Los primeros libros de texto escolar distribuidos en pleno auge de la rimbombante reforma educativa, cuyas leyes secundarias están por discutirse en el periodo extraordinario de sesiones e la Cámara de Diputados, son una vergüenza.

Están plagados de errores, fallas y omisiones. Más de cien metidas de pata en los tiempos de la reivindicación estatal por la plena condición sin interferencias (sindicales, me imagino) para recuperar la rectoría del Estado en tan importante misión nacional.

Quizá un buen paso a favor de esa rectoría podría ser recuperar la ortografía, con perdón del ripio.

Nos enseña la prensa algunos botones de muestra:

“Los libros de texto que el próximo 19 de agosto recibirán los 26 millones de alumnos de preescolar, primaria y secundaria del país tienen imprecisiones que van desde errores ortográficos y dedazos, hasta instrucciones incorrectas.

“Tal como lo señaló el pasado 30 de julio la subsecretaria de Educación Básica, Alba Martínez Olivé, los textos que son la base académica para las clases diarias de los niños y en los que se basan los maestros “tienen defectos”, porque no sólo hay palabras mal escritas, sino que también presentan errores de diversos tipos.

“Entre las imprecisiones, algunos libros muestran palabras con fallas ortográficas como “ocaciona”, “contrarestan”, “físicomotrices” o “desiciones”, o palabras recortadas porque les falta una letra como “escola” en lugar de “escolar”, dos preposiciones juntas que confunden la lectura de la frase, acentos incorrectos e indicaciones erróneas en las que señalan un color que no es el que aparece en la figura.

“Por ejemplo, en la página 24 del libro de Ciencias Naturales de sexto grado de primaria resaltan dos palabras mal escritas; “ocaciona”, en lugar de “ocasiona”; mientras que a “contrarestan” le falta una “r”.

“La palabra “físicomotrices” se repite constantemente de manera errónea en los libros de Educación Física de primaria con la tilde en la “i”, la cual sobra porque la palabra compuesta lo elimina y se vuelve palabra grave…”

Y hay más, mucho más, pero a fuer de innecesarios los demás, con estos basta para darse cuenta de la chambonada de quienes hacen textos cuya perfección resulta indispensable.

–¿De quien es la culpa?

El gobierno nos dice con un jabón entre las palmas: cuando llegamos ya estaban hechos. Esto quiere decir, los hicieron los panistas de quienes cualquier cosa puede esperarse. ¿Quién? Josefina, Lujambio, el doctor Córdova? Nadie sabe. Quizá los revisó el “Monje loco”. Nadie supo.

Pero como todo debe ser motivo para elevar el pedestal, ya se halló de inmediato una forma de presentar los errores como un mérito: hubiera sido peor no decir nada, dice la sincera SEP.

Sí, y también hubiera sido mejor hacer bien las cosas, sobre todo si se toma en cuenta la carretada de millonarios sexenales provenientes de la Conaliteg, cuyo mismo nombre es ya un asuntos sintácticamente discutible, pues se llama “Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos”, cuando podría llamarse Comisión Nacional de los Libros Gratuitos de Texto Escolar.

Pero como a las oportunidades las pintan calvas, el secretario de Educación, Don Emilio Chuayffet, tan proclive él a salir en cuanto presídium haya o deje de haber y sonreír ante las cámaras y declamar sus discursos un día sí y otro también, ya se han inventado el santo remedio para librarnos de todo gazapo, amén: firmar un convenio con la Academia Mexicana de la Lengua, cuya condición de club vespertino de amigos memoriosos y buenos charlistas no se lleva mucho con la tremenda faena de corregir originales. Eso está bien para los galeotes y similares de las editoriales.

Veamos algunas explicaciones y otros antecedentes del asunto cuya triste condición de no serlo tanto, nos debería mover a la carcajada. El sainete de los “cultos” siempre da risa. No podrían ni con aquello de “Vaya, con la yegua baya que saltó la valla”.

Así lo relató CRONICA:

“En diciembre pasado fueron detectados errores ortográficos que, por falta de tiempo, no pudieron ser subsanados y están repartidos en los libros elaborados por la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg).

