Cuando alguien dice frente a una aclaración no pedida, “siempre he dado la cara” es porque nos va a presentar la más dura de todas ellas. Es como cuando alguien dice a la mitad de una polémica o en la presentación de un argumento irreductible, con todo respeto, no nos queda nada sino esperar una bien educada mentada de madre.

Ayer el señor gobernador de Querétaro, el siempre altivo y bragado de la cintura para arriba, don Pancho Domínguez, aprovechó la presencia presidencial en Querétaro y aprovechó carrusel mañanero para defender a Pancho Domínguez. Su actitud me recordó una columna de Sergio Arturo Venegas: 

“…Así se las gasta este gobernador rijoso que co­mo llegó se va: repartiendo patadas y trompadas a los que no piensan como él.

“Seguramente en el pecado llevará la peniten­cia.

“¿Quién dijo aquello de que los matanceros de hoy serán las reses de mañana?

“Digo, por no hablar de cochinitos”.

Esto fue escrito apenas en mayo de este año. En los días recientes Domínguez sufrió una intervención quirúrgica: le cortaron las alas con los videos de las valijas repletas de billetes. 

Lo demás es caso insólito: salió a proclamar su inocencia a los cuatro vientos. Pero antes de auto exculparse, nos dio una demostración, superior a cualquier habilidad de Mónica Lewinsky cuando era becaria de la Casa Blanca:

“…Es, como siempre para su servidor, así como a toda la sociedad queretana, grato darle la bienvenida a nuestro estado al señor presidente de la República, licenciado Andrés Manuel López Obrador.

“Le manifiesto mi respeto y mi gratitud por la atención que ha dado en todo momento a la necesidad de las queretanas y los queretanos; esa ha sido la constante de su gobierno, y no solamente en el tema de seguridad… 

“Le digo al señor presidente que cuenta conmigo para estar de forma presencial o virtual, como decíamos, en esta coordinación en el estado… 

“…En mi vida siempre he dado la cara y hoy no será la excepción. Los gobernantes tenemos la obligación de enfrentar los hechos. Más, cuando se trata de calumnias, de infamias, de ataques centrados en cuestiones políticas.

“El señor Emilio Lozoya ha pretendido involucrarme con una bajeza inaudita en actos de corrupción, ha aportado sólo sus dichos que valen lo que su prestigio: nada.

“De manera perversa se filtró un video (como si no supiera quién lo deslizó a la Internet), en donde aparece una persona en la que deposité mi confianza y que me acompañó por años. 

“Lo removí de su cargo y di parte a las instancias correspondientes para que él, a su vez, apele a su derecho (lo) que le convenga. Por mi parte, no tengo nada que temer, nada de qué avergonzarme y nada que ocultar”.

Más allá de si ese control de daños es eficaz o no; creíble o inverosímil, nada más le faltó a Don Pancho gritar “es un complot, es un complot”. 

Y por si cree en la dignidad de su conducta, me gustaría contar la historia de un político quien durante años depositó su confianza en alguien,  sin saber de su verdadero comportamiento. 

Este señor se llamaba Willy Brandt. Fue alcalde de Berlín durante la Guerra Fría y en 1973, como Canciller Federal,  recibió pruebas de cómo su secretario particular, es decir, su Bejarano o su Gutiérrez Badillo, un dócil colaborador llamado Günter Guillaume, era un espía al servicio de la STASI, para la inteligencia de la Alemania Oriental.

Brandt dejó pasar la información como si nada supiera; tendió la cama,  y cuando Guillaume fue detenido, renunció a su  cargo. No echó al espía: ayudó en su consignación y también se fue. 

Su duro carácter no era compatible con la fácil escapatoria de quien dice no se, cuando parte de sus obligaciones es saber todo cuanto ocurre en su propia oficina. Quien no lo sabe es un imbécil o un ingenuo, lo cual en política puede ser peor. Y si lo sabe, es un cómplice. 

Pero sin ponerse ahora a considerar los otros motivos de Brandt para dimitir, hay algo importante en el hecho: se confesó responsable de negligencia. Descolgó su pergamino con el Premio Nobel de la Paz en su oficina de Bonn, desde cuyas ventanas ya nunca pudo apreciar las actuales esculturas de Chillida, y se fue a refugiar a su partido y su escaño. Murió poco después.

Domínguez no tiene esos pergaminos para llevarse a ninguna parte. Nada, solo la chamusquina.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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