En verdad resulta conmovedor mirar esas escenas: los mexicanos al pie de una escalerilla de aeropuerto, cerca del gordo y gris avión de nuestra H. Fuerza Aérea Mexicana, con la bandera nacional a todo despliegue junto al pendón rumano, en una misión de rescate de compatriotas cuyo destino los puso en medio de la invasión rusa en Ucrania, pero cuya suerte de haber nacido en estas tierras de águilas y nopales (águilas ya no quedan pero nopales unos cuantos), les asegura la protección del largo y fraterno brazo humanitario de nuestro solidario gobierno, porque no es posible dejar a nadie atrás, como decían los viejos generales de sus tropas, dicho a veces atribuido a Napoléon y en otras a Julio César, pero vaya usted a saber si tiene sentido inducir la palabrería belicosa en asuntos de civiles atrapados en un conflicto abusivo como este gran zarpazo del oso ruso contra los ucranianos, quienes ahora si van a tener un pretexto real para adherirse al pacto del Atlántico del Norte, asunto precisamente por el cual Vladimir Putin se puso bravo y cometió el más grave error posible para un hombre de acción política con intenciones de hacer historia, no darse cuenta de estar cometiendo un error, pues así son los ojos de la vanidad y el extremismo, no sirven para ver, sólo sirven para distorsionar los hechos y creer en una realidad cuando el mundo exhibe otras cosas, pero ahora ya le queda a Putin tiempo para lamentarse si su escalada militar fracasa, como es posible advertirlo ahora cuando se ha quedado tan solo como la luna, enrrabietado, y –me imagino yo–, medio frustrado, mientras en esta tierra nuestra todo es satisfacción porque hemos dado una muestra de rapidez y eficacia patriótica inusitadas y gracias a los buenos oficios de don Marcelo Ebrard, a veces canciller nada más, quien a veces junto con esa responsabilidad desemepa con atingencia la dirección de Aerovías Morena, línea aérea de una auténtica fuerza de rescate para los vivos, los muertos y los desplazados, pues lo mismo sirve “Aeromorena”, para rescatar a Evo Morales después de sus quebrantos paceños en su frustrada reelección como para recuperar de las garras de su horripilante familia las cenizas del príncipe de la canción, el gran José José y para evitar críticas por la frivolidad musical en torno del ídolo cantor, ahora se emprende un largo viaje hasta Bucarest (no es posible llegar a la zona de guerra directamente) y rescatar a los mexicanos cuyo deseo sea volver a la patria y escapar de los cascos y coces del potro de la guerra cuyo galope feroz ha cruzado Rusia y se adