De lejos parece cosa de fantasía surrealista, es verdad.
Un bergantín de tres trinquetes y velas cuadradas, cruza el aire a mitad de un otero, rodeado de pedruscos y jardines en celestial navegación hacia una iglesia, con la proa a la ciudad debajo, a la plaza dormida ahora, vacía, sin penitentes ni pecadores esperanzados. Pero ahí están el ex voto y el testimonio. El barco salvo.
Debajo, en la plaza de María, junto a las mudas campanas, nadie cruza de hinojos la gran plancha, no hay espaldas humilladas por la púa del cilicio nopalero; no hay manos chorreantes de cera o parafina, tampoco niños en llanto bajo los grises rebozos, ni brazos en cruz ni pies ampollados por caminar ya caminar días y días. Fuera del templo se quedaron las promesas y las “mandas”.
El blanco velamen de cemento es la ofrenda de gratitud de los marinos a quienes la Virgen de Guadalupe, cuya devoción se manifestó ausente este año, por una terrible epidemia no resuelta ni con sus potencias milagrosas (cómo ocurrió contra el matlazáhuatl, el tabardillo o la Hueyzahuatl, nombres ancianos para el tifo, la viruela, el sarampión o la peste en general, como todos sabemos.
“ Combatido un buque por un fuerte temporal, perdido el timón, el rumbo y toda la esperanza de salvarse la tripulación, ésta invocó todas veras a la Santísima Virgen de Guadalupe, haciéndole presente que si quedaba salva, la traerían a presentar a su Santuario el palo de la embarcación cual se encontraba. La Santísima Virgen, oyó piadosa los ruegos de sus hijos y la destrozada nave pudo entrar salva a poco tiempo al puerto de Veracruz. La tripulación cumplió su promesa, trayendo en hombros el conjunto de palos del navío hasta el Santuario y colocando su ofrenda dentro de esta construcción de piedra para defenderlo de las injurias del tiempo».
Ahora la Virgen no nos puede proteger.
Al menos no si hubiéramos ido masivamente a su casa a decirle las frases posibles desde el corazón y la lejanía, porque ni todos los poderes de la Madre Celestial –bajo cuyos pies se han rendido todos los mexicanos desde el lejano milagro de 1531–, puede contra la improvisación de un gobierno empecinado en festejar y repetir sus errores, sus falsos diagnósticos, sus fallidas estrategias de control de un virus y sus miles de contagios.
Cuando el gobierno resulta incapaz de ofrecer servicios sanitarios oportunos y suficientes porque antaño tampoco era posible, sólo confiesa cómo vive con el ancla en los pies, atado a los antecedentes cuya corrección le resultó imposible y eso si sus diagnósticos fueran ciertos, pero más parecen escapes oratorios ante la mala consecuencia la eterna y productiva demagogia electoral.
La oratoria contra la sanitaria. Pierden las dos, a la larga es un doble fracaso.
Una vez más, como en el devocionario de los marinos, estamos perdido el timón, a merced de los acontecimientos, “combatido” el buque de la patria por el fuerte temporal del Covid, cuya virulencia no ha hecho sino exhibir nuestra ineptitud en los asuntos públicos y colgarnos de la feble esperanza (para todo la esperanza), de una vacuna cuyas primeras dosis –lejanas aún e insuficientes cuando lleguen–, no van a resolver el problema.
No tenemos ciencia; compramos medicinas y lo único realmente propio, la fe en los milagros, nos encuentra con la Basílica cerrada. Hoy no cabrían los muertos de este año, nada más los atribuibles a la epidemia, en todo el panteón del Tepeyac.
La basílica cerrada es cosa inusitada, como no sucedía –por cuestiones sociales o políticas–, desde 1929 a pesar de los esfuerzos en contra de La Guardia Nacional Cristera del general Enrique Gorostieta Velarde, alzado contra Plutarco Elías Calles.
El manto verde y el semáforo rojo aunque el doctor López “Gatinflas” le niegue importancia a los signos de alerta puestos por su él y Marcelo Ebrard como fórmula de atención sugerida por México y adoptada por otros países del mundo. Puro rollo.
