Muchas cosas fueron en esta vida en las cuales imperó el desacuerdo entre Julio Scherer, fundador y director de “Proceso”, y este redactor. Una de ellas fue sobre la publicidad del gobierno la propaganda, la gacetilla, el convenio, el publirreportaje y todos sus similares y conexos, llámense como se quiera.

Cuando se presentó el encontronazo entre la presidencia de la Republica, ocupada entonces por José López Portillo, y los medios de comunicación, quienes eran (de acuerdo con su fantasía) el “espejo negro de Tezcatlipoca”, el semanario (fundado a partir de otro choque con el gobierno, el de Luis Echeverría), fue suprimido totalmente de las pautas de publicidad gubernamental.

La especie: “esos escriben con la izquierda pero cobran con la derecha”, se había esfumado. Pero había un recurso.

Un poco en broma le dije a Julio:

–En la puerta de “Proceso” deberían poner un busto con la leyenda: “A Pancho Galindo Ochoa, causante de nuestra Independencia”.

Este caballero, poderoso cabildero, fue agente de medios del PRI durante años; después de Díaz Ordaz, y de JLP y fue quien sentenció (o aplicó), la exclusión de la revista del dinero cuyas sueltas manos repartían alegremente a diestra y siniestra. Más a diestra, es verdad.

–Galindo les acaba de regalar un acta de libertad, Julio. Ponga usted en la portada una banda roja y advierta con ella: esta publicación no acepta publicidad del gobierno. Y con ese anuncio hagan una verdadera campaña de suscripciones. Logren una publicación sostenida por sus lectores y otros anunciantes; conviertan a sus lectores en militantes de la libertad de expresión”.

Obviamente Scherer me mandó al manicomio.

El camino fue otro y mucho tiempo después: la invocación de los Derechos Humanos, lo cual, años más tarde y en seguimiento de estos hechos y otros similares a lo largo del tiempo, se expresó institucionalmente de la siguiente manera, si nos atenemos al texto de Jorge Carrasco, el cual cito parcialmente:

“…En su recomendación 35/2012, la comisión (CNDH) estableció que el gobierno de Felipe Calderón (habían pasado casi quince años) censuró y castigó a la revista al excluirla de manera arbitraria de la publicidad oficial. El propósito era causarle daño económico.

“En respuesta a la queja que en abril de 2009 Proceso interpuso contra el gobierno calderonista por violar derechos constitucionales e internacionales, el organismo estableció que al investigar el caso fueron “evidentes las violaciones a los derechos humanos, a la legalidad, a la seguridad jurídica, así como a la libertad de expresión e información” por parte del gobierno de Calderón en contra del personal del semanario (Proceso 1873).

“Asimismo, le pidió a la Secretaría de Gobernación –como responsable de emitir los criterios para la asignación de la publicidad gubernamental– que para el ejercicio fiscal de 2013 emitiera “lineamientos claros y criterios objetivos, imparciales y transparentes” para el otorgamiento de la publicidad oficial durante este año”.

Obviamente la dicha recomendación esta mal hecha, como solía ocurrir durante la gestión de Raúl Plascencia en la CNDH, porque no es posible señalar un acto de ilegalidad en el reparto publicitario, cuando no hay ley o norma sobre la cual exigir cumplimiento. Es una patraña, como en el fondo lo es también el asunto de la libertad de expresión, como si un medio o dos o diez, fueran los absolutos y genuinos depositarios (mercantiles) de un derecho (inmanente) de las personas.

El criterio de estas querellas es falso. Según los quejosos de siempre, la prensa es una meretriz cuyos favores se obtienen con dinero público. Si no hay sumisión, no hay pago y de esa manera se controla todo, pues quien no se someta, no prosperará financieramente porque la cantidad de editores supera a la de lectores. Los medios, especialmente los impresos, no tienen ventas significativas para sostener su costosa elaboración. Deben recurrir a la publicidad.

Pero las inserciones del gobierno no son las únicas por las cuales un medio puede sufrir hostigamiento financiero. Vayamos a una parte de la historia de “Excélsior”, sólo como un ejemplo.

Cuando su línea editorial era afín al discurso izquierdista y tercermundista de Luis Echeverría y su estatismo, “Excélsior” provocó la ira del temeroso sector privado, y los comerciantes y empresarios lo castigaron (con la herramienta de la TV, además) y le hicieron un boicot publicitario absoluto.

