Evidentemente los quebrantos de salud –mayores o menores– del magnánimo señor presidente con cuya presencia el supremo creador bendijo a México (dice el parásito Solalinde), han modificado la estrategia y las actitudes de los aspirantes a la candidatura presidencial, paso casi seguro a la presidencia y la silla maldita (dijo Zapata), del Palacio Nacional.
Hoy los aspirantes (suspirantes se les decía) ofrecen un espectáculo a veces divertido, a veces aburrido y en ocasiones simplemente grotesco: se reúnen con sus amigos gobernadores quienes les organizan reuniones masivas y las ayudan a corear en las porras de torta y refresco la voz anhelada; ¡presidente, presidente! o ¡presidenta, presidenta!; escriben libros o siembran frases para la historia.
¡Se ve se siente, fulano está presente! (¿se ve se sienta, fulana esta presenta?), nadie sabe.
Y si no hacen eso lucubran con los juegos palabreros, como el Gran Marcelo quien dice: o hay encuesta o hay favorita, con lo cual reconoce su rezago en el favor o el amor del gran elector (¡Ay!, doctor) y reclama una vez más la parejura del piso, como si estar todos incrustados en el gabinete presidencial no fuera suficiente igualdad, porque todos son empleados o válidos o parásitos, dicho esto en el sentido de Terencio en aquella conocida obra “El eunuco” la cual cito sin alusión a nadie –obviamente–, sobre todo a doña colita de caballo quien en un desplante de audacia conceptual y talento político, le ha revirado a don MEC: la única favorita en este juego, es la Cuarta Transformación.
¡Ay! ¡Qué lindo, qué profundo!
Y ante esa maroma verbal y esos reflejos para contestar sin decir nada, la señora se marcha con garboso remate de capa tras una larga cordobesa, paso a pasito.
–¿Por qué les digo parásitos? Leamos:
“(CGB).- En la antigua Grecia, la palabra parásito se refería, originalmente, a los altos funcionarios encargados de verificar la cosecha del trigo. Ser parásito era un gran honor, porque a estos seres se les consideraba sagrados. Sin embargo, en algún momento, esta figura comenzó a tener mala fama y fue adoptada por los antiguos dramaturgos grecolatinos para describir personajes cómicos que viven a expensas de otros”.
Ahora se les llama secretarios del gabinete.
Estos son algunos parlamentos de Terencio. Han sobrevivido XX siglos.
–Pero yo cuitado, dice él, ni puedo sufrir que se rían de mí, ni que me den palos.
–¿Cuánto piensas tú, le digo, que se gana por ahí de esa manera? Muy engañado estás.
“Un tiempo, los parásitos tenían de comer por esos medios: allá en los siglos pasados. Pero ésta es una nueva manera de cazar. Yo soy el primero que he hallado este camino. Hay una casta de gentes que presumen de ser en todo los principales, aunque no lo son. Éstos son muy hombres: a éstos no les doy yo lugar que se rían de mí; pero les complazco voluntariamente y precio mucho sus habilidades; alabo cuanto dicen, y si lo contradicen, también lo alabo.
“Si uno dice no, yo digo también no; y si dice sí, digo sí.
“Finalmente, me he propuesto lisonjearlos en todo; que esto es hoy día lo que da más ganancia.”
La lisonja y la ganancia. Eso es todo.
Y van por ahí dando tropezones. La señora con intentos de imagen conyugal a futuro como si fuera el ¡Hola!; Marcelo en el lance de escribir un libraco de confesiones sin revelaciones; Adán Augusto maltratado a silbidos en el parque de beisbol y Ricardo, como el hijo pródigo a las puertas del Palacio, donde el Senado perdió pudor y recato.
Hagan su juego, señores, porque el dueño del casino se toma su Amlodipino.
PRUEBA
Ningún político actual pasa la prueba del estadio o la plaza de toros. A todos los abuchean. Ya le había ocurrido al líder en ese mismo parque.