En agosto del 2019, severo y malhumorado por divergencias internas, el PEUM, líder indiscutible del Movimiento de Regeneración Nacional, les advirtió a sus súbditos (o correligionarios, como se quiera decir), si el partido en cuya fundación participé se echa a perder, me voy y además me llevo el  nombre.

Esa advertencia, pronunciada en los momentos de mayor euforia tras el triunfo arrollador de un partido cuya juventud contrastaba por entonces con su casi absoluto dominio nacional, como no se veía desde los tiempos más exitosos del PRI (todo se consiguió en un lustro y medio), no correspondía con las dimensiones del éxito.

Nadie adivinaba –aunque la tradición rupturista y pugnaz de la izquierda lo hiciera suponer a largo plazo–, las grietas ahora visibles. Sólo era posible un diagnóstico desde dentro. Y más notable aún si lo plantea el ingeniero de toda esa poderosa maquinaria.

Morena, es una marca política exclusiva, propiedad del presidente y su retiro significaría también la retención de la marca en sus manos. Ya no para fundar una nueva organización (en ese tiempo todavía no pensaba en su  testamento ni estaba seguro de su retiro definitivo al finalizar el periodo presidencial), sino para conservar su creatura, así fuera en una vitrina en su casa de Palenque. Un asunto de “branding”, como dirían los mercadólogos de la política.


Te recomendamos:


Hoy Morena se mueve en mares agitados. Tanto como para conferir al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, –con todo descaro– responsabilidad de apaciguamiento y mensajería. Al menos eso hizo durante la plenaria recientemente concluida en el Senado.

Esa intervención y la mezcla de sus responsabilidades en la gobernabilidad nacional con la esquiva disciplina del Partido (eso le debería corresponder a Mario Delgado) tuvo, obviamente, como motivo, la disidencia de un grupo nutrido de senadores contra la comisión creada para investigar la conducta del gobernador de Veracruz. 

Ricardo Monreal y Dante Delgado –furiosos por la captura abusiva de Juan Manuel del Río Virgen–, hicieron una maquinaria para poner contra la pared a Cuitláhuac García, y el presidente, representado por el incondicional Adán Augusto, los puso quietos a ambos.

La comisión sufrió “muerte de cuna”.

Pero eso muestra apenas una de las muchas turbulencias de Morena. Otras guardan relación con las candidaturas y el rosario de quejas. La moda de la paridad ha creado más problemas de los imaginables. Ni ha resuelto favorablemente el asunto del reparto igualitario de las oportunidades entre hombres y mujeres, y ha dejado resentidos con faldas y pantalones por todas partes.

Los casos más notables se dan en Durango y en Oaxaca. En el primer estado se queja un señor (Enríquez) y en el segundo, una señora (Harp).

Y en medio de todo eso (y no son los únicos casos) se muestra la incompetencia del presidente del Partido, Mario Delgado quien no ata ni desata para controlar los primeros flamazos del incendio por venir. Por lo pronto los duranguenses le convierten la camioneta en omelette y le gritan lindeza y media, mientras él se muestra asustado e incapaz de sofocar las pequeñas rebeliones.

Por años se ha dicho: partido dividido; partido derrotado.

En esta ocasión parece difícil ver una derrota de Morena. La operación de un partido desde el gobierno casi siempre lleva victorias más o menos fáciles. Y en este caso los programas socio electorales deben funcionar porque para eso fueron hechos: para ganar elecciones, no para redimir a los miserables.

Por ahora guardemos estas palabras (AAL) para el futuro:

“…Construyamos los acuerdos aquí primero en lo interior, tengamos la fortaleza como grupo parlamentario, y eso va a sostener la autoridad moral para conseguir los votos que sean necesarios para que lleguen a buen puerto las iniciativas, sobre todo de estas tres reformas constitucionales”, la eléctrica, electoral y la relacionada con la Guardia Nacional”.

–¿Y luego?

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta