El conejo naranja me mira con un solo ojo. Dobla las manos y estira el falo. Atrapada por una soga dorada, cautiva sobre un  valle de tetas de mujer, la iguana se estira y afloja; en el cielo, montadas sobre sendos  chiles verdes, dos liebres vuelan a la transparente Luna de mica amarilla; un  coyote furioso se masca los colmillos y la constelación parpadea en el fondo de la noche; el Bahamut sonríe desde la caverna de su hocico negro; los animales están de luto, los murciélagos vuelan de frente desde el verdoso fondo del cuadro, ahí enfrente; las maravillas tienen insomnio y los niños beben leche azul de los pezones de las alacranas. 

Las pulgas brincan sobre el petate y el esqueleto hace del cuerpo en un  agujero de carbón como la ventana de la madre tierra.

Francisco Benjamín López Toledo ha muerto. Pero nadie sabe de su López; todos de su Toledo materno, como Andrés Henestrosa, porque él y su padrino llevaban sangre de mujer entre los dientes, herencia de hamaca y leche nocturna, como Pablo Ruiz; mejor Pablo Picasso.

Este es el cielo de Toledo en los lampos de pintura fantasmal de los cuatreros, de los ladrones de vacas; de los cazadores de sapos, de las conchas de tortuga tatuadas como rústicos laúdes de la prehistoria, con  los glifos de su línea magistral. Todo eso es Toledo. 

Y hoy, cuando la burocracia cultural, la más cursi e inútil de todas las burocracias, se desvive en la competencia grotesca de homenajes jamás requeridos ni solicitados por Francisco, a quien  le bastaba sujetar su brazo izquierdo con  la mano derecha cruzada hacia el costado, y mirar el desfile de los farsantes, recargarse en el dintel de Santo Domingo y decir con murmullo vespertino, yo siempre estoy donde debo estar, solo me queda recordar estas líneas de un juchiteco adoptivo quien hace 39 años, cuando Toledo era un hombre fuerte y productivo con 40 de edad, escribió todo esto:

“… Si Francisco Toledo viviera en la ciudad, estuviera “contaminado”, y fuera un hombre de cultura histórica o filosófica, le haría daño que nosotros, habitantes de la urbe le dijéramos, “genio de la plástica” y esas cosas rimbombantes en las que solo creen los que no son genios.

“Por otra parte, si Francisco Toledo hubiera nacido dentro de un edificio de 20 pisos, jamás habría realizado su obra, ya que esta se encuentra a muchos años luz del gas neón, de las salas de conferencias y de las multitudes que hacen cola para comprar un boleto del ferrocarril subterráneo. Es más, no existiría Francisco Toledo.

“Pero a él no le importa que le llamemos genio. Él nada tiene que ver ni con la crítica, ni con los “marchands de tableaux”, ni con el discurso oficial, que lo pone por las nubes al inaugurar en Chapultepec la colección de todas sus camisetas pintarrajeadas, cubriendo las paredes con escenas de coitos de perros, mujeres indecentes y otros satanismos, como para desmayar a las hijas de María Santísima…”

Hoy todos se refieren a esa extraña materia llamada “Nuestra Raíz”, porque el fervor indigenista solo se produce, por lo visto, cuando hay novenarios de pintores famosos. Pero sigamos con Cardona Peña:

“…Nada de esto vale para el arte de Francisco Toledo porque si usted desarrolla la tesis, tratando de hallarle equivalentes, “pensándola”, esa obra seguirá existiendo y reproduciéndose, y al margen de toda especulación seguirá impresionando al espectador, sea este doctor en Estética o pescador de San Francisco del Mar.

“¿Impresionará positiva o negativamente? Bueno, eso depende de a madre del cordero, menos, mucho menos importante que la “Madre de los alacranes”, así, con mayúsculas  y subrayado para significar una “escultura-tatuaje” de Toledo, realizada sobre dos caparazones de tortuga superpuestos, porque esta joven calamidad es también escultor. Precisamente en esta obra maestra de la ternura y el intuicionismo supersticioso, confecciona el artista su escapulario contra la picadura de alacranes, digámoslo así), así el objetivo sea el simple placer de producir belleza. 

