calderon

Hablar para nada, decir sin decir es parte de la vieja costumbre nacional de las palabras sin sentido ni sustento ni responsabilidad. La palabra no es una cadena. Con la suficiente demora para mostrar el poco interés sobre la ilegal y atropellada convocatoria de Mauricio Fernández sobre los grupos rudos de limpieza y su inexplicable clarividencia sobre crímenes ocurridos a cientos de kilómetros de su casa, el presidente Felipe Calderón ha dicho quizá la última palabra: nada por encima de la ley.

Había estado el jefe de las instituciones muy prolijo en la exposición analítica de los ingredientes de la crisis y los recursos de su solución en una reunión sobre inversiones en México. Había comparado el actual desastre con calamidades anteriores y obviamente calificado las actuales medidas como las mejores en bien de la patria.

De pronto incorporó al análisis el asunto de la seguridad pública y su relación con la inversión y la tranquilidad necesarias para hacerlo frutificar y, como quien no quiere la cosa, así nomás, aludió al tema de los comandos del alcalde sanpetrino, quien no fue mencionado por su nombre ni sus iniciativas citadas con claridad.

Alusiones, palabras veladas. Como antes, lectura entre líneas.

“…Y también, desde luego, amigas y amigos –dijo–, tenemos que seguir transformando y reformando la lucha por la seguridad pública en el país. Porque México tiene que afianzarse como una nación donde la seguridad y la certidumbre de los ciudadanos, de los visitantes, de los turistas, de los inversionistas estén plenamente garantizados.

“Porque sólo en el Estado de derecho puede florecer la economía y la vida social ordenada, porque sólo en el Estado de derecho puede volver la tranquilidad a las familias y a las comunidades, porque sólo el Estado de derecho puede favorecer horizontes de planeación e inversión de largo plazo.

“Y porque la tarea más importante del Estado, amigas y amigos, es esa: cumplir y hacer cumplir la ley. Es lo primero a lo que nos comprometemos los gobernantes. Y en esto el gobierno federal es absolutamente claro: hacer cumplir la ley sólo por la vía de la ley misma, que es la fuente de toda legitimidad”.

Como ejemplo del lenguaje cifrado este texto del licenciado Calderón es impecable. Como una opinión definitiva en torno de una convocatoria al delito desde el poder municipal por parte de un correligionario, parece algo dicho para salir del paso. Pero muchos dirán: es el estilo del Presidente. Aludir para dejar en claro su opinión sobre un tema sin llegar a una confrontación con alguien distante de su nivel de estadista, lo cual no deja de ser cierto.

Este es uno de los casos en los cuales no queda más remedio sino decir: bueno, peor hubiera sido ni siquiera rozar el tema ni siquiera aludido al caso. Insuficientes o no, pero las palabras presidenciales siempre tienen un peso.

Quizá en eso pensaba Harry S. Truman cuando puso sobre su escritorio un cuadrito con la leyenda “The ‘buck’ stops here”. “Aquí se detiene la lana (o la negociación, o el asunto o el tema)”.

En México, cuando el Presidente habla de algo, el asunto se termina. Por desgracia eso no resuelve nada. Pero cumple con un requisito verbal al menos. Un pronunciamiento sin consecuencias, como lo será también la presentación del alcalde Fernández ante el Ministerio Público. No pasará nada.

En ese sentido, el gobernador Rodrigo Medina el sábado anterior fue mucho más claro y definitivo:

“Quiero dejar muy claro algo: en Nuevo León no se van a permitir grupos que actúen al margen de la ley… si este grupo al que él se refiere de limpieza actúa dentro de los márgenes de la ley y está conformado por elementos oficiales, elementos de gobierno, bueno, pues puede actuar, pero no toleraremos ni permitiremos a grupos fuera de la ley que estén precisamente al margen porque no podemos combatir a la delincuencia con delincuencia, tal como lo dijo el secretario de Gobernación… La actitud de entrarle al tema de combatir a la delincuencia es muy positiva, siempre y cuando, insisto, sea conforme a la reglamentación, a la ley, y nunca al margen de ella”.

El gobernador le pidió a Mauricio Fernández una pública retractación de las convulsivas palabras sobre sus afanes justicieros. Obviamente, Mauricio –para ponerlo con sus palabras– no dijo ni madres. Y en el MP –si nos atenemos a sus dichos previos– sólo repitió las contradicciones dichas a los medios.

Hablar para nada, decir sin decir es parte de la vieja costumbre nacional de las palabras sin sentido ni sustento ni responsabilidad. La palabra no es una cadena. En este país es una resbaladilla; decir frases enmascaradas, oraciones fuera de toda posibilidad de reclamación posterior; expresión cimera de la capacidad del disimulo donde la política mexicana lleva la ambigüedad, el disfraz y la simulación a grados de excelencia artística.

Sólo aquí es posible un diálogo político entre el Presidente y un aspirante a sucederlo en términos más o menos como este:

–Vengo a decirle, señor, sobre mis aspiraciones, ¿cree usted que tengo derecho a albergar aspiraciones?

–Tenga usted cuidado, licenciado, hay aspiraciones posibles y otras mayores. Defina sus alcances y cuente siempre con mi amistad y mi respeto. Nada por encima de la ley, pero con pleno respeto para nuestros adversarios. Usted lo sabe…

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona