Imaginemos, solo por un momento, esta nota de la agencia “Notimex”:

“…La secretaría de Economía informó esta tarde sobre un inusitado aumento del 7.5 por ciento del Producto Interno Bruto Nacional, y anunció, además, que el gobierno de la República ha decidido continuar con un modelo económico exitoso, cuya aplicción, en el ámbito del nuevo tratado comercial con Canadá y Estados Unidos, ha hecho posible el “nuevo milagro mexicano…”

Aquí hay dos cosas imposibles: el país crece y Notimex gana una noticia. 

Pero si eso pudiera ser real, lo más seguro sería una posterior y declaración del Señor Presidente (de más o menos dos horas en el púlpito patrio), en la cual elogiaría el crecimiento, el desarrollo, la justicia, el equilibrio, el reparto de los dones y los bienes, la superación de su oferta de campaña con apenas el 4 por ciento prometido,  y todo ese rollo con el cual nos agobiaría con todo y sus hebdomadarios ensayos sobre economía de los fines de semana, sustitutos de los recorridos nacionales.

Pero como ya no se puede hablar del PIB, porque es un concepto  “neoliberal” y tecnocrático (también lo era durante la campaña electoral y de él se ofrecía como promesa un aumento de hasta 6 por ciento y hasta cinco refinerías petroleras), ahora se habla de algo tan inasible y abstracto como la felicidad. La oferta bajó a dos puntos y se está construyendo una sola planta de refinados. Todo se hizo chiquito.

Entonces si no se puede cambiar lo medido, se debe cambiar la escala. Es una forma de pensar en la cual si se compra regla nueva se cambia de estatura. Si no se puede medir el crecimiento de la economía se puede medir la felicidad humana. O como escribió James Joyce (Ulises), si no podemos cambiar de país; cambiemos de tema.

“…Estoy ahora trabajando sobre un índice para medir bienestar, un índice alternativo al llamado Producto Interno Bruto, lo voy a presentar, un nuevo parámetro que va a medir, sí, crecimiento, pero también bienestar, también grados de desigualdad social. Se va a aceptar si hay crecimiento y hay menos desigualdad.

“Y otro ingrediente en este nuevo parámetro, en este nuevo paradigma, la felicidad del pueblo. No les va a gustar a los tecnócratas, pero ya ven que si no les gusta a ellos a lo mejor es bueno para nosotros…. Se mide (la felicidad), hay países en donde se mide el nivel de felicidad y eso es parte del bienestar… 

“…Estoy elaborado la fórmula, la vamos a aplicar en México, es un sistema de medición distinto y a lo mejor contribuimos también para tener otros parámetros en el mundo… 

“…No se trata nada más de acumular riqueza y menos si se trata de acumular riqueza en pocas manos. Es importante la distribución del ingreso, la distribución de la riqueza, es decir, el bienestar… 

“…Entonces, es un aporte que vamos a hacer.  Voy a convocar a econometristas, a matemáticos, a economistas, a sociólogos, antropólogos, sicólogos, a especialistas…”

Esto me recordó un  cuento de Ray Bradbury. Un enano complacido de su imagen en un espejo de feria cuya convexidad lo hacia verse más grande. Nada había cambiado, sólo el espejo. Y un día un perverso bromista se lo cambia, para hacerlo ver más pequeño todavía. El drama.

En este asunto de espejos, no se vale invocar ni apropiarse del criterio de los fundadores de EU, quienes incluyeron en el acta de Independencia la búsqueda de la felicidad, como también  proclamaron la igualdad de los hombres,  en pleno esclavismo. 

La realidad no se determina por su medición. Tampoco por nuestra percepción. Esto, más allá de la interrogante filosófica en cuanto al mundo real. La filosofía no cambia las cosas. Los sofismas econométricos, tampoco.

Si se trastocan las herramientas con  las cuales nos auxiliamos y queremos apretar tuercas con el destornillador y meter tornillos con las pinzas, es cosa de cada quien. El resultado es lo único válido, especialmente en la economía. 

No conozco un solo discurso de Fidel, por ejemplo, en el cual se resuelva la pobreza. Pero en todos exalta el heroísmo del resistente pueblo cubano ante la escasez.

Sucede también con otras percepciones. 

Si alguien se aferra a la bondad intrínseca de la hermosa “familia mexicana”; pues es cosa suya. Si con base en esa ilusión desea ignorar una realidad cotidiana de abusos, fracasará. 

Y si con ese fracaso desea hacer un dogma, pues entonces estamos levemente jodidísimos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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