Todos recordamos dos frases (casi de libro de autoayuda) divulgadas  cuando el  hombre apenas abría las ventanas del espacio exterior. Las potencias mundiales, la desaparecida Unión Soviética y los Estados Unidos de América, se diputaban la supremacía en el cielo cuando ni siquiera juntos habían logrado resolver la vida en la tierra.

El cosmonauta (moscovita) dijo: viaje por el espacio y no vi a Dios. Los teístas dijeron, torpe, Dios es el espacio. Todo lo creado es muestra de su infinita presencia creadora.

El astronauta (texano) dijo desde la estratósfera: el mundo es una bella esfera azul en cuya lejanía no se ven las  fronteras.

Silenciosa nuestra nave planetaria flota indiferente al destino (trágico o amoroso) de sus pobladores, alejada de Dios y marcada con las líneas de fuego de sus divisiones políticas. Las fronteras son las arrugas de nuestro planeta, el ceño fruncido, la línea en la mejilla, el surco en la frente, a veces la cicatriz; la boca chueca, el “Vivavilla”.

Pero las fronteras son en realidad las únicas barreras.

Es fácil subir una montaña, vadear un  río o hacer  puente pero cada vez más arduo saltar una aduana, un puesto migratorio o una mafia de traficantes de personas. Hobbes nos llamó hombres lobo de los otros hombres, pero en casos de migración, el pobre es el pollo del coyote hambriento. “Polleros”, burócratas, secuestradores, delincuentes. Esa es la fauna cuyas mandíbulas destrozan a los migrantes en la tierra o en el mar. Veamos:

“El naufragio de una embarcación con 700 inmigrantes en el mar Mediterráneo, de los cuales 28 fueron rescatados con vida a 220 kilómetros al sur de la isla italiana de Lampedusa, sacudió ayer a una Europa que no consigue articular un plan para contener esas tragedias.

“El balance parcial de la guardia costera italiana indicó que 624 personas murieron y otras 28 sobrevivieron, algunos de los cuales contaron que el barco que se hundió a 130 km de las costas libias llevaba unas 700 personas. Pero un sobreviviente oriundo de Bangladesh declaró ante la Fiscalía de Catania que había 950 personas a bordo, de los cuales 45 eran niños y 200 mujeres, según medios locales”.

Pero mientras en el Mediterráneo los migrantes hallan asilo en el fondo marino, cálido y silencioso, entre corales afilados y medusas flotantes, en México, hay un naufragio en la tierra:

“Una caravana de unos 300 migrantes indocumentados llegó a la Basílica de Guadalupe para pedir el cese del “Programa Frontera Sur”, que reforzó la seguridad para impedir la migración y acentuó la violencia.

“El Viacrucis Migrante consiguió superar el miércoles un operativo policial que trataba de impedir que los migrantes avanzaran de Oaxaca hacia la capital mexicana. El padre Alejandro Solalinde, quien encabeza el Viacrucis Migrante, iniciado el 24 de marzo en la frontera Sur de México, presentó una queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) por el operativo”.

Ya quedará para ocasión posterior el análisis del aprovechamiento político de estas movilizaciones, la naturaleza de sus apoyos, la indagación sobre sus respaldos  financieros o cualquiera otra consideración.

Ahora sólo valdría ver las dimensiones de la real desgracia  y la indomable y universal necesidad de migrar.

No es el hombre mineral ni árbol para quedarse arraigado o quieto en el lugar donde ha nacido. La libertad es movimiento, la vida es cambio y el mundo no debería volverse tan ajeno ni tan estrecho. No podemos reducirlo todo a la selección entre dos horrores, la persecución o el naufragio.

Pero en ese sentido todos somos estamos a la deriva en medio del mar.

Quizá la vida entera, la vida humana, no sea sino el interminable naufragio de la realidad.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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