Inicialmente el presidente de la República, Enrique Peña Nieto había decidido no acudir a la Sesión Especial de la Asamblea  de las Naciones Unidas Sobre las Drogas, pero hayan sido por las presiones internas o las externas (también las hubo), decidió participar y lo hizo con un notable éxito.

No sólo por su condición de país convocante sino por haber aplicado una técnica infalible para triunfar ante cualquier auditorio: decirle todo cuanto ese público quiera escuchar.

Fue un discurso, dirían los clásicos, a la altura de nuestros tiempos. ¿Cuáles? Los tiempos impuestos por la avalancha permisiva. Si en los Estados Unidos no se hubiera legalizado la producción y distribución; además del consumo de cannabis, ni veinte Naciones Unidas estarían estimulando este debate cuya finalidad es la despenalización. De otra manera, si se quisiera dejar todo como está, no habría convocatoria, ni discusión, ni cambio.

Quienes descreímos desde un principio de la inutilidad de debatir internamente, al menos en México, algo ya “legislado” de hecho por la Suprema Corte, no estábamos demasiado lejos de la verdad. Si la justifica reconoce como un derecho Humano la libertad de meterse en el cuerpo cualquier sustancia, prohibida o no hasta ahora, y hacerlo con  fines lúdicos y recreativos, ya no tiene sentido ni siquiera discutir. Es cosa juzgada.

Pero lo importante, en otro sentido, es la definición sobre cómo se perdió la guerra. Hace unos meses lo insinuó el secretario de Gobernación. Miguel Ángel Osorio,  cuando habló del equivocado enfoque del calderonismo sobre la guerra en la cual este gobierno se vio obligado a persistir no por convicción sino por circunstancia. Hoy Peña lo explica de manera dramática en Nueva York:

“El esquema basado esencialmente en el prohibicionismo, la llamada guerra contra las drogas, que se inició en los años 70  –dice EPN–, no han logrado inhibir la producción, el tráfico,  ni el consumo de drogas en el mundo.

“El narcotráfico sigue siendo una de las actividades más lucrativas del crimen organizado y un factor decisivo para su expansión transnacional.

“Inevitablemente, el negocio ilegal de estupefacientes ha generado muerte y violencia, principalmente en los países productores y de tránsito.

“Durante décadas, México ha sido una de las naciones más comprometidas contra el problema de las drogas.

“Mi país forma parte de las naciones que han pagado un alto precio, un precio excesivo, en términos de tranquilidad, sufrimiento y vidas humanas; vidas de niños, jóvenes, mujeres y adultos.

“Como pocos, conocemos las limitaciones y las dolorosas implicaciones del paradigma eminentemente prohibicionista.

“Por eso, durante mi Administración se ha buscado atender el fenómeno de las drogas de una forma más integral, con una estrategia que evita generar mayor violencia y en la que prácticamente participan todas las Secretarías del Gobierno de México.

“Para reducir la oferta de drogas, se ha hecho frente al crimen organizado, con una mejor coordinación entre autoridades, el uso de sistemas de inteligencia y la desarticulación de sus estructuras operativas y financieras.

“Con ello, hemos logrado la detención de los principales líderes criminales y se ha acotado la violencia a regiones específicas del país, con una consecuente reducción en las tasas de incidencia delictiva.

“Además, a través del uso de tecnología e información, estamos localizando, identificando y destruyendo sembradíos y laboratorios de droga.

“A su vez, para reducir la demanda nacional, hemos reforzado las acciones de prevención entre niños y jóvenes, así como el tratamiento de adicciones.

“Este esquema se ha complementado con la prevención social de la violencia y la delincuencia en comunidades vulnerables.

“Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados y los resultados alcanzados, no estamos totalmente libres de la amenaza criminal, mientras siga existiendo una creciente demanda internacional de estupefacientes”.

En esas pocas palabras se encuadra una circunstancia nacional gravísima.

Por esa guerra equivocada se llegó a una generalizada situación de violencia; por esa guerra se acentuaron las violaciones de los Derechos Humanos, por esa guerra se derramó sangre inútilmente, por una guerra cuyo resultado final, hasta ahora, es este, en breve:

“…no han logrado inhibir la producción, el tráfico,  ni el consumo de drogas en el mundo”.

Entonces, ¿para qué?

Ahora es el tiempo de las otras preguntas: ¿De veras la liberalización del consumo nos va a permitir una vida sin  violencia proveniente de los clandestinos narcotraficantes?

Si la tolerancia sustituye a la prohibición, llegaremos, con todas sus consecuencias a un país “enmariguanado” de personas estupefactas por los efectos de los estupefacientes.

Porque a estas alturas los fines medicinales del cannabis (dos o tres sustancias ya comercializadas desde ahora) no son un  argumento creíble para nadie.

Para nadie cuya finalidad no sea buscar pretextos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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