El color (como si fuera el tamaño), no tiene importancia, dice. ¿Entonces nunca la tuvo, todo fue un cuento cromático?
El crecimiento de los casos mortales por infección de Coronavirus es brutal. De marzo a diciembre de este año subió (con la pandemia domada por López Obrador y la curva aplanada por “Gatinflas”), de uno a 110 mil casos en diez meses.
¿Y los próximos diez meses, sin vacunas? ¿Cuántos más?
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A lo lejos se ocultaba la colina cuyo verde esconde, como bajo la joroba de un tiempo dormido, el mausoleo de Qin Shi Huang.
Imprudentes y favorecidos, por la mañana habíamos caminado entre las filas de los guerreros de tierra cocida –soldados, jinetes, arqueros, caballos–, en uno de los tres grandes pabellones del monumento funerario y museo.
Todo el día de trajinar y deslumbrarnos con las irrepetibles figuras y las mujeres más hermosas del oriente. Superiores a la rosa de Shanghái.
–“Del oriente no, compañero”, del mundo, me corregía el gran León García Soler con sus palabras mordisqueadas.
La noche nos había caído encima como una pesada sábana. Gira presidencial. Días y días. Primero en Japón, ahora en la vastedad de China. Aviones, autobuses. Aromas especiosos, un horizonte infinito detrás del cual una enorme esfera roja se hundía silenciosa.
Detrás del sol está México, decía alguien..
–“Me caería de maravilla un güisqui, dijo León. Pero este hotel ya no tiene ni comedor abierto”.
–“En mi cuarto siempre hay una botella huésped”, le dije. Y fuimos.
–¡Ah!, exclamó con el primer sorbo en un vasito de plástico.
–“Si sólo tuviéramos un poco de hielo”.
–Ahora vengo, espérame.
–¿A dónde vas?
–Voy por hielo.
–¿Y en qué idioma vas a conseguir el hielo?
–En este, y con una pluma comencé a dibujar dos cubitos sudorosos con un recipiente lleno hasta la mitad.
–“Esto es un ideograma chino, ¿no entiendes?”, le pregunté orgulloso de mi simple recurso.
–Yo sí, pero si lo ve un chino, cuando mucho, te va a dar una Coca-Cola… sin hielo…”
En el remedo de vestíbulo de la posada de Xian, un joven misterioso y callado, me tomó el dibujo. Sonrió y me hizo señas para anotarle el número de la habitación. Lo entendí. Movió las manos hacia fuera, como si espantara cucarachas y me echó de regreso. Salió presuroso.
Volví a la habitación donde León García Soler iniciaba, victorioso y solitario, el tercer episodio contra la vulnerada botella de escocés.
–“El pálido jaibol que nos decía Pepe Alvarado, ¿te acuerdas?”
–Me acuerdo. Salud. Tibia salud.
De pronto, llegó el chino. Tocó la puerta y mostró ufano y diligente una hermosa charola de laca. O de plástico, quien sabe. De noche son pardos los gatos y laqueadas las cosas chinas.
–Espléndida, desafiante a todo; al Partido Comunista, al recuerdo de Mao Tse Tung, a la historia por venir, brillaba una botella de Coca-Cola.
–Ya ves, te lo dije.
Reímos como locos y decretamos una sentencia de muerte para el invitado de las tierras altas. La botella murió.
Por esa noche y por otras muchas, León, lamento tu partida y celebro y recuerdo tu vida, tu hermosa amistad, como también elevo la memoria de otro amigo de aquellos días, Ángel Gómez Granados, quien se anticipó a tu partida apenas por un par de días.
Siempre lo evoco, sobre todo al subir a un avión como si fuera posible de nuevo escuchar su jubilosa voz:
–“Ya que venga la del carrito…”
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Dijo Oscar Guerra, quien declinó en favor de Blanca Lilia Ibarra en la competencia para encabezar el INAI:
“…Fue por razones de género y paridad”, como si la actual presidente de ese órgano autónomo no tuviera atributo alguno, más allá de su condición femenina.
Es el otro machismo, el más hipócrita.
–Denle chance, es “vieja”, le faltó decir.
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