes y etc., pero abultará la cosecha de votos para lograr el control absoluto de la futura Cámara de Diputados en las elecciones intermedias, las cuales ya se preparan desde ahora, como debe ser.
El verdadero motivo para argumentar y desviar los caudales de dinero en favor de los pobres, es electoral, no es moral.
Pero mientras la estrategia avanza y se cumple el primero de los seis años convenidos, el Instituto Nacional Electoral hace de la resignación su bandera, en lo cual, se equivoca plenamente. Le mutilan mil millones de pesos de su presupuesto y alza los hombros como diciendo, pues de lo perdido algo aparecerá.
Por eso Lorenzo Córdova escribe esto:
“Ante el recorte presupuestal más grande en la historia del @inemexico, afirmamos que no vamos a transferir a la ciudadanía los costos de una decisión tomada por la Cámara de Diputados. No se afectará la expedición de la credencial para votar, ni la calidad de las elecciones”. Sobre todo cuando no haya tantas elecciones.
Eso, en buen castellano significa: ese dinero, el monto del mayor recorte de la historia, ni lo necesitábamos; démosle la razón a quienes dijeron, basta de burocracias de oro, a fin de cuentas se puede hacer todo con el mínimo “minimorum”.
Si las cosas se ven así, de nada valen ahora los alegatos contra la reducción de los salarios de los consejeros, uno de los cuales, Benito Nacif, llevó su queja hasta los terrenos del amparo judicial.
A fin de cuentas, ni falta les hacía.
Con esa actitud acaban de justificar a quienes proponen (el diputado morenista, Sergio Gutiérrez Luna) acortar el periodo del Consejero Presidente. Ya ni caso hay.
Él acaba de achicar la dimensión del cargo con su obsecuente actitud ante el recorte.
Nomás le faltó aplaudir.