Hace muchos años Vicente Ortega Colunga me contó una historia jocosa.
Una jovencita, de esas a quienes el fulgor de la “cultura” deslumbra, ya sea por la palabra o por los cuadros abstractos o surrealistas, se le acercó a Renato Leduc, atraída por la leyenda de sus múltiples amores legendarios y su vida con Leonora Carrington.
–Renato; le dijo con un tono de curiosidad y promesa, ¿y tu cómo haces el amor?
El poeta le contestó, pues mira, “yo soy octogenario y…”, cuando iba a seguir, la muchacha estimulada por la sonoridad de la frase y como si adivinara lúbricas extravagancias, le dijo:
–¿Eres octogenario, de veras; a tu edad?
Ahora al PRI le podrían preguntar lo mismo, en esta fecha de su aniversario octogésimo octavo, ¿y usted, a su edad, cómo gobierna?
Por lo pronto y antes de explicar matices y conductas en este aniversario, o revisar los antecedentes de algunos impresentables gobernadores, como Javier Duarte a quien la fuga ha vuelto imposible de presentar, valdría la pena revisar las cifras de gestión y representación de este partido cuyos años de carros enteros y poder absoluto ya pasaron a la historia para siempre, empujados por los promisorios (y en muchos casos fracasados); aromas de las alternancias diversas.
Este es un breve recuento nacional.
En cuanto a gobiernos estatales el PRI tiene, Campeche, Coahuila, Colima, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Jalisco
-Nayarit, Oaxaca, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala, Yucatán y Zacateca.
Bajo su administración están 850 de los 2 mil 440 municipios del país, lo que representa el 34%. En cuanto a pobladores,
gobierna a 53 millones 622 mil 427 mexicanos, equivalente al 44.9% de la población nacional.
En el poder legislativo el PRI tiene 207 de los 500 diputados federales. O sea, el 42 por ciento. En el Senado tiene 55 de 128 escaños. Cuarenta y tres por ciento.
En 21 Congresos locales el partido tiene mayoría absoluta y cuenta con 387 diputados locales, además de una fuerza representada por 5 millones 44 mil 528 afiliados. Un supuesto “voto duro” básico.
Ahora se disputarán pronto los gobiernos de Coahuila, Nayarit y el Estado de México, entre enormes dificultades.
Quizá por eso el presidente Enrique Peña Nieto (PPP) asiste a la reunión del octogenario “dinosaurio”, (perdón, pero la rima es inevitable tentación), y allí le dice a cada correligionario:
–“Tenemos que escuchar, entender y atender las necesidades de la población.
“Vayamos a refrendar la confianza como los priitas sabemos hacerlo: en las calles, en las plazas y mercados, puerta por puerta y siempre al lado de la ciudadanía, ya que nuestro único plan estrategia debe ser ganar y ganar por México”.
Pero como marco de este discurso, no evade el PRI sus tradiciones ni sus hábitos.
La concurrencia disciplinada, los gritos, los estrépitos de fallida convicción republicana, los matracazos, las camisolas de colores, los rojos de estallido, las camisas con escudo, las chamarras con aroma de estreno, los viejos con naftalina, el entusiasmo sin cafeína; el auditorio Plutarco Elías Calles, la avenida Luis Donaldo Colosio, a menudo poblada de daifas en la hora bruja; los palmetazos en la espalda, los muchos hermanos, los muchos, amigos; los grandes brazos en cruz, los recuerdos, la memoria, los cambios recientes, la sonrisa apretada de Claudia Ruiz Massieu ahora sentada como su padre (asesinado afuera de la CNOP), en la poltrona de la Secretaría General; el nuevo líder de las organizaciones populares, don Arturo Zamora; la nueva dirigente femenil, Hilda Flores; José Murat, cabeza de la Fundación Colosio; lo nuevo y lo añejo, el poder entre los dedos, la tarde escurrida en el reloj del mediodía, los micrófonos eufóricos, las gargantas afónicas, ahí viene, ahí viene…
Y ahí esta Enrique Peña Nieto, pleno de confianza en viento futuro del partido.
