Dice Fernando Pessoa (bueno, lo firma Alberto Caeiro, pero es lo mismo): “…la noche entró por la ventana como una mariposa…” Bella metáfora. Alucinante. Siempre Pessoa.
Pero para explicar la negrura de la actual e intempestiva noche mexicana de rayos y tormenta —extravío de la confianza y la autoridad—, podríamos parafrasear: la noche se nos vino encima cuando una pedrada rompió los cristales y la negrura entró por la venta despedazada.
O si se quiere, con la pluma de Bram Stocker, podríamos trazar la similitud: la noche entró por la ventana rota, con el sigilo sangriento de un murciélago.
Ya habrá tiempo para analizar con una cierta distancia y una conveniente perspectiva cómo se han gestado los factores de esta crisis de gobierno cuya hondura la podría convertir –no sabemos cuándo pero es un grave riesgo— en una crisis de estado.
Muchas voces han señalado la gravedad del asunto. Son expresiones provenientes de grupos políticos o de opinión (necesariamente interesados políticamente en uno u otros grados) cuya concurrente conclusión es conocida y no es necesario repetirla.
Pero cuando las voces provienen de otros ámbitos (¡salud!, Truman Capote), supuestamente neutros como la impartición plena de la justicia o la defensa del ciudadano inerme ante el poder), algo debe ser escuchado y tomado en cuenta.
Cito algunas de ellas. La primera, la del Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Juan Silva Meza, quien ha dicho en días recientes:
“…Nuestra nación se encuentra afectada y no será el transcurso del tiempo ni el silencio de las instituciones lo que permita superar la adversidad…”.
Dos palabras destacan en estas pocas líneas: afectación y adversidad.
No detalla don Juan la naturaleza de la afección (sinónimo de enfermedad), ni las condiciones o evidencias de lo adverso. Ni falta hace, pero el solo señalamiento de las cosas choca con el triunfalismo de hace unos meses cuando todo era nuevo bajo el optimista sol del momento mexicano, el cual no pasó de ser una ingeniosa frase de publicista bien pagado.
Ya no importa si después, con los almidones y rígida toga marmórea y doctoral, don Juan nos aporta esta enorme dosis de obviedad:
“…el Poder Judicial de la Federación (PJF) no permanecerá al margen, no será nunca ajeno a lo que pasa en la sociedad y, como parte del Estado mexicano, llevará a cabo las acciones que le correspondan”.
Muy bien. Nos complace a todos saber lo vigente y actualizado del Poder Judicial en cuanto a ver y revisar cuanto en la sociedad ocurre. Santo y bueno. Cumplir con el deber no es una audacia ni una novedad, es apenas un asomo de responsabilidad primaria.
Y otra voz nos explica la situación, pero con mayor profundidad. Son las palabras del ombudsman Luis Raúl González en la entrega anual del Premio Nacional de los Derechos Humanos:
“…No puede haber vuelta atrás”.
“No hay manera de recuperar la engañosa normalidad que como país teníamos antes de los hechos de Iguala o Tlatlaya, porque era anómala, estaba asentada en parte en la simulación, la ausencia de información pertinente, la desidia, la indolencia y la falta de responsabilidad pública de quienes propiciaron ese estado de cosas”.
Si analizamos una a una las palabras, verdaderas pedradas en el cristal nocturno del rancio optimismo hoy astillado, veremos un cuadro desolador: la “normalidad” estaba asentada (y está aún) en la desinformación la simulación, la desidia, la indolencia y la irresponsabilidad.
—¿Alguna otra cosita?
Y antes Luis Raúl González había trazado este desolador diagnóstico:
“—Existe un malestar social muy difundido, pero no necesariamente tiene su origen y se limita a esos casos, los cuales más bien han catalizado un largo proceso de frustración de expectativas iniciado años atrás, pero que no fue advertido con oportunidad en sus diferentes vertientes económicas, sociales y culturales”.
“La violencia, la inseguridad, la corrupción y la impunidad han provocado, además de dolor e indignación, un sentimiento de desconfianza hacia nuestras instituciones, de malestar, de fractura en nuestro estado de derecho, así como una percepción de lejanía e indiferencia de las autoridades ante los reclamos de la sociedad”.
“Las manifestaciones son una expresión de hartazgo ante la impunidad, de indignación por la complicidad entre algunas autoridades y delincuentes, y de inconformidad ante los abusos de poder y la falta de respuesta de las autoridades a las demandas por un país más justo e incluyente”.
“Los oprobiosos hechos de Iguala y Tlatlaya no son productos de una generación espontánea. Las condiciones que los propiciaron se gestaron paulatinamente desde hace tiempo”.
En esas condiciones, con voces expresadas en distintos ámbitos, con el común denominador del Derecho como elemento central si se quiere, pero una parta de la Unión (el Poder Judicial) y la otra desde la autonomía de un órgano del Estado (CNDH) no quedan muchos espacios ni para el disimulo ni para la desatención urgente de estas únicas e impostergables tareas para el régimen: recobrar, recuperar, reconstruir.
Recobrar la confianza; recuperar la autoridad perdida por la falta de aquella y reedificar todo un edificio institucional capaz de articular las labores propias del Estado.
No se trata –como diría el connotado consejero non, Aurelio Nuño, de cambiar en marcha las ruedas del carro. No, ahora no cabe esa “reyes-heroliana” expresión: hoy se necesita hacer el tren mismo, ponerle ruedas, tender rieles (y por favor, sin chistes alusivos a la vía queretana) y colocar al maquinista, los pasajeros y hasta el cabús amarillo. Todo al mismo tiempo.
—¿Imposible?
—Quizá, pero (dice Ignacio Marván) para eso es la política.
Para hacer posible lo imposible.
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Uno de los secretarios del Partido Encuentro Social fue secuestrado. Eso ya ni noticia debería ser. Un secuestro más, otra extorsión, son cosa de todos los días. Pero en este caso hay una peculiaridad: lo liberaron, pero al mismo tiempo le dijeron: te volvemos a llevar a ti o alguien de tu familia si no pagas a cada uno de nuestros reclamos.
Por eso esta carta abierta del PES:
“En el Partido Encuentro Social queremos agradecer las muestras de apoyo y solidaridad que nos han externado amigos, representantes de los medios de comunicación, compañeros activistas y ciudadanos en general, por la privación de la libertad de la que fue víctima uno de nuestros compañeros, cuyo nombre omitimos por razones obvias, a quien afortunadamente, después de las negociaciones realizadas por su familia sin la intervención de ninguna autoridad local, ayer le fue devuelta su libertad, no sin sufrir vejaciones y merma en su patrimonio…”.
“…Por tal motivo, exigimos a las autoridades de la ciudad de México, se le brinde la protección necesaria a nuestro compañero, así como a los integrantes de su familia y les hacemos responsables de la integridad de todos ellos”.
“La demagógica postura de negar de manera continua y contumaz que el crimen organizado actúa de manera flagrante en la ciudad de México, no es el remedio que una ciudadanía expuesta y temerosa necesita”.
rafael.cardona.sandoval@gmail.com