Con mucha frecuencia, derivada de las homilías matutinas del Palacio Nacional, se esparce la idea rectora de la derrota por venir para una oposición sin cabeza, consecuencia lógica de la falta de un líder, de un ser providencial, carismático, cuya encarnación suelde todos los trozos dispersos de la inconformidad y la crítica hacia la 4-T.
La síntesis es, no tienen a nadie.
Y para reforzar esa carencia, el presidente se ha dado el irónico y burlón lujo –en alguna ocasión– de mencionar a una muchedumbre variopinta, de Chumel Torres a Santiago Creel, por mencionar sólo dos extremos.
Pero si la oposición carece de una figura, el oficialismo está en las mismas. De todas las corcholatas no se hace una personalidad de dimensiones. Bueno, de dimensión mayor, porque la enanez también es una dimensioncita.
Comencemos con el mejor calificado de todos en cuanto a trayectoria: Marcelo Ebrard quien solamente una vez en su vida ha sido número uno. El resto del tiempo subordinado. Ya de Manuel Camacho, ya de Andrés Manuel.
Cuando fue Secretario de Seguridad, lo echaron del gobierno por inepto. Y cuando hizo la obra de su vida, tras la inauguración y con trenes desajustados y trazos mal hechos, vino el exilio fugitivo. La Línea Dorada terminó por los suelos.
Pero hizo cosas muy importantes: llenó la ciudad de bicicletas y convirtió el Zócalo en una pista de hielo en invierno y las plazas cívicas en playas artificiales de arena para gato.
Y ahora se quiere ganar el favor con la peregrina idea de crear una secretaría de la Cuarta Transformación. Lo más ajeno al liderazgo: correr tras los pasos ajenos.
Y si la descocada idea era para garantizar desde ahora continuidad programática, la presencia del frustrado secretario, Andrés López Beltrán –quien lo mandó por jícamas–, fue una forma torpe de ofrecerle al presidente la impunidad futura de sus hijos metidos en diversos negocios al amparo de su influencia familiar. La tengan o no. Lo hagan o no.
De Adán Augusto se puede decir muy poco. Como gobernador de Tabasco no tuvo tiempo de nada. Y como legislador, tampoco. Menos como Secretario de Gobernación, especialmente si se le compara con sus antecesores como Jesús Reyes Heroles, por ejemplo.
De Claudia Sheinbaum, sólo queda una ciudad mal servida, peor atendida y caprichosa. Nunca ha hecho nada, como no fuera convertir su militancia en el CEU en una beca vitalicia en la escuela de Ciencias. ¡Ah!, y un doctorado con el respaldo de la tecnología del futuro: estufas de leña para zonas campesinas. Ni Madame Curie.
Su aproximación a la ciencia no le dio ni para detectar una plaga asesina de palmeras y un muérdago letal, matadore de árboles. Menos mal, no estudió en Chapingo. Bajo su dócil mirada se emprendió el proyecto presidencial de Chapultepec. Otro esperpento. Sabe decir, sí señor en tres idiomas.
De Ricardo Monreal, pues ya sabemos. Su paso por la alcaldía Cuauhtémoc sirvió para no dejar huella. Baches sí; huella no. Y el resto de su carrera, esfuerzo, construcción de un clan zacatecano y mucha política parlamentaria bajo la enorme capacidad negociadora con la cual hizo todo cuanto en su vida ha logrado.
Por desgracia se le recordará por aquello de prefiero ser nada, antes traicionar a Andrés. Para eso me gustabas, dijo el adversario.
De los otros dos -meras botargas–, ni ocuparse. Uno es un pillo y el otro un cómico. Escoja usted cuál es cuál.
La izquierda mexicana ha producido muy poca gente con verdadero arrastre popular. Quizá en su momento Demetrio Vallejo. Quizá Othón. Salazar.
Los guerrilleros de Atoyac nada más abrieron la senda para futuros ayotzinapos y narcotraficantes.
Los izquierdistas democráticos, como Porfirio Muños Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas tuvieron una oportunidad, pero la perdieron cuando se dejaron arrollar por Andrés Manuel (ese sí es un líder único), quien los hizo a un lado de la vereda.
Hoy sólo queda Muñoz Ledo con madera de líder, capacidad ideológica y talento. Pero su edad ya no le permite nada, excepto el digno ejemplo de su disidencia.
De ahí en fuera; tan anémicos como “el bloque conservador”.
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