“Con Toledo no debemos investigar; debemos asombrarnos. El asombro es la más adánica y reveladora de las facultades no inteligentes del alma y por eso mismo produce la reacción más positiva ante la obra de arte.

“Si Toledo fuese un maestro de emociones, un pensador de las formas o un hacedor de lenguajes plásticos, nos induciría a la indagación más que al embeleso. Por supuesto que es todo lo que acabo de decir, pero sin proponérselo, lo es como  resultado de su inmersión en el mundo onírico que envuelve como una placenta el paisaje de donde procede, un mundo donde la fábula se confunde con el acaecer, los animales hablan y el sexo enmaraña los actos y los sueños (boa constrictor). 

“De los sapos que se oyen  como bolsas de hule estallando en la noche de los ríos, viene Toledo.

“De los ojos de las iguanas, viene Toledo.

“ Del viento cuando se emborracha y se desploma como

un toro enfurecido embistiendo los techos de las casas, viene Toledo.

“De un  coro de ancianos rezando en zapoteco alrededor de un hombre muerto, viene Toledo.

“De la bruja que recorre el cuerpo de una niña con un  huevo de gallina, porque la niña vio cohabitar a sus padres y está temblando, viene Toledo.

“De las fuerzas elementales y de las fuerzas perversas, de la creación y de las otras fuerzas hermosas y respirables de la vida, viene Toledo.

“De los sexos atravesados por espinas, de una plantación de falos, y de los gatos que eyaculan aullando como demonios, viene Toledo.

“De tío Coyote y de tío Conejo contando cuentos a los niños y comiendo mangos a la luz de la luna, viene Toledo.”

Podríamos seguir en la repetición de este texto escrito hace casi cuarenta años, cuando  el esnobismo de los bienportados y sus “curadores” no capturaba las camisas “lacoste” de papel de Toledo con su estampado burlón de cocodrilo oaxaqueño. Podríamos recordar aquellas tardes de Oaxaca con la conversación  ahora difusa por los flagelos insomnes del mezcal. 

Y mucho podríamos hacer con  la relectura de sus lecturas en el semanario “Proceso”; las cuales son desde hace relativamente poco tiempo  las pistas para caminar por el laberinto de sus reflexiones literarias y el acompañamiento de sus lucubraciones con el carbón de su lápiz hechizado.

–¿Y por qué, maestro, todo esto de poner bibliotecas, hacer institutos de artes gráficas, becar niños ciegos y ayudar a los jóvenes cuya humildad los hace tímidos para la pintura, por qué auxiliar a medio mundo?

La respuesta a esta pregunta, casi provocadora, no llegó sola.

Toledo estaba sentado en un corredor del IAGO y afuera la luz dormía la siesta matutina. La silla estaba junto a un macetón donde sesteaba también una biznaga verde. El pintor metió los dedos en la tierra y jugó con ella: la dispersó con  sus yemas, la untó en su pantalón  y manchó con ella su camisa azul. 

Me vio y me dijo con pedagógica sencillez:

“—Porque el que más tiene, más obligado a esta a darles a los demás.”

Y se quedó callado. 

Entonces saltaron las pulgas y bailaron vals los alacranes. Brincaron los piojos y cantaron los sapos. Los esqueletos corrieron por la calle Alcalá y los órganos y los cactus barbudos se fueron a fumar mariguana al jardín botánico. 

Un caimán se le montó a una perra en celo y una gata nocturna arañó las nubes bajas cerca de Monte Albán.

La veladora frente a los dos murciélagos, ya se ha consumido completa. Toledo ya no necesita la luz, ni la llama. Toledo ya se murió para siempre.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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