Lo único real es el desafío, la amenaza cumplida, el sabotaje en pleno después de casi siete años de presencia federal en un estado cuyos problemas van de más a más y nunca de menos a más ni de más a menos.
La catástrofe michoacana se ha anunciado muchas veces. En varias, graves, ocasiones la desgracia se presentó con sus ropajes sangrientos, y la respuesta del gobierno fue la misma: un interminable rosario de explicaciones, disculpas, acciones aparentemente punitivas, aumento de las fuerzas federales, promesas, quejas, lamentos, esperanzas y… nada más.
Si queremos extender una cortina para cubrir los momentos más dramáticos de todo este desconcierto, de esta falta de gobierno, de este descontrol absoluto en el cual Michoacán ya no es un estado fallido, sino un estado perdido, vayamos de las granadas del septiembre negro (2008) a los actos terroristas de la madrugada del domingo.
El caso michoacano exhibe y confirma un error de origen sobre cuya incidencia ya no tiene ni siquiera caso insistir. La legitimación del gobierno electoralmente cuestionado de Felipe Calderón y su búsqueda de respaldo en el gobierno de Estados Unidos para consolidar una posición ante la fuerza entonces amenazadora de la izquierda furiosa, mediante una guerra contra el narcotráfico cuyos efectos fueron insuficientes para México, pero altamente rentables para el gobierno del norte, generó un aumento inusitado de la violencia.
En todas partes del mundo existen el crimen vulgar, el delito callejero, la delincuencia profesional, las bandas organizadas y la alta escuela criminal asociada con movimientos políticos, pero no en todas partes del mundo se viven en esta mortandad tan espantosa de cientos de miles de cadáveres en espera del Día de Muertos y las flores amarillas todo el año.
En el caso más reciente de terrorismo asociado con el crimen organizado, lo cual viene a ser la más explosiva de las mezclas, tuvo una orquestación verdaderamente profesional. Todo ocurrió en un lapso de dos horas abarcó casi la geografía completa del estado, tanto por los ataques al sistemas eléctrico como a los servicios de distribución de combustibles aun en la misma capital.
El sabotaje eléctrico, en subestaciones y líneas de conducción, afectó a casi medio millón de personas. No importa lo rápido como lo haya restablecido la CFE de cuya capacidad nadie duda. Lo grave es el hecho previo, sin el cual no hubiera sido necesario restablecer nada en Buenavista Tomatlán, Tepalcatepec, Aguililla, Apatzingán, Sahuayo, La Piedad, Zinapécuaro, Uruapan, Zamora, Ciudad Hidalgo y Tuxpan y en menor grado Morelia.
El prudente manejo de la información gubernamental no inhibe la naturaleza del hecho como tampoco las ofertas de investigación de la Procuraduría General de la República. Por desgracia para quienes los hacen, la historia de la humanidad no se escribe con los boletines oficiales.
Lo único real es el desafío, la amenaza cumplida, el sabotaje en pleno después de casi siete años de presencia federal en un estado cuyos problemas van de más a más y nunca de menos a más ni de más a menos.
Lo ingredientes de esta simultaneidad terrorista son variados y algunos hasta cómicos: un gobernador enfermo cuya salud aparentemente recuperada obliga a desplazar a un interino cuyo corazoncito (como el de Juanito) ya se había acostumbrado a la silla del Palacio de Gobierno, así esto no sea sino un eufemismo en un estado perdido, tan grave como un estado fallido.
Pocas horas antes de los ataques terroristas cuya precisión nos recuerda los realizados por el EPR durante los años del “calderonato” cuando los guerrilleros querían obligar a base de bombazos contra oleoductos y gasoductos a la presentación de dos de sus camaradas perdidos, desaparecidos o muertos en Oaxaca.
Estos sabotajes dominicales –ocurridos poco después de un enfrentamiento a tiros contra las “Autodefensas”— nos deberían poner a considerar si siete años de vacas flacas en cuanto a la contabilidad militar y policiaca en Michoacán son asunto menor o exhiben por su sola y recurrente contundencia el fracaso de toda una estrategia nacional en contra de… ya no sabemos.
¿Es éste un asunto nada más de narcotraficantes? ¿Es cosa de Templarios y Familias? Nadie lo sabe, o quien lo sabe no lo puede remediar. Y tampoco lo quiere decir.
Las cosas parecen haber ido demasiado lejos para atribuírselas nada más a cárteles de mariguaneros, fabricantes de anfetaminas y distribuidores de éxtasis o coca. En la penumbra de la información, fragmentada, confusa y difusa, se aprecian otras manos mucho más poderosas, comprometidas con la desestabilización del Estado y la abolición de un régimen supuestamente democrático incapaz de defender sus conquistas.
Y si a eso se le agrega la crónica ineptitud de la clase política local, pues Dios nos halle confesados, primero a ellos y después a todos los habitantes de este país.
Michoacán ya es, para todos los fines prácticos, de inversión convivencia, actividad comercial e industrial, un estado perdido.
TOROS
¿Dónde tendría la cabeza la señorita Carolina, ayudante de Heriberto Murrieta en la transmisión de la corrida inaugural de la Plaza México, cuando agradeció la oportunidad de compartir el cuarto, cuando quiso decir, el “cuadro”?
Hay, don Sigmund, ¿cómo era aquello se los “actos fallidos”?
Por cierto, ¿habrase visto falta de respeto mayor al paseíllo del ya dicho festejo? Los toreros caminaron cuando todavía estaba en el ruedo una camioneta de la cual se había bajado el inmortal Paco Camino. ¿No la podrían haber retirado antes de escuchar el Cielo Andaluz?
Pobre fiesta, sin misterio, sin dogma, sin liturgia y… sin toros.