Un texto de la sobreviviente a intento de feminicidio realizado en agosto de 2019. El autor, su pareja, intentó asfixiarla en su propia casa y ha tenido todas las ventajas legales (amparos, impugnaciones, prolongación de periodos de prueba) e ilegales (fuga durante el proceso) y ahora intenta impugnar nuevamente la acusación ante el mismo magistrado que ya lo liberó una vez

Por Fabiola Pozadas

Esa era la segunda vez que lo intentaba, la primera fue 21 días antes, puso ambas manos en mi cuello y aunque aquella vez desistió, dejó marcas, seguramente por ello la segunda vez utilizó una técnica que deja menos huellas: asfixia por sofocación: tapó mi nariz y boca.

Sólo tenía 6 meses de conocerlo pero supo ganarse mi confianza. Sus técnicas de manipulación llegaron hasta el punto de fingir una convulsión y una enfermedad para obtener hospedaje en mi casa. Me costó mucho tiempo entender que la persona que intentó asfixiarme y al que yo veía como un hombre cabal, en realidad era un delincuente con experiencia, extorsionador, traficante y falsificador de arte, con aires de buen partido, algo muy parecido a “el estafador de Tinder” adicionado con el perfil de un asesino consumado.

A pesar de las trabas institucionales inicié mi denuncia y ésta fue enviada rápidamente al archivo rodeada de peritajes sospechosos, además del hecho extraño de que el vehículo  policial aquella noche que salvé mi vida saltando por los techos de las casas, no fue identificada nunca.

Un año y 3 meses después, es él, el agresor, quien decide iniciar una denuncia penal en mi contra, argumentando que fui yo quien lo violentó. Esta vez fue claro en su declaración: quería una fuerte suma de dinero como reparación de daño.

Para volver a sobrevivir, inicié una campaña en redes y en medios. La autoridad se vio obligada a retomar mi denuncia. Dos meses después, el agresor fue vinculado a proceso pero erróneamente, los hechos se redujeron a “violencia familiar” ya que el perito en criminalística no tomó en cuenta las llagas que presenté en la boca: mis propios dientes me cortaron por la presión que ejerció con sus manos sobre mi cara.

El asunto quedó claro hasta que un perito independiente hizo una reconstrucción de hechos a base de planos. La información que se presentó era concisa: el asesino me inmovilizó sobre un sillón colocando sus rodillas en mis brazos y sus pies en mis muslos para impedir que yo pudiera defenderme y poder asfixiarme cubriendo mi boca y mi nariz con sus manos. Un método muy parecido al llamado “burking” en donde el homicida aplica presión en el tórax para impedir la respiración además de cubrir nariz y boca.

La investigación complementaria se volvió muy tensa, hasta alcanzar niveles absurdos. Para la realización del último peritaje autorizado por un juez, la defensa robó información de la carpeta y extrajo el nombre del perito recién designado. El MP en turno documentó este acto.

Aún con todos los recursos promovidos por la defensa, con la nueva información el delito sería reclasificado a través de la acusación del MP, a “feminicidio en grado de tentativa”, pero unos pocos días antes de que esto sucediera, el agresor fue liberado por un recurso de apelación que resolvió el magistrado Salvador Ávalos Sandoval, de la quinta sala penal.

Nadie me informó de la liberación de mi agresor, sólo lo supe de manera extra oficial después de que él ya llevaba un día en libertad, lo que puso en riesgo mi integridad y sin considerar que a lo largo de todo este proceso nunca dejé de recibir amenazas. Cuando él me denunció era una amenaza, estando él en la cárcel recibía amenazas: de la familia que trataba de intimidar, de él mismo que estaba recluido. Cuando lo liberaron no fue diferente y por una nueva amenaza que recibí vía telefónica un juez de control reanudó el proceso, pero él ya estaba libre, y como era obvio, no volvió a presentarse para ponerse a disposición de la autoridad. Se había fugado.

Un año y cuatro meses pasaron para que mi atacante fuera reaprehendido.

Hoy se encuentra preso en el reclusorio Oriente, haciendo uso de todos los recursos que le alcancen: una nueva apelación que nuevamente radica en la quinta sala penal (esa misma que lo liberó) y dos amparos radicados en el juzgado décimo cuarto de amparo.

Esto empezó como un simple noviazgo de muy corta duración que casi acaba con mi vida y hoy se ha convertido en el descubrimiento de una red de delincuencia donde prestamistas, casas de empeño, prestanombres, clientes y traficantes están relacionadas.

Por ahora, ni siquiera ha iniciado el juicio propiamente dicho contra quien intentó matarme. Así, es, hoy a tres años y medio de la agresión, con mi vida paralizada y con miedo de lo que los nexos de mi agresor puedan generar, ni siquiera ha iniciado el juicio propiamente dicho contra quien intentó matarme.