El nuevo gobierno, cuya propaganda nos ha prometido la inminencia de una Cuarta Transformación, una revolución Pacífica, el cuarto estadio histórico de la Nación de historia estancada; una etapa feliz de concordia, honestidad, paz, justicia y amor, se acerca ya de manera inexorable y sus actos visibles, sus modos, su estrategia, sus habilidades, en la etapa de transición entre un tiempo en desvanecimiento y un futuro en ilusión, nos hacen imaginar, con ciertas bases, un porvenir lejano del idilio prometido con una realidad intransigente.

Como parte de los nuevos modos y la habilidad natural del líder del movimiento para mantener la dinámica como fórmula de mantener la atención del público, a la manera del funámbulo en la cuerda, transitamos ahora por un tiempo de contradicciones, equívocos y tropiezos (conjunto al cual algunos irrespetuosos llaman ocurrencias), cuya persistencia, de llegar a ocurrir, nos llevará a un gobierno sin médula o desvertebrado.

Si el asunto del aeropuerto se pudiera usar como ejemplo del método futuro de gobernar, las cosas no parecen que obedecerán a un plan, sino a una manifiesta capacidad de adaptación.

Los ciudadanos amanecemos cada día con una nueva posibilidad para resolver un problema cuya solución ya se conoce. Dicho de otro modo, un asunto ya resuelto, se presenta como un problema recientemente visibilizado. Así podemos ­llegar al infinito.

Si la campaña de Morena tuvo como una de sus ofertas electorales más llamativas la cancelación del aeropuerto de Texcoco, por su origen peñista priista, no por su viabilidad técnica o la exactitud del proyecto en desarrollo, ya no habría sido necesario fingir una consulta a la cual a cada momento le brotan tartajosas explicaciones por parte del señor secretario (futuro) de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, quien se da tiempo para exhibir una charola aun no existente y amenazar a Azucena Rodríguez, la abogada de los concesionarios de una mina de la cual se extraen materiales para la obra del NAIM, durante un recorrido de inspección acompañado de doña Josefa González Blanco, también en la exhibición de su ­futura condición de intocable de gabinete presidencial. El otro fuero.

Por lo pronto el “influyentismo” ya ha sido modificado por la Cuarta Transformación. Antes los diputados de chamarra y sombrero tejano le decían a cualquiera:

—Usted no sabe quién soy. No sabe con quién se mete.

Hoy los futuros secretarios del gabinete presencial ­advierten, avisan o amenazan, con el preventivo discurso de:

— Usted no sabe quién seré. Usted nos está corriendo— dice Jiménez Espriú.

— No lo estoy corriendo, le digo nada más que se retire de una propiedad privada.

— Es lo mismo. Pero aquí nos vemos el dos de ­di­ciembre.

Aunque más allá de ese episodio anecdótico y quizá intrascendente (pero significativo para quien quiera en él hallar indicios del porvenir, o la radiografía actual de todo este embrollo innecesario sobre el aeropuerto o los muchos aeropuertos), es parte de una política errática y desvertebrada.

Primero fue la cancelación definitiva de una obra ejemplar de la corrupción, el despojo, el autoritarismo y todo cuanto se dijo en favor de la propaganda electoral.

Después ya fue la posibilidad de hacer una obra similar, a cincuenta kilómetros de distancia, en la base de Santa Lucía, en el municipio de Tecamac, Estado de México, cuya planicie es idónea para un aeródromo y ­hasta para una enorme terminal. Luego una consulta para decidir entre ambas opciones a pesar de las complejidades y dificultades técnicas de convergencia de las ­trayectorias aéreas.

Y uno se pregunta si la cancelación sustentada en la fuerza moral era como la patria, “impecable y diamantina”, ¿cuál es la necesidad de compartir la responsabilidad de decidir, mediante una consulta metodológicamente, hasta ahora, sin pies ni cabeza?

Ninguna, excepto mantener el movimiento en movimiento.

Y si todo eso no fuera poco, ahora le ha brotado otro capullo al espinoso rosal: mejor le metemos dinero bueno al deficiente y carcachoso aeropuerto de la ciudad de México, cuya segunda terminal se hunde en el cieno, y otro tanto al aeropuerto de Toluca (cuya altura es un impedimento para ciertos aviones), y dejamos las cosas para mientras, porque de todos modos no vamos a terminar antes del 2024.

