Las explicaciones ofrecidas por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong en torno de la evasión de Joaquín Guzmán Loera del vulnerado penal de Almoloya (piadosamente rebautizado como Del Altiplano para no herir la susceptibilidad de los lugareños), no hicieron sino aumentar los márgenes ante lo incomprensible, excepto por un detalle de certeza: renunciar equivaldría a dejar el tiradero en la comodidad de un con su permiso, a ver quién resuelve todo esto.
Primero resolverlo, después… ya veremos a dónde nos lleva todo esto.
Nadie duda, ni dudaba antes, de la compleja red de sistemas físicos y electrónicos para la vigilancia de los presos, pero precisamente esa intrincada maraña de retenes, cámaras, rondines, dispositivos electrónicos, postas y demás, así como un certificado americano (como si esa certificación fuera un instrumento invulnerable y no un papel membretado), hace incomprensible su fragilidad si nada más se hubiera contado con el interesado disimulo de los custodios y el personal cotidiano dentro de la cárcel.
La fuga, quizá, se ideó y dispuso desde la prisión, pero se ejecutó desde fuera, aun cuando si uno usa un poco la lógica se da cuenta de la “ley de los extremos”, ¿dónde empieza un túnel y dónde acaba?
Si atendemos a la imagen de los funcionarios y algunos legisladores atentos a la observación del rectángulo de la evasión (del tamaño de un registro de drenaje, cuando más); es posible advertir un emboquillado profesional, lo cual prueba, para cualquier maestro de obras, cómo lo comenzaron de arriba hacia abajo. Nadie hace un pasadizo vertical de diez metros comenzando por abajo. Se comienza en el suelo y se cava hacia el subterráneo. Quizá simultáneamente se pueda iniciar la excavación por el otro extremo para encontrarse en el medio, pero cómo se hizo lo del interior? Esa es la gran pregunta
–¿Y cómo se perfora un piso de concreto sin hacer ruidos delatores? Esa es la otra.
Todas esas preguntas se deberán responder en su momento y lo deseable sería no dejar pasar el año utilizado para construir el ducto de la fuga. Si lo hicieron en un año bastaría la mitad de ese lapso para saber, con certeza quién, cómo y bajo cuales ojos disimulados se hicieron tantas cosas prodigiosas, sorprendentes y vergonzosas a final de cuentas.
La declaración ante los medios de la tarde del lunes borró muchas dudas pero atrajo otras. Es natural. Una de ellas es la explicación de esos motivos de “Derechos Humanos” por los cuales tan complejo mecanismo de vigilancia y supervisión constante se topó de pronto con dos “puntos ciegos” originados en el respeto a la privacidad y demás consideraciones sensibleras.
También se debe explicar cómo influyeron esos campos de ceguera en la fuga del señor Guzmán y si el dispositivo de rastreo (brazalete, dispositivo injertado o cualquier otro ingenio) también sufrió pérdida de la vista o simplemente se apagó con el agua de la regadera. ¿Lo llevaba puesto y funcionando en el momento de la fuga? Nadie de los periodistas presentes en la conferencia se lo preguntó convenientemente al secretario, los reporteros (no todos, es verdad) prefirieron repetir lugares comunes en una mediocre exhibición de pocos recursos en la búsqueda de datos para explicar los hechos.
Por lo pronto el asunto ya le cuesta al gobierno cinco millones de dólares más. Como si el descrédito no fuera suficiente aunque no se pueda tasar en rútilas monedas. Esa es la oferta para cualquier soplón, delator o chismoso cuyos datos ayuden a recapturar al burlón y evasivo narcotraficante ante cuya audacia exitosa ya se expresan corrientes favorables de opinión.
“El sí sabe cómo hacerlo”, dicen en abierta paráfrasis de un viejo lema de campaña presidencial.
Si la obra física para sacar a Guzmán de la máxima seguridad imaginaria del Altiplano necesitó el concurso de 200 o 300 personas, vaya usted a saber, cuántas trabajaron para arroparlo, cuidarlo, protegerlo, esconderlo y moverlo una vez fuera de la cárcel de papel? Miles.
Quizá lo sacaron del país, quizá lo escondieron en un “bunker” serrano o vive ya en un submarino como el “Nautilus” de Julio Verne. Posiblemente lo llevaron ya con un cirujano hasta dejarlo irreconocible como quisieron hacer –dicen—con Amado Carrillo (o lo podrían transformar como al papá de las Kardashian).
Nadie sabe excepto quienes saben pero no conocemos, pero la capacidad de organización de este criminal cuya vida ha sido una constante lucha a muerte por la supervivencia en el mundo más peligroso del planeta entero, supera la imaginación de muchos.