Detrás suyo una mampara roja con dos ochos como dos claves del infinito imposible, deliberadamente sin corbata, como cabe en una ocasión sabatina, sin la formalidad de la investidura presidencial –camisa abierta, blazer oscuro, sol en la piel–, y sin embargo presidente de todos, sin rubor por estar con los suyos, los aun suyos, los aparentemente incondicionales, quienes lo acompañarán cuando todos los demás le den la espalda, como le es dado a los inconformes, porque como él mismo señala, “nuestros contrincantes una y otra vez nos han subestimado y olvidan de qué está hecho el partido más fuerte y más grande de México…
“…mientras esos partidos se encaminan a la división, a las pugnas internas o a la demagogia autoritaria, nosotros nos mantenemos cohesionados y con la unidad necesaria para vencer y para servir a México con responsabilidad”.
Por esas razones Enrique Ochoa, presidente del CEN priista, habla de la “blandura del pan” y el escaso calor de un sol “que no ilumina ni a la esquina” y menciona de paso el camino autoritario de la otra opción política.
Quien quiera ponerse el saco…
Se reúnen los priistas convocados por el cumpleaños.
Un pastelote sin velas, una mañana sin canciones, excepto afuera en las calles; una caja sin regalos, una guitarra sin cuerdas y un aniversario en condiciones reflexivas, preocupantes para muchos.
Pero si el pasado es fulgor y memoria gustosa de cuando la Revolución se hizo gobierno, como habría dicho el ya mencionado Leduc, el futuro es enigma y posibilidad promisoria, al menos para quienes forman, a quererlo o no; ese grupo al cual en ingeniosa frase alguna vez Rubén Figueroa definió como la caballada, flaca o gorda, según se quiera ver, porque posiblemente uno de estos señores estará a fines de este año metido hasta el cuello en los afanes de una candidatura presidencial.
Por eso estaban ahí, Aurelio Nuño (sí, el niño Nuño), Enrique de la Madrid, Ildefonso Guajardo (sí, Guajardo); José Antonio Meade, Miguel Ángel Osorio, José Narro y notable por su ausencia, Luis Videgaray a quien las cosas le van últimamente de la “Trumpada”, pues ha puesto la patria en sus manos (bueno, la patria, patria, no; Enrique Peña), la sacrosanta obligación de defendernos del bárbaro del norte, encomienda para la cual no podría haber distracciones de ambición electoral, excepto si como dice un viejo colmilludo, fuera el verdadero “tapado”, tan cubierto como para no dejarlo ver en tan señalada ocasión en la cual los reflectores bañaron con indiscreta luz a los demás y a él no.
–Para protegerlo, para cuidarlo”, pues ya se sabe, la oscuridad o la luminosidad extrema, producen ambas el mismo efecto: no dejan ver.
Pero tiene los prisitas tiempo para los romanticismos simbólicos y se les entregan a militantes distinguidos sendos medallones al “Mérito Revolucionario”; piezas doradas cuyo fulgor ya lucen en el pecho de Manlio Fabio Beltrones y Rodolfo Echeverría.
“…¿Y que tienes en el pecho –decía Darío–, que encendido se te ve?
–El “Mérito Revolucionario”, ni más, ni menos. (Ándale, compadre).
Y hay también tiempo para recordar a Gustavo Carvajal, quien en años pasados descubrió el domicilio del demonio en el bucólico San Jerónimo Lídice de aquel tiempo, y cuyo deceso reciente muchos lamentamos todavía, como lo hacen los ex presidentes cuyo testimonio completa la ocasión.
¡Mírenlos, mírenlos, ahí están!
Jorge de la Vega, Adolfo Lugo, Humberto Roque Villanueva, José Antonio González Fernández (sí, hasta él fue presidente del viejo PRI); Cristina Díaz, Pedro Joaquín Coldwel, Manlio Fabio Beltrones, César Camacho…
¡Ay!, Plutarco, cuanta gente, cuánta historia, cuanta cosa en los archivos del tiempo, diría doña Chuy.
Pero pronto llegarán las elecciones y entonces veremos los cueros y las correas y los tronidos y los chicharrones; los perfumes y el jabón de olor; el fuego y las castañas; los gatos y las uñas; los caballos y los jinetes; las piedras y los caminos; los andares y los afanes, cuando de esta pobre fiesta ya no queden ni siquiera astillas en el polvo de la memoria.
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