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Uno de los caminos más cortos hacia ninguna parte consiste en la proclama de responsabilidad compartida; de acción colectiva, de intervención múltiple, especialmente cuando los mecanismos de operación constitucional le pertenecen por derecho a una sola persona a la cual los mexicanos llamamos presidente de los Estados Unidos Mexicanos.

La prueba de la imposibilidad de operaciones colectivas en cualquier materia, pero especialmente en la delicadísima cuestión de la (in) seguridad pública y aun de la (in) seguridad nacional, es el fracasado Acuerdo Nacional por la Legalidad la Seguridad y la Justicia, cuya firma fue precedida por el duelo nacional debido al asesinato de un hijo de Alejandro Martí.

Nos dijo el presidente en aquella lúgubre ocasión donde nadie atendió (ni entendió) el dilema entre renuncia y eficacia:

“…Hoy, la situación que vive la ciudadanía nos exige y nos convoca a todos: al Ejecutivo Federal, al Poder Judicial, al Congreso de la Unión, a las autoridades y congresos estatales, a los cabildos y presidentes municipales, a los partidos políticos, al sector productivo, a los empresarios y a los sindicatos, a los medios de comunicación, a las asociaciones religiosas, a las instituciones académicas y a todos los ciudadanos, a fin de concretar acciones concretas para enfrentar la delincuencia…

“…En esta Sesión de Consejo tenemos oportunidad de formalizar los primeros compromisos concretos que nos permitan atender la urgente tarea de salvaguardar la seguridad de los ciudadanos.

“Construir un acuerdo que contribuya a la integralidad de la Estrategia Nacional de Seguridad, un acuerdo que contemple políticas para la prevención del delito, la procuración e impartición de justicia y la readaptación social; que tenga como prioridad la participación ciudadana, la generación de inteligencia policial y el empleo de modernas tecnologías en el combate al delito…”

Quienes en aquella ocasión fuimos escépticos hoy hemos hallado confirmación para nuestra duda: si ese acuerdo –con todo y firmas y ceremonias espectaculares en el Palacio Nacional–, hubiera servido para algo más allá de la oratoria casi siempre inútil (¿es la retórica una tonta útil?), no sería necesario solicitar la concurrencia de quienes supuestamente ya han sido convidados y han aceptado la invitación de salvar juntos a la patria.

La mañana del martes el jefe del Estado nos dijo:

“Por otra parte, también he escuchado, y de manera muy atenta, el llamado que durante el día de ayer diversos actores políticos y sociales han expresado, en el sentido de que, por encima de legítimas diferencias, es indispensable que las fuerzas políticas nacionales y las autoridades de los distintos órdenes de Gobierno, nos reunamos de manera urgente para dialogar y dar una repuesta unitaria y eficaz.

“Una respuesta serena y determinante, que sea reflejo de causa común de todos los que representamos a los ciudadanos, y no sólo del Presidente; una respuesta que implique unidad de esfuerzos y voluntad política de todas las representaciones partidistas. Concretamente, se produjeron el día de ayer planteamientos directos, que planteaban al Gobierno Federal la conveniencia de convocar a los partidos políticos a un diálogo directo sobre estos temas…

“…Por eso, hoy también convoco a todas las fuerzas políticas del país, a todos quienes creemos y defendemos la democracia, a que dialoguemos sobre éste y otros desafíos que México enfrenta de manera directa; a que demos juntos una respuesta unida y firme, frente a quienes atentan contra la vida democrática y la paz de los mexicanos”.

Quizá esta columna ya haya fundido la última neurona útil de su mermada sesera, pero es incomprensible solicitar un acuerdo nacional cuando uno de los mayores éxitos políticos ha sido, precisamente, la firma de un acuerdo nacional.

Claro, siempre es posible hacer otro acuerdo, otra ceremonia, otro protocolo; otras fotos, otros discursos, otras competencias de dolida elocuencia, para hacer un tercero y un cuarto cuando los anteriores se incumplan; fracasen o simplemente se olviden o en un divertido juego de palabrería cuyo fin se halle en el infinito.

GOMEZ MONT

Mala semana para el apellido ilustre de los ilustres panistas.

El secretario de Gobernación acosado por las organizaciones públicas y privadas de Derechos Humanos torpemente calificadas de “tontos útiles” cuando no cómplices de los delincuentes (a pesar de las fofas explicaciones de ayer) y su hermano Miguel, enfrascado en un pleito de borracho “panbolero”.

Quizá por eso los tepiteños de abolengo le gritaban en Sudáfrica al ebrio de rancio linaje, “pinche naco”. Pues sí.

CLARIDAD

Nadie ha explicado la convocatoria presidencial a la unificación nacional con tanta claridad como el diputado César Augusto Santiago: quiere un acuerdo cuando ya nos mentó la madre a todos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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