Y como vivimos en un país de frases rimbombantes, sustituimos todo este infinito rollo del interrogatorio colectivo, por una nueva pregunta al aire: el Sistema Aeroportuario del Valle de México.

Mucho mejor sería cumplir con la promesa inicial: se cierran las obras del NAIM, se opta por las pistas de Santa Lucía y se le ordena a la realidad un severo ajuste a los dictados de la promesa.

O bien, ante la imposibilidad de cumplir con una ­promesa mal informada, se prosiguen las obras del NAIM, con inversión privada como le corresponde a todo gobierno antineoliberal, y Sanseacabó.

Pero todo este manoseo solamente nos conduce a un final previsible: se va a tomar la peor decisión. Quizá la mejor justificada, la mejor admitida por chairos y zombies; la más correcta políticamente, la más satisfactoria para macheteros y campesinos sin campo, pero la peor en términos funcionales y de crecimiento aeronáutico para el país.

Y eso será así, sin remedio, porque cuando se ­meten demasiados cucharones en la sopa, y no siempre de cocineras con talento, los potajes salen incomibles. Y así va a ocurrir en este caso.

LEVA

James Montgomery Flagg fue un artista prodigioso.

A los 14 años de edad ya le vendía sus dibujos a las revistas Life Magazine y The Judge, en los lejanos albores del siglo XX, durante el cual engalanó las paginas de Photoplay, McClure’s Magazine, ­Collier’s Weekly, Ladies’ Home Journal, Cosmopolitan, Saturday Evening Post y Harper’s Weekly.

Se trata, indudablemente de uno de los más grandes ilustradores de la vida americana. Como ­Norman Rockwell, quizá. O en otro plano, Edward ­Hopper. En fin.

Montgomery Flagg, durante la Primera Guerra Mundial, hizo un cartel de propaganda para el reclutamiento. El índice firme del Tío Sam con sus blancas barbas de derviche y su estrellado sombrero de copa, sus ojos de fuego persuasivo y el eslogan:

“Te quiero a ti para el Ejército de Estados Unidos”, ya ha sido replicada pero con el rostro de don Andrés Manuel, quien ha anunciado una campaña de inscripción al ejército, al cual piensa incorporar a 50 mil jóvenes, sin otra condición excepto su juventud. Hasta ahora.

Tan difusa (¿patidifusa?) propuesta de parte del próximo presidente de la República, ha sido (como sucede con casi todas sus ideas), insuficientemente explicada.

Además, dada su aversión por las Fuerzas Armadas —la desintegración del EMP es una muestra de ello, junto con el proyecto de desaparecer el aeródromo militar de Santa Lucía y los hospitales militar y naval, entre otras cosas—, resulta un tanto extraño el intento de “inyectar” 50 mil efectivos a un ejército cuyo destino es asimilarse con las fuerzas (inexistentes) de una policía eficaz.

Por si usted no registró esa nueva idea de nuestro futuro Ejecutivo, reproduzco esto:

“…El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, aseguró que el próximo 1 de diciembre convocará a 50 mil jóvenes para que formen parte de la Policía Federal, el Ejército y la Marina.

“Después de la reunión que sostuvo con Alfredo del Mazo, gobernador del Estado de México (10.10), el próximo mandatario dijo que pedirá a estos jóvenes apoyo para tranquilizar al país…

“…Voy a hacer yo la convocatoria para que nos ayuden jóvenes que quieran formar parte (…) pidiéndoles su apoyo para que entre todos serenemos el país…

“…Explicó que será a partir del primer día que asuma el cargo como presidente que realizará la oferta, misma que incluirá condiciones laborales y prestaciones de seguridad social… el llamado es para la participación, no me gusta la palabra reclutamiento…” Leva, suena peor.

Pero tan castrense oferta, necesariamente se asocia con esta otra del pasado mes de julio:

“…Se les va a contratar (a los jóvenes ninis, entre otros), como aprendices para que tengan trabajo. Los empresarios van a actuar como tutores. El gobierno va a transferir a las empresas recursos del Estado para ­pagar la nómina de estos jóvenes. Se va a atender a dos y­ ­medio millones de jóvenes”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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