Una de las cosas más chocantes (al menos para este redactor) son los periodistas papales. No les digo papistas, sino pontificales. Son quienes se ponen la casulla del obispo de la opinión y dictan cátedra desde su propio púlpito.
Escribe y escriben en torno de una supuesta ética en la cual y por desgracia a veces, se atropella la gramática.
Esta conducta se ha visto distorsionada por los recientes escándalos de un señor cuya vida ha sido precisamente eso: un escándalo, al menos por la forma como expandió sus negocios (digo negocios, no medios) desde Australia a la Gran Bretaña, en el camino de regreso del hombre encadenado cuya pena se iría a purgar a los castillos de Port Arthur, en el rincón austral del mundo hace ya muchos años.
El problema de quienes hoy defienden a la prensa (y lo uso como sinécdoque de cualquier medio, excepto las redes sociales) es la falta de ejemplos con los cuales probar sus declaraciones de pureza.
No hablaré de este país para no ofender a nadie, pero la “Gran prensa” americana es a veces para dar vergüenza. La forma como interviene en sus criterios editoriales el Departamento de Estado, la manera ruin como defienden los puntos de vista de las corporaciones a las cuales sirven y su permanente exaltación de la pax americana son para dar asco.
Y eso por no hablar de las pifias de sus mesas de redacción donde los más famosos reporteros, algunos distinguidos con su famoso premio Pulitzer han sido desenmascarados como maestros de la ficción literaria aplicada a los reportajes de “revelaciones” sobre hechos inexistentes.
Se dio el caso de una joven ganadora del Pulitzer hace ya más de una década, quien halló en los suburbios de Washington a un niño heroinómano de ocho años de edad, cuya desgarradora historia (negrito, hijo de puta adicta, padre indefinido, promiscuidad incontenible) vino siendo como la del niño mexicano atrapado en los escombros, cuya larguísima agonía llenaba y llenaba periódicos durante el terremoto de esta ciudad en 1985.
Hoy nos dice uno de estos pontífices (experto en el uso del micrófono-metralleta) cuyo artículo se publicó el domingo en “Reforma”:
“Esto del periodismo es algo muy frágil; es una simple cuestión de confianza. Es algo casi religioso (¿?). Crees en un medio o no crees. Y si pierdes la confianza, nunca más la vuelves a recuperar.
“Los pilotos saben volar aviones. Los futbolistas meten goles (no todos). Y los cerrajeros abren puertas (y también hacen llaves) . Ése es su oficio. El oficio del periodista es que te crean. Punto. Si no le crees a un periodista, de nada sirve su trabajo.
En su descripción más sencilla, los periodistas decimos y escribimos lo que vemos y lo que nos enteramos. Ni más ni menos. Y ahí radica nuestra fuerza. Le contamos al mundo lo que pasa (a veces le decimos lo que nos dicen que pasa), que no es poca cosa”.
Dejando de lado las imprecisiones propias y el ralo estilo de quien escribe para TV (o sea; no escribe), este credo es verdaderamente pueril.
El caso Murdoch al cual se refiere con escándalo de condena en líneas posteriores de su encíclica, no tiene relación ninguna con la verdad ni con la mentira. Los hechos trepidantes no fueron condenados tras su impresión en “Noticias del mundo” por su inexactitud sino por la forma delictuosa como fueron obtenidos. No mintieron, lograron la verdad mediante el espionaje telefónico entre otros heterodoxos procederes.
Y eso mismo han hecho en México quienes divulgan por encargo videos o grabaciones obtenidas ilegalmente por ellos o por terceras personas quienes los usan de manera aleve para golpear a enemigos políticos. El caso del ex gobernador Marín, es un ejemplo.
Los video-escándalos de René Bejarano fueron obtenidos por el espionaje de una compañía cuyo dueño grababa las dádivas a las cuales se había comprometido para lograr a cambio obras y contratos. Pero como el uso del material (de ninguna manera hazaña periodística) allanaban el camino a la continuidad de un partido en el gobierno. Muchos aplaudieron y pocos cuestionaron la ética de los medios y sí condenaron la inmoralidad y la vinculación política de los negociantes.
Los medios espían o adquieren material ilegítimo del gobierno o de otras fuentes casi siempre misteriosas y encobijadas en la falsedad del anonimato. Por eso no se vale pontificar con aquello de la pureza.
BENITEZ
“¿Vamos a empezar a reelegir presidentes municipales, después a diputados locales, luego a diputados federales, a senadores y a gobernadores? Al rato, otro loco en la Presidencia de la República va a querer reelegirse también”.
Lo anterior lo advirtió el presidente de la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados, Humberto Benítez Treviño en el reciente Foro: “Democracia Participativa y Reelección” y voto a tal si no le asiste la razón.
El problema es cómo los políticamente correctos nos han deslizado la patraña de la reelección como garantía de la calidad legislativa o la buena gestión administrativa.
Y como viene de la grandilocuencia académica, nadie lo critica o lo califica como corresponde: una engañifa.