En la historia reciente de la vida parlamentaria mexicana se recuerdan los debates de diciembre de 1996 cuando el extinto José Ángel Conchello y Humberto Mayans, senadores uno del Partido Acción Nacional y otro del Partido Revolucionario Institucional, pusieron contra la pared al actual presidente de la OCDE (catedral de la tecnocracia internacional) José Ángel Gurría (“El ángel de la “dependencia”) y le exigieron una explicación sobre el aprovechamiento de los mantos costeros en la zona limítrofe de los mares patrimoniales de Estados Unidos y México.

Como consecuencia de esos debates y más, de esa actitud de defensa patrimonial de los recursos energéticos comprendidos en la zona indefinida llamada “el hoyo de la dona” pues la zona circundante está bien delimitada, se acuñó el término del “efecto popote”, el cual ya ha mermado en perjuicio de México la feracidad de los depósitos de hidrocarburos, merced a una mejor tecnología de absorción y perforación en la zona del golfo.

Zona, por cierto, de la cual los americanos se quieren apropiar hasta en el nombre. Hace apenas unos días el “demócrata” Steve Holland, representante por una próspera localidad llamada Plantersville (Tx) presentó en el Capitolio una iniciativa de ley para rebautizar el Golfo de México como Golfo de América el cual «para propósitos oficiales (está) dentro (¿?) del estado de Mississippi».

Obviamente la bufonada de Mr. Holland no prosperó.Y él mismo se echó para atrás con el recurso siempre socorrido de “era una broma”.

Pero como nos lo dijo el Doctor Freud, nada revela tanto como una broma. Nada tan serio como el resorte del humor.

Las relaciones en este sentido han variado quizá por los datos comprendidos en este análisis del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM; en torno de los tratados marítimos de límites y la necesidad de las empresas americanas comprendidas en The International Association of Drilling Contractors y The Domestic Petroleum Council, de lograr delimitaciones más allá de las 200 millas y poseer “fronteras seguras y delimitaciones precisas, para la instrumentación de los cuantiosos proyectos norteamericanos de exploración y explotación de yacimientos de hidrocarburos, gas y otros minerales en el Golfo de México.”

Pero el asunto del “Hoyo de la dona” es una preocupación constante en la mente expansionista de la industria petrolera estadunidense y quienes con ella desean colaborar. Por lo pronto el asunto anunciado por el Presidente Felipe Calderón no puede ser más revelador.

Dijo él mismo:

“Estoy convencido de que el Acuerdo sobre Yacimientos Transfronterizos dará un paso significativo para nuevas puertas de desarrollo en nuestro país.

“Ratificamos que las fronteras no tienen por qué ser un factor de división o de disputa, sino que deben ser un factor de unión y de progreso.

“Sé que así se ha visto este Acuerdo, y eso motiva que se suscriba.

“Con esa visión, invito, desde luego, al Gobierno de los Estados Unidos, a que sigamos buscando soluciones a los temas de la agenda bilateral, que más preocupan a nuestros pueblos. Y sé que contaremos, como siempre, con su compromiso en los hechos”.

Más allá de la retórica, el acuerdo ofrecido hace apenas unos días nos deja a los mexicanos muchas interrogantes. La primera de ellas es cómo será explicado a los senadores de las oposiciones sin cuyo concurso no podría tener vigencia plena.

Lo segundo es si las oposiciones, especialmente el PRI van a dejar pasar esta bola rápida en pleno zafarrancho electoral entre acusaciones de espionaje, compra de votos y colusión con narcotraficantes lanzadas de un lado hacia el otro de la trinchera política.

Por otra parte el acuerdo sin atribuirle a ese hecho su ADN, deja sin oferta las tímidas propuestas de Enrique Peña Nieto para la apertura de Petróleos Mexicanos. A fin de cuentas los gringos nunca han querido nuestras empresas (sobre todo si están quebradas); han anhelado y logrado nuestros recursos tantas veces como han querido.

Y también podríamos decir algunas cosas sobre la vehemente defensa del presidente hacia nuestra condición de “buen vecino”. Dice Don Felipe: “Ratificamos que las fronteras no tienen por qué ser un factor de división o de disputa, sino que deben ser un factor de unión y de progreso”. Suena lindo, pero no es cierto, sobre todo en fronteras cuyo parto fue la guerra, como es el caso.

“Tu mutilado territorio”, decía López Velarde. ¿Las fronteras no deben ser factor de divisón? Quizá los miles de mexicanos muertos en el intento por cruzarla del norte mexicano puedan ofrecer otra clase de argumentos.

No son factor de disputa nos dice el presidente mientras un letrero puesto por él mismo en Ciudad Juárez les reclama a quienes viven allende la línea: “no more weapons”.

“Estoy seguro –dijo con la pluma en la mano–, que este acuerdo traerá grandes beneficios para nuestros pueblos, siempre con absoluto respeto a nuestra soberanía y fortalece nuestro carácter, no sólo de vecinos, sino, también, de aliados y de amigos”.

Pero no todos los mexicanos estamos tan seguros.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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