En compensación, el gobierno lo subsidió.

Luego vinieron las traiciones entre los poderoso Echeverría y Scherer y el asunto reventó de la manera como todos sabemos. Los empresarios arrinconaron al periódico y años después (no los mismos, pero sí la clase empresarial) se quedaron con él después de disolver la arruinada cooperativa víctima de un saqueo ininterrumpido de 20 años.

El dinero suscita complicidades, es verdad. El dinero compra conciencias, es cierto. Disuelve la virtud, pervierte la conducta. Y no será la reglamentación el antídoto de los compromisos. Ninguna daifa recupera la virginidad cuando otras la pierden. Es mentira.

Pero de este tema, nadie quiere hablar en serio, con los pies en el suelo, porque, ¿sabe usted?, hay cosas sobre las cuales callar es lo prudente, como las enfermedades secretas, los hijos fuera del matrimonio, las casas de citas, los engaños financieros, la evasión de las cuotas al IMSS, o los paraísos fiscales donde duermen los capitales mal habidos. Es casi tabú.

O era, hasta el nacimiento del “Pacto por México”, en uno de cuyos enunciados se habló de la regulación de la propaganda, difusión, publicidad o divulgación o como se quiera del gobierno a través de sus oficinas de Comunicación Social, concepto elusivo si los hay y sobre cuya definición real cada quien tiene una receta.

–¿Comunicaron social o comunicación política? ¿Gasto institucional o gasto promocional de funcionarios a través de la glorificación de sus labores obligatorias? Como los llamó Manuel Buendía (quién fue jefe de prensa –nombre antiguo de la Comunicación Social, tan pomposamente llamada–, del gobierno de la ciudad de México, de la CFE y del Conacyt, por cierto), vendedores de espejitos y alcahuetes de las ambiciones de sus jefes.

Pero este asunto es eterno. Es inherente a la actividad profesional de los medios. Hoy quizá haya cambiado, sólo en apariencia, con el advenimiento de los mecanismos digitales y de mensajes instantáneos y demás plataformas digitales.

La nueva comunicación política ya no se hace sólo mediante inserciones, disimuladas o no, en los diarios o los programas de radio y TV; sino con el financiamiento de “bots”, “trolls” y demás recursos de manipulación. Y si alguien lo duda puede preguntarle a Putin, a Trump y a todos quienes en cualquier lugar del mundo persuaden, engañan y mal informan a través de las redes y los sitios aparentes. Y alguien lo paga. Y a alguien le pega.

En busca de elementos de comparación leo la historia de “El Imparcial” (Clara Guadalupe García); el primer gran diario moderno de México en el siglo pasado.

“…Este tema ( la subvención) es importante, porque también se ha atribuido a la subvención gubernamental, el éxito empresarial de “El Imparcial”. Luis Cabrera afirmaba que esta subvención, “no menor de 50 mil pesos anuales (una rotativa costaba treinta mil), le daba al gobierno la propiedad de la empresa dirigida por Reyes Spíndola. Este contradijo el dicho, sin negar la existencia de ese apoyo, presentando un panorama de los presupuestos anuales para 1909.”

“El periódico –dice CGG–, no consideraba inmoral ni indecoroso recibir ese subsidio. Dicha práctica era común en todo el mundo y por supuesto también en México.

“Para el Imparcial se trataba de la prestación de un servicio que el diario realizaba para el gobierno del que simpatizaba con sinceridad y que le era justamente pagado.

“Ese servicio consistía en difundir el punto de vista político del gobierno, desde una alta tribuna a todos los ámbitos del pueblo.”

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Lo inevitable está a punto de suceder: Miguel Ángel Mancera quiere imponerle al Frente un método abierto para la selección de candidatos. El PRD (o al menos Alejandra Barrales), se opone. Dante calla.

Y si esos ingredientes no fueran suficientes, Felipe Calderón se entromete en esta organización a la cual arriba Margarita Zavala (cuya modesta recolección de firmas de respaldo “independiente” revela su verdadera estatura), quien se ha ido del PAN para descobijar un tanto al señor Anaya, con el concurso de los senadores rebeldes en la bancada azul.

El choque de ferrocarriles será de frente. Y falta muy poco.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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