“En total, son 238,3 millones de ejemplares de los que se distribuirán 233,8 millones, mientras el remanente quedará en almacenes para reposición y reserva.

“Chuayffet deslindó a la actual Administración, encabezada por Enrique Peña Nieto, del asunto y dijo que los libros fueron aprobados con todo y errores por el Gobierno de Calderón.

“El director General de la Conaliteg, Joaquín Díez-Canedo, dijo esta semana que no vale la pena buscar a los responsables de los errores porque «podría tratarse de un corrector de estilo ‘freelance’ que gana 3 mil pesos (235 dólares)».

“En declaraciones al diario Milenio minimizó los errores:

«Un libro puede tener 75.000 palabras, o 100.000 en promedio. ¿Cuánto son 117 errores en 117 palabras de 100.000? (…) Es decir el 99,9 % es correcto, y eso es un grado de exactitud importante».

“A futuro, la SEP pretende que la Academia Mexicana de la Lengua se integre a un comité de revisión de los libros de texto.

“En declaraciones a Efe, el escritor y editor mexicano Juan Domingo Argüelles se mostró crítico con tal remedio.

«Los académicos no están para eso. Son los menos adecuados. Lo que se necesita son buenos correctores de estilo, y eso existe en México», apuntó este ferviente promotor de la lectura con 13 libros publicados sobre el tema, el último de ellos «Estás leyendo y no lees» (Ediciones B, 2012)”.

Dentro de todo estilo más jocoso es el argumento de Joaquín Díez-Canedo quien mucho heredó de su padre, pero no todo, no todo. Medir los libros por su cantidad de palabras y después sacar un porcentaje es una idiotez. Es como si uno dijera cuando un señor tiene un balazo en la sien (con “s”): es apenas el cero punto uno por ciento del tejido epitelial; el resto está bien.

Los errores en un texto son cualitativos, jamás cuantitativos. Más honesto hubiera sido imprimir 238.3 millones de hojitas con la fe de erratas. Y distribuirlos dentro del ejemplar, como se ha hecho toda la vida.

En este sentido una organización poco conocía pero seria, La Asociación Mexicana de Profesionales de la Edición, AC (PEAC), expresa su desaliento por el convenio entre la SEP ya la Madre Academia (o la hija, academia, pues aquella sería la Real y casi Pontificia de Madrid, como decía Raúl Prieto) pues hace de lado a los correctores profesionales.

“Todo sería una buena noticia –dice la citada asociación–, de no ser porque la AML asume funciones que no le corresponden ya que ése es un trabajo específico de los profesionales de la corrección.

“Ya que el secretario de Educación, licenciado Emilio Chuayfett, reconoció que “la corrección ortográfica es el pilar más importante de la comunicación, esencial para consolidar nuestra identidad cultural”, y que “la ortografía es, en este sentido, un deber (y) un derecho de los ciudadanos libres”, PEAC exige que esa tarea de corregir quede a cargo de los correctores de estilo, quienes en su mayoría están capacitados para ello y pronto serán certificados por las instancias competentes.

“A la vez, PEAC rechaza la desafortunada declaración del director de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, Joaquín Díez-Canedo, quien según reportes periodísticos dijo que: no vale la pena buscar a los responsables (de los errores gramaticales en los libros de texto) para sancionarlos, pues “podría tratarse de un corrector de estilo freelance, que gana tres mil pesos”. Tal postura evidencia un desprecio total hacia este gremio, que por criterios así ha sido marginado de la cadena de producción editorial pese a ser un eslabón importante de ella”.

–¿Entonces los correctores corrigen mal por recibir nada más 3 mil pesos? Pues denles más. ¡Ay!, Don Joaquín no derrame usted la leche, ni la mala leche…

LIBRO PERFECTO

Ignoro si la anécdota es cierta del todo, pero me contó Ernesto Mejía Sánchez sobre un libro perfecto cuya intención desvelaba a Don Alfonso Reyes.

Como dijo Borges, cuando pulió la última línea escribió un colofón triunfante: “Este no libro no tiene eratas”. Y en la ausencia de una tímida “r” metió la cola del demonio tipográfico.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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