Al dar comienzo formal el periodo electoral y las campañas, el presidente de la Republica se metió de lleno (una vez más) mediante el aparente recurso de confirmar su respeto a las leyes y la petición de ayuda a su parroquia mañanera, para recibir de ellos advertencia y claridad cuando la conversación se salga de los lineamientos establecidos por las normas electorales.
No insulta el presidente de esa manera la inteligencia ajena, más bien insulta la propia, porque no es comprensible para un hombre de tales alcances políticos, la necesidad de recibir de parte de Lord Molécula –o cualquiera otro de sus paniaguados y paniaguadas matutinos–, advertencias para comprender los vetos electorales.
El asunto de las restricciones, como sabemos no va con su temperamento, pues siempre ha vivido o en el filo o al margen del dicho en códigos y reglamentos. Cumplir con la ley, como todos sabemos, no es una de sus actitudes favoritas. Un hombre cuyo credo personal es la autoridad moral por encima del canon, difícilmente puede –unos cuantos días después– confirmarse como respetuoso de la norma.
Lo más sencillo sería suprimir las conferencias durante el periodo electoral. No es tanto. Pero eso es imposible.
A fin de cuentas, las mañaneras no son –ni han sido– reuniones informativas. Toda la vida han servido para apuntalar políticas de gobierno, desviar la atención, capturar el espacio de análisis público y –en una palabra—gobernar a través de la palabra. Nada más.
En agosto del 2021, él mismo así lo explicó:
“…Hay algo que es muy importante, hay millones de comunicadores en las redes sociales, si no fuese por eso y por la mañanera y por la inteligencia innata de nuestro pueblo, ya nos hubiesen destruido, no hubiésemos resistido porque es día y noche en contra”, expresó el presidente Andrés Manuel López Obrador sobre el manejo informativo en medios de comunicación”.
A cambio esto se ofrece:
“…Vamos a informar y llevar a cabo este diálogo circular, entre todas y todos ayudamos. Les pido cooperación, para que si hay un tema que no debemos de tocar. Nosotros mismos nos autolimitemos. Si les parece, ya ustedes me dicen si puedo o no puedo, pero ayúdenme para que no se dé ningún motivo, pero además que no violemos la normatividad…»
El reconocimiento de las capacidades preventivas e interpretativas de la ley y el riesgo de pasar sobre ella en las conferencias, con ampulosidad llamadas diálogos circulares (¡Ay!, no “memes”, puros tuits), es otra tomadura de pelo. Una más.
Si el presidente en verdad quisiera salirse del escenario en tiempos electorales, habría comenzado a hacerlo desde mucho tiempo atrás, porque esgto nno comenzó el primero de marzo, como dice el INE. Ahora ya es demasiado tarde para disimular una conducta arraigada, crónica.
Por una parte, quiere conducir el proceso con el agua para su molino a través del ataque al bloque conservador y todo el repertorio de los últimos años, y por la otra ser el Lazarillo de su candidata a quien le sirve de bordón, guía y “coach”. La lleva paso a paso sin disimulo alguno. Ha llegado incluso a decir: me va a suceder alguien que piensa como yo. Mejor que yo, lo cual como elogio resulta sumamente relativo.
Pero hoy les pide a los asiduos la luz de sus menguadas linternas y sus foquitos de veinte vatios.
–Oiga, Don Mole (apócope cariñosa de Moléculo, si usamos el lenguaje inclusivo) ¿y si hablo de las bondades del Tren Maya y le pido a la candidata a un viajecito por Motul y lo pongo en la pantalla del diálogo circular será violatorio de las leyes electorales.
–No en su caso, señor presidente, usted tiene fuerza moral; no fuerza de contagio violador.
–Gracias, Don Mole… ahí pásese a ver a Chuchito para ver lo suyito…
Ese diálogo resulta tan absurdo como para ser posible.