La devoción presidencial por la oratoria y la presencia cotidiana de la palabra moralizante, educativa, reflexiva, orientadora, conductora, definitiva, apodíctica, mayestática y en muchos casos paternal y siempre cargada hacia la justificante autopromoción personal, me ha llevado a pensar si una de estas piezas de la palabra ejecutiva llegará –alguna vez– a ser recordada con el consagratorio carácter de histórica. O serán simplemente piezas histriónicas. Quien sabe.
Y no se sabe tampoco quién escribirá la historia.
¿Será el porvenir capaz de leer y releer con devoción y admiración un discurso de nuestro presidente cuando los medios de comunicación –los suyos, sus adherentes, incondicionales y favorecidos, además de los críticos u opositores– le hayan quitado la luz de su atención?
Yo no creo en ninguno de sus mensajes tenga estatura memorable. Quizá la habrían tenido sin no sufrieran el desgaste de la repetición, del hastío reiterativo.
Quizá nos sirvan para documentar la futura crítica incesante a un periodo de gobierno o –por el contrario–la hagiografía de su autor.
Posiblemente sirvan como materia prima para la historia general del populismo junto con algunas historietas atribuidas a Tomás Garrido Canabal o Gonzalo N. Santos, cada uno con su orientación trágica o cómica.
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–¿Cuál de estos miles de discursos, incluyendo los pronunciados durante la amplísima campaña electoral en sus varias etapas, con sus derrotas y sus momentos culminantes, como aquella tarde del desafuero en el Zócalo, será recordado como sucede con la oración de Lincoln en Gettysburg al final de una Guerra Civil? ¿Cuál tiene esta hondura y este respeto a vencedores y vencidos?
“…Que resolvamos firmemente que estos muertos no dieron su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la Tierra”.
–¿Cual será su idea inmortal, cuál su legado en pocas palabras, cuál su idea verdaderamente renovadora?
Esta muy reciente, por ejemplo, no me parece ni remotamente cercana a la inmortalidad. Tampoco a la originalidad:
Argumentaba el presidente sobre el inminente regreso a las clases presenciales en medio de una fase aguda de contagios por la epidemia aún vigente, sin importar la lluvia, los relámpagos o el trueno. La vida tiene riesgos.
Así explicaba la grave cuestión de la fragilidad humana y lo inescrutable de los caminos de Dios.
“Y vamos a estar pendientes de que no se contagien los niños, de que, si hay un contagio, se le atienda rápido, que se proteja a los demás, que se les haga pruebas, cuidarlos.
“Y tenemos pues que correr ciertos riesgos, como todo en la vida.
“Imagínense si no salimos porque nos puede pasar algo pues nos vamos a quedar todo el tiempo ahí, encerrados. No, tenemos que enfrentar las adversidades, los caminos de la vida no son como imaginaba.
“¿Por qué no pones esa? Vamos a escucharla, sí, vamos a escucharla…”
Total, García Márquez, dijo de “Cien años de soledad”, es un vallenato de 300 páginas.
“Los caminos de la vida
no son como yo pensaba
como los imaginaba
no son como yo creía
Los caminos de la vida
son muy difícil de andarlos
difícil de caminarlos
yo no encuentro la salida
Yo pensaba que la vida era distinta
cuando estaba pequeñito yo creía
que las cosas eran fácil como ayer
que mi viejecita buena se esmeraba
por darme todo lo que necesitaba
y hoy me doy cuenta que tanto así no es
Porque mi viejita ya esta cansada
de trabajar pa’ mi hermano y pa’ mi
y ahora con gusto me toca ayudarla
y por mi vieja lucharé hasta el fin,
por ella lucharé hasta que me muera
y por ella no me quiero morir
tampoco que se me muera mi vieja
pero que va si el destino es así…”
Rafael Cardona | El Cristalazo