El proceso político para renovar los miles de cargos ya sabidos tanto en lo Legislativo como en lo Ejecutivo, ha comenzado sin gloria pero con algunos rasgos de pena.

Más allá del derecho de cada partido para proponer a quienes convengan a sus intereses, queda en evidencia una realidad sencilla: no coinciden los intereses de los partidos con los proyectos de los votantes.

No del ciudadano adherido a una corriente política, sino del hombre común hundido  sus afanes y absorto en sus conflictos para quien las campañas son asunto de poco interés y en la mayoría de los casos materia de rechazo ante lo abusivo e invasivo de los anuncios obligatorios.

Como una nota al margen deberíamos alguna vez analizar desde la óptica de quienes tanto defienden en Radio y TV los “derechos de las audiencias”, hasta donde es justa esa avalancha de publicidad indeseada, grosera y abusiva cuya enorme volumen económico termina a la larga siendo pagada por los receptores del mensaje y no por sus emisores, pues todo cae dentro del paquete de tiempos gubernamentales.

Es un poco el abuso de los publicistas en los cines. Y no solo con los anuncios del Partido Verde tan criticados, censurados y multados por su abuso intrínseco. Quien paga por ver una película debe atragantarse con una publicidad indeseada. Los anuncios deberían ser exhibidos al final de la proyección; no antes.

Pero de regreso a las candidaturas y las campañas debemos reflexionar sobre la esperanza y la posibilidad.

La primera se desdibuja cuando vemos la repetición de las viejas fórmulas de convocatoria y persuasión y la segunda se escurre como el agua entre los dedos.

Paradójicamente hemos invertido decenas de miles de millones de pesos en la construcción de un sistema electoral cuya renovación se dio nada más en términos mecánicos, no de fondo. Las cosas siguen siendo iguales, tan parecidas a sí mismas como para descreer de los proyectos y los propósitos.

Los mismos mecanismos de reparto y recompensa, la elección de candidatos, la selección de aspirantes. Todo se repite con la precisión de un teatro guignol con las consecuencias de un montaje: tarde o temprano se cae o los espectadores y los actores terminan aburridos, con las mejores oportunidades desvanecidas.

Los dirigentes repiten sus modelos, se autonombran y nombran a sus incondicionales, se crean bloques grupos de poder dentro del partido cuyo destino es convertirse e un patrimonio de algunos, en perjuicio de su convocatoria pública.

La partidocracia, es verdad; no ha resuelto los problemas de una democracia enunciada en el mejor de los casos.

Pero las cosas son así y no hay indicios de una nueva forma de hacerlas ni de comprenderlas. Peor resulta la convocatoria al anarquismo de bloqueo, piedra y llama al cual invitan quienes quieren acabarlo todo sin proponer nada a cambio.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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