Veo a los mozos en carrera de pañuelo rojo delante o a los lados de los toros, el estrépito de las pezuñas, el vaho bufador en la nuca de los borrachos. Todos corren. Unos sabiendo su necesidad; otros al empuje de la manada. Los toros van en alianza forzosa; no les guía una finalidad sino un impulso. En el trayecto por Estafeta atropellan y patean. Algunos alcanzan con los pitones al imprudente gabacho.
Pero cuando lleguen a la plaza los toros serán separados. Acá los de la lidia, aquí los del acompañamiento. Como suele ser la paradoja, los buenos animales morirán. Sea como sea. Lo demás es festejar la llegada de España a la final del futbol (¡Oh! Puyol, qué buen gol).
A veces las alianzas de los partidos en teoría antagónicos, tan distintos en apariencia como los cabestros de los encastados, se parecen a los bureles de esta carrera con la cual los pamploneses festejan a su patrono tras el sonoro tronido del “chupinazo”. Todo se mezcla sin otra finalidad más allá de llegar juntos. ¿A dónde? A donde sea.
Sin embargo en la política las cosas siempre se asientan en la apariencia. Casi nunca en la verdad. Los arreglos entre partidos, los ajustes de cuentas entre mafias no significan un avance democrático, excepto si uno entendiera como tal la solución del pleito entre Juan Millán y Enrique Aguilar Padilla en Sinaloa o le diera peso cívico al origen de los fondos de campaña de Rafael Moreno Valle o las intromisiones de Vicente Fox en Hidalgo en favor del la siempre sufriente Xóchitl Gálvez (ni Leona Vicario) cuya ambición se vuelve hoy “gesta de honor y valentía” en la pluma de sus amigos y válidos.
Pero la democracia es una invocación y una buena causa. Al menos un buen discurso para justificar la ambición. En la política todos los toros corren junto en el encierro. Ya después se separarán los mansos de los bravos y se dará lugar a la corrida de verdad.
Por eso es muy interesante el artículo publicado ayer por Manlio Fabio Beltrones en cuyos párrafos centrales se destaca:
“Si concebimos a la democracia como un sistema más amplio que las elecciones, debemos acordar un arreglo institucional donde los avances de la pluralidad no sean pérdidas para la Presidencia de la República. Esta discusión ha estado presente en México y buena parte de las democracias del mundo, donde gobernar implica el ejercicio del poder en el contexto de sociedades altamente diversificadas y de amplia pluralidad, redes transnacionales de organizaciones civiles, actores privados de gran influencia y donde la exigencia de transparencia, eficiencia y rendir cuentas es una cuestión ineludible.
“En estas condiciones, conviene revisar cómo es que, actualmente, los diversos regímenes e instituciones políticas dialogan y resuelven estos problemas de la modernidad, trátese de sistemas presidenciales, parlamentarios o mixtos, en países en desarrollo o el mundo industrializado. Y cómo es que estos retos han modificado el ejercicio mismo de la política ante la necesidad de construir acuerdos que incorporen esta pluralidad y complejidad”.
En este sentido deberíamos analizar cuál es el significado de la palabra “pluralidad” en el México contemporáneo cuya existencia implica la desaparición de cualquier cosa parecida a un priísta. La interminable satanización del PRI y sus militantes (hasta con la interminable recurrencia de los setenta años y bla, bla, bla) es lo más semejante a una limpieza política (en el sentido de las purificaciones étnicas en Alemania o los Balcanes) o a un defoliador (en el sentido vietnamita del Napalm).
La izquierda o la extraña mezcolanza cobijada bajo las siglas del PRD, halla en la condena del PAN (una cruzada crónica y aparente) contra el PRI (los cacicazgos, la corrupción, los pecados mortales), el cómodo pretexto, para incrustar su oportunismo y beneficiarse de la conveniencia.
Pero el único responsable de su suerte, en eso denominado por Beltrones como “avances de la pluralidad” es el propio PRI. Hoy se escandaliza por las alianzas electorales entre la “izquierda” y la derecha, pero no tuvo dudas en aliarse con las dos cuando así creyó hallar conveniencia, posicionamiento, beneficio e influencia.
Un ejemplo, su posición en el Congreso le permitiría desde ahora demostrar cuánto pesa una fuerza intransigente y comprometida con su propia ortodoxia. Cuando la oposición se hermana con aquello a lo cual debería oponerse, lo haga en el nombre del futuro, de la patria o de cualquier otra cosa, se expone a sufrir sin herramientas defensivas (se llaman armas) las consecuencias de la competencia desleal.
Las alianzas del PRD con el PAN han sido hasta ahora electorales y logreras. Ni son las primera sin serán las últimas. Los viajes del PRI en compañía subordinada al PAN han sido legislativos e históricos.
No hablemos por ahora de las componendas de la política fiscal o el presupuesto. Recordemos mejor cómo se exhibió el Revolucionario Institucional en la gordura del caldo de Vicente Fox cuando quería descarrilar a López Obrador: se sumaron —sin recompensa ninguna—, al desafuero.
Esas también son vergüenzas permanentes.