El premio  “Belisario Domínguez”, conferido a la señora Rosario Ibarra de Piedra, quien fatigó su vida en la infructuosa búsqueda con vida de su hijo Jesús Piedra Ibarra, o en el peor de los casos de sus restos mortales para darles sepultura y llanto, nos remite a un punto ciego en la interminable persecución de la justicia, sobre todo en cuanto a la grave violación de los Derechos Humanos conocida como “Desaparición forzada”, la cual no es sino un secuestro prolongado o un destino incierto, generado o cometido o tolerado,  por agentes del poder. O del gobierno.

Si hemos de ser realistas, todos sabemos cual fue el destino triste de ese joven guerrillero. Fue detenido, torturado, quizá; asesinado y pulverizado. O lo tiraron al mar o a una barranca o a un horno. Extinguido, pues.

A pesar de la gravedad de sus delitos  —de lo cual no tenemos prueba pues jamás fue juzgado por sus acciones—, merecía un juicio. 

Y aun si hubiera sido culpable, habría quedado en libertad pocos  años después de su  participación en los hechos,  en los cuales murió Eugenio Garza Sada, gracias a una oportuna Ley de Amnistía, precursora de la actual apertura, por cuya puerta giratoria se libera hasta a quienes cometieron en Iguala, crímenes similares contra los estudiantes de Ayotzinapa.

En el caso de Jesús Piedra queda claro el autor de su desaparición y muerte: el Estado. 

En los otros casos éste es un cómplice por negligencia o su escasa capacidad para deslindar los niveles de participación, encubrimiento u omisión. 

Pero la naturaleza de las cosas es igual: se trata de un caso simbólico, a más no poder, de una desaparición forzada y también de otro caso emblemático de lucha materna por iluminar un panorama deliberadamente oscuro.

Muchos han usado el titulo de Gorki (ese  títere involuntario o voluntario de Stalin), para referirse  a la señora Ibarra de Piedra: Madre coraje.

Pero ese coraje —del cual fuimos testigos en muchas ocasiones, una de ellas afuera de la casa de Luis Echeverría en San Jerónimo, frente a cuyo portón, toda vestida de negro y con el retrato de su hijo colgado del pecho, la mujer exigía justicia,con otras madres de desaparecidos durante la “Guerra sucia”—   ya no le permitía  a su cuerpo mermado por la edad my la lucha, acudir a recoger un premio. 

Por eso tuvo el gesto simbólico de pedirle a su amigo,el Señor Presidente ( a él le ajustó la banda presidencial cuando fue auto-investido “presidente legítimo” en  el 2006), la custodia de la medalla con la efigie del senador Belisario Domínguez, asesinado por la dictadura por un discurso ni siquiera pronunciado, pero difundido profusamente por la acongojada ciudad de los golpistas de 1913.

El ataque contra Madero sí fue un  golpe de Estado —si se permite la digresión—, no como las fraudulentas invocaciones del enquistado dictador boliviano, Evo Morales, quien  por cierto, fue investido (2010) como fuerza inspiradora de los indígenas mexicanos, durante una visita en la cual Marcelo Ebrard, el actual canciller, lo colmó de honores y distinciones, incluyendo las llaves de la capital y una guardia de honor en el monumento a Benito Juárez, a quien Evo llamó el primer presidente indio de América Latina. Y él, el segundo. ¡Qué mamón!

Pero de vuelta a la señora Ibarra y la medalla, cuya custodia (custodia es también un término litúrgico de la SMI, empleado para el resguardo del santísimo sacramento), le fue encomendada al Señor Presidente:

«No quiero que mi lucha —dijo RIP, en voz de un hija Claudia—, quede inconclusa, es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos hijos y familiares y con la certeza de que la justicia los ha protegido con su velo protector”.

Ante eso el Señor Presidente dijo:

“…Sí me impactó bastante lo que decidió de entregarme la medalla y que se la devuelva, me dice, cuando se conozca la verdad sobre el paradero de los desaparecidos”.

Y no es por echar a perder  tan entrañables momentos en los cuales se mezclan los afectos y la política ni por dudar de la sincera oferta del Ejecutivo de actuar en favor del hallazgo de los 40 mil desaparecidos, pero eso no se va a poder. 

Lo saben todos, hasta quienes ayer en el senado eran examinados para el cargo de “Ombudsperson”. 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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