Con motivo de la reciente muerte de Julio Scherer un amigo me envió una fotografía en la cual aparecemos en grupo algunos de los fundadores de la agencia CISA y el semanario “Proceso”.
Además de nostalgia por tantos compañeros y algunos amigos muertos como vi en la imagen (juntos Julio y el Maestro Pagés) algo me hizo sonreír: el recuerdo del humorismo desbocado de René Arteaga, uno de los grandes reporteros de mi vida y de quien, cuando haya ocasión, me gustaría compartir algunas historias inverosímiles y geniales.
René relataba con humor la charla con una de sus tías, una mujer de campo y simpleza, pero alto sentido común, en el olvidado pueblecito de “El Chilamatal” (hoy Ciudad Arce) en la República de El Salvador.
–¿Entonces –decía Doña Macaria–, vos sos como una especie de espía o algo así, Renecito. Vos decís cosas que la demás gente no sabe? ¿Y cómo te enterás de lo que los demás no saben?
–¡Ay!, tía, vos agarrás y preguntás.
En ese simple hecho fincaba René el mecanismo infalible del oficio. Uno va y pregunta, lo difícil es saber a quién se le hacen las preguntas y luego el empuje para lograr aquiescencia, consentimiento o confianza para abrir a los informadores, para distinguir quién se quiere lucir, quién nos quiere utilizar o francamente quien nos miente.
Pero eso se logra con el tiempo. Mientras tanto uno debe ganarse otras confianzas, especialmente la de los lectores, radioescuchas o televidentes. Y si no puede ganarse la confianza, al menos no merecerse la desconfianza.
Por lo general las personas normales; o sea, quienes atienden a los medios de información, no comprenden a las personas anormales, o sea, quienes hacemos los medios. Estamos divididos por un grueso muro, el de la suspicacia.
Para el público nos dividimos en dos grandes grupos: los “libres” (o sea, quienes piensan como a él le gusta aunque nunca haga nada por defender esa libertad) y los “vendidos” (quienes opinan de modo distinto, especialmente si reconocen alguna obra buena del gobierno, de cualquier gobierno).
Es extraño pero a los periodistas se nos exige una virginidad imposible de hallar en esta o en cualquier otra profesión donde abundan quienes fingen el orgasmo, por así llamarle a la mentira disfrazada de compromiso social.
Con los médicos todo mundo pide una segunda opinión. A nosotros nos descalifican así seamos la segunda o la tercera. Pero no importa. Las cosas son así.
Pero, ¿cómo se hace la información, la cual a fin de cuentas, como otras muchas cosas de la vida se convierte en una mercancía?
Pues a veces se hace con mucha claridad, pero otras como el resto de las actividades políticas o algunas carnes frías; revolviendo cosas. Como dicen de los obradores de carne, las charcuterías y las salchichonerías; los partidos políticos y el chorizo, si te gusta no preguntes cómo está hecho.
¿La información es una herramienta del poder o de la sociedad?
Yo siempre he creído ambas cosas. Es como los cañones para el recluta de la escuela de artillería:
–A ver , Pérez, dígame usted, ¿el cañón es un arma ofensiva o defensiva?
–Depende, mi general.
–¿Cómo que depende? Explíquemelo o lo arresto un mes.
–Pues si apunta para allá, es defensiva; si apunta para acá, es ofensiva, mi general. Y en eso pienso cuando veo la catarata de información y su relación con el gobierno.
Todos le apuntan (y le disparan con grueso obús) y él nomás se agacha.
Cosas del oficio…