En los últimos años el periodismo se ha puesto de moda. No solo abundan las escuelas donde supuestamente se les enseña a los jóvenes algo extravagante llamado “Comunicación” o “Ciencias de la Comunicación”, sino cosas tan importantes de seguro como la “Comunicación política” o la “Comunicación digital”.
Cuando acaban la carrera (lindo) terminan en oficinas de Comunicación Social:
Del matrimonio entre comunicadores y sociólogos han nacido algunos especialistas en “Demoscopía”, lo cual etimológicamente significa observación de la población y cuya fruta madura se llama encuesta. O sea, preguntar a mucha gente, representativa de algo, lo mismo, meter las respuestas en la criba de los porcentajes y obtener conclusiones casi siempre equivocadas pero por lo general muy bien remuneradas.
Las encuestas han sustituido en nuestros días a los reportajes. Los diarios podrán no tener periodistas (como decía Pagés) pero siempre tienen encuestadores, encuestólogos, demóscopos u observadores sociales. Tambièn tienen (muy importante) “Códigos de ética”). Es la moda.
Como la moda también es crear instituciones, leyes, asociaciones, Organizaciones no Gubernamentales para proteger a los periodistas. La más reciente entre aquellas es la Ley de Protección a Periodistas y Defensores de Derechos Humanos (o al revés) promulgada hace apenas un par de días en esta ciudad.
El periodismo no es un “Derecho Humano”, como muchos quisieran creer, especialmente los profesionales de su defensa. El Derecho Humano es la libertad de expresión, hija de la libre conciencia y el derecho social a la información, todo lo cual se ve amenazado en perjuicio de la sociedad cuando se coarta la labor de los informadores o de plano se les asesina, tortura, encarcela o veja de cualquier forma. Al limitarlos a ellos se cancela el derecho de todos, dicen quienes así han concebido esta actividad cuyo antañón desprestigio ha dado lugar a una compasiva actitud contemporánea. El gobierno de la ciudad dispone seis meses para hacer el reglamento de esta ley. Si ya se tiene una casa para novelistas o escritores perseguidos, pronto habrá una para reporteros refugiados, los migrantes interiores cuyos exilios de Chihuahua o Veracruz son cosa conocida.
Hubo otros tiempos, sin embargo. El maestro Erasmo Castellanos Quinto les decía a sus alumnos, “…estudien jóvenes, si no, pueden acabar hasta de periodistas”.
–Pobrecitos de nosotros, dicen algunos.
Hoy hay en México una lista de casi un centenar de periodistas muertos ( de todas categorías, tamaños, sabores y colores) y los defensores profesionales o no gubernamentales impulsan y presionan a las instituciones públicas para brindarles –entre otras cosas–, protección, custodia, guardaespaldas y demás, cuya función –cuando no hay otro quehacer–, consiste en acompañarlos al supermercado.
Hasta el pasado mes de mayo el Mecanismo de Protección para Defensores de Derechos Humanos y Periodistas le daba custodia a 197 personas, según datos oficiales citados por la BBC (la BBC de Londres, como dicen los pedantes, como si hubiera otra).
Pero como sea, y con una enorme oportunidad, el gobierno del DF emite esta ley protectora en la cual se considera hasta la creación de un fondo de auxilio para quienes están en situaciones vulnerables. Hasta no hace mucho tiempo todos los periodistas parecían dibujo de Abel Quezada; flacos, en los huesos y sostenidos por la horqueta del hambre.
Nunca ha sido esta una profesión bien pagada, excepto en algunos casos y casi siempre en los medios electrónicos y eso a un puñado de conductores. Los de a pié gozan un ratito la fama de la pantalla pero ganan sueldos muy medianos.
–Cuentan los viejos maestros (o contaban porque ya se murieron casi todos) la historia de aquel cuyo periódico molestaba a un generalote revolucionario quien por las buenas intentó acallarlo.
–¿Cuánto cuesta su periódico, mi amigo?, le dijo en tono intimidante como si de veras quisiera comprarle la empresa o arreglarse con la viuda.
–Cuesta quince centavos, General, se vende en las esquinas, pero por ser para usted le hago un descuento en la compra de una suscripción. Y se lo mando a su casa”.
Alguna vez Manuel Buendía me contó una historia. Vio a un hombre sospechoso rondando su oficina. Llamó a sus amigos en Gobernación y los alertó. Mandaron personal encubierto y días después detuvieron al espía: era un agente de Inteligencia Militar destacado para cuidar al columnista.
Cuando lo mataron, nadie lo estaba cuidando. Ni su propia pistola lo protegió de los 4 tiros por la espalda. Y el asesino salió de Gobernación.
Pero entonces no había ley de protección, ni funcionaba Artículo 19 (vive Dios) ni había tantas preocupaciones por los reporteros. Aunque la hubiera habido.
Sr. Cardona, estoy de acuerdo con su comentario. Lo que no entiendo es porque; se debe de proteger a pseudoperiodistas que escriben por encargo para golpear a tal o cual personaje, o, por que se trata de proteger a aquellos dizque, periodistas, sobre todo, en las ciudades pequeñas, que con sus pasquines les destrozan la vida a muchos ciudadanos metiéndose en la vida privada de estos último, de acuerdo, en que a nadie se le debe de privar de la vida por lo que escribe, empero, existen «periodiodistas» que viven de la extorsión, y cuando el afectado con sus diatribas le reclama, se dicen perseguidos y ocurren a la protección oficial, quien a su vez los dota de protección, casa, alimentación y sueldos, pagados del erario público.