Pero además de su enorme hondura emocional, el libro de Rafael Pérez Gay tiene otro mérito. Sin tonos panfletarios o moralinas de clase media. Exhibe y comenta algo presente en el México del 2006.

—Compañero, créamelo, el subdesarrollo es parejo. Por eso de nada sirven los economistas, ellos sólo piensan en producción, dinero, ingresos salarios, productos brutos y competitividad. Y de los tecnócratas, ni hablamos, ésos son superficiales, pragmáticos y acomodaticios a las leyes de un mercado injusto y rapaz. Ninguno de ellos tiene corazón.

Fumaba entonces el maestro y seguía:

—Por eso, lo que nos debe preocupar es el otro subdesarrollo, el que nos ha hundido en una mediocridad nacional, en un país donde los pintores, los coreógrafos, los novelistas y los creadores en general se han vuelto más amigos de los mercados del arte que de sus propias sensaciones. Los escritores, por ejemplo, viven para los concursitos de las editoriales españolas. Planetos y alfaguarpos. Pura masquiña efímera. Cada año sale uno nuevo y del anterior ni quién se acuerde. Desechables como las canciones de Paulina Rubio o los discos de quien usted quiera.

Puros recursos con los que los madrileños y catalanes han querido repetir el boom. Pero no se puede hacer un boom sin talento; sin Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa. Y eso por no decir los mejores latinoamericanos cuya literatura nunca necesitó el explosivo mote de la bomba.

Por eso esta columna, dentro de esa enseñanza del maestro cuyo nombre me reservo, hoy quiere dedicarse a la literatura, a unas letras recientes cuya naturaleza podría ser la crónica íntima o simplemente un audaz ensayo sobre los sentimientos del hombre, lo cual es a fin de cuentas la esencia de cualquier literatura. En la creación, quien prescinde del yo, prescinde del mundo. Y quien abusa del espejo, se olvida del mundo.

He leído con una cierta congoja el texto entrañable de Rafael Pérez Gay llamado El cerebro de mi hermano y no dudo en decirlo: han sido muchas de sus 139 páginas un desalmado golpe en el alma. Muchos momentos con el nudo en la garganta, si se me permite esa vieja expresión cuyos mejores momentos están en las películas del melodrama nacional.

Muchos podrán atribuir esta emoción literaria a la cercanía de algunos momentos con José María Pérez Gay, cuya presencia disfruté en no pocas ocasiones. Pero no. Quizá haber conocido al personaje cuya marcha rumbo a la negrura de los olvidos, las incapacidades y al fin la muerte es la materia de estas palabras dolidas y bien construidas por su hermano Rafael, me permita confirmar el más literario de los méritos de estas páginas llenas de dolor: la sinceridad. La autenticidad de alguien cuya prosa cae en la más rotunda de las necesidades del arte, la pérdida del pudor, la exhibición a cuerpo limpio, el salto al ruedo sin las muletas del decoro, la discreción o la falsedad del “buen gusto”.

Pérez Gay habla de su hermano en tonos de sincero dolor, de grave arrepentimiento y hasta de penitencia pública.

—…Con los años –dice en alguna parte del texto—, las despedidas se vuelven cada vez más difíciles. En esos días me costó un enorme trabajo despedirme de mi hermano…

Frente al ataúd de mi hermano, una tempestad de emociones me impedía escuchar las condolencias de los amigos. Aturdido por su muerte, fatigado por las horas sin dormir, impresionado por el tiempo que había pasado ante su cadáver tendido en la cama que ocupó una parte de su estudio, de su biblioteca, entre a la capilla ardiente a decirle adiós.

“Horas después y al amanecer del domingo y después de elegir al ataúd, me separé del grupo familiar y caminé por una de las avenidas arboladas del Panteón Francés. Me seguía una sombra. Busqué dentro de mí y lo supe con una punzada en el estómago, se llama desamparo.”

Pero además de su enorme hondura emocional, el libro de Rafael Pérez Gay tiene otro mérito. Sin tonos panfletarios o moralinas de clase media. Exhibe y comenta algo presente en el México del 2006. La división (llamarlo polarización es caer en una exagerado lugar común) generada por la política de la derecha dudosamente triunfante y la izquierda dudosamente derrotada. Hundidos en una duda de la cual nadie nos quiso sacar, los mexicanos comenzamos a dividirnos en pro y contra.

José María Pérez Gay era uno de los más sinceros activos de Andrés Manuel. Uno de los pocos cuya inteligencia le daba lustre a su mesianismo. Su hermano Rafael criticaba al caudillo un día sí y el otro también.

—¿Por qué te molesta Andrés?

—Voté por él. Te voy a decir que me molesta de él: que sea un conservador de izquierda. Nunca militaste ni hiciste política activa, Pepe, ¿por qué ahora?

—¿Has visto el país —,me dijo con genuina intensidad. López Obrador es un hombre honesto. Además, Andrés es mi amigo, como mi hermano.

—Dime sus posturas ante la interrupción del embarazo –le salí al paso—, del matrimonio gay, la adopción en parejas del mismo sexo, la despenalización de las drogas. Dime. No sólo tienes que levarte dinero a puños a tu casa para ser deshonesto. Ahora, si es tu hermano, que lo sea, pero no mío.

“Algo se rompió en ese intercambio. Ambos supimos guardar esa verdad dentro de nosotros para evitar una separación definitiva”.

Gran literatura, comparable por su intensidad y limpieza a la carta de Henestrosa a su madre, al Itinerario del intruso de Julio Derbez y a tantas y tantas cosas leídas con gusto, placer, dolor y orgullo. Gran literatura en el páramo subdesarrollado de tantos charlatanes con editorial y mala prosa disfrazada de vanguardia chacharera.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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