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Ya aparecían por allá por las serranías los peregrinos de cada año; los romeros de Hidalgo, Guanajuato y Querétaro por el norte a través de la sierra gorda; por la polvorienta Calzada Zaragoza y los cerros de Santa Catarina los poblanos, los veracruzanos; Oaxaqueños y tlaxcaltecas; venían por las frías cumbres del Cerro de las Cruces y La Cima los danzantes de Chalma; Metepec y Tianguistenco; los fieles de Toluca.

Todos venían como hacen cada año desde los comienzos de sus vidas, así como hicieron sus padres y sus abuelos y quién sabe cuántos más de generaciones anteriores; a ver a la Virgen, a pedirle a suplicarle, a llorar bajo su mirada, a mirar sus manos juntas en la última posibilidad de lograr la comprensión negada por el mundo.

¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.

Pero la muda imagen apenas brinda consuelo. La realidad es peor a cada paso y en cada tranco de la penitencia de los pobres y los desamparados aumenta la gravedad de la pregunta: ¿desde cuándo quedamos tan abandonados?

Pero mientras la fecha convoca al diálogo con la reina del cielo, los sacerdotes y la clerigalla se sienten halagados por saberse gobernados por uno de los suyos, por el orgulloso descendiente de un cristero heroico, quien acude a un homenaje en memoria de su padre, Luis Calderón Vega (al fin de su camino harto del PAN, por cierto) e hila en la rueca de la memoria casera:

“…porque efectivamente mi padre, de adolescente, a sus 14, o 15 años, 16, cuando más, efectivamente fue correo de Los Cristeros, y traía en una canasta de pan, relataba él; o de tortillas, precisamente aquí por la calzada, ahora Calzada Ventura Puente, que entonces era un camino de mulas… llevaba abajo, en el doble fondo de esa canasta, llevaba cartas, correspondencia de un correo, y en alguna ocasión cartuchos, a un grupo de Cristeros que estaban asentados en la Loma de Santa María.

“Y él narra con mucha emoción cómo alguna vez le sorprendió de frente un contingente de federales y entonces corrió a esconderse abajo del puente, de lo que es ahora el Río Grande, en realidad quizá era el otro cauce del río, ya no sé cómo cambiaría aquí, la orografía de los ríos.

“Pero se escondió abajo del puente; se metió en el agua, pecho a tierra digamos, o más bien pecho hacia arriba, porque tenía que respirar de alguna manera entre los tules, y ahí tuvo que estar, un buen rato; horas, porque el piquete de soldados se sentó ahí a almorzar y a descansar, y muchas horas después, finalmente, e incluso ya entrada la noche, se fue.

“A sus compañeros, a la célula a la que él pertenecía, finalmente, sí los atraparon y algunos murieron. Él narra que de los 10 que eran en la célula a la que él pertenecía, porque era un sistema en que no permitía la comunicación entre unos y otros para asegurar su supervivencia, sólo él sobrevivió, no fue atrapado”.

Recuerdos familiares emocionantes sin duda, páginas ya marchitas en el viejo libro de la leyenda casera, la saga familiar; palabras para contar a los nietos pero hoy dotadas de una nueva relevancia por tratase de quién recuerda, quién evoca, quién le da tonos de gesta a episodios de la guerrilla y el crucifijo.

Pero estos lagoteos del panismo michoacano y también del sectetarioo de Educación Pública quien se esfuerza en presentar a Don Luis com o una especie de Juan Rulfo de la Cristaiada, ser presentyan en tiempos en los cuales la nación se mete de nuevom en la ya interminable disputa por la laicidad del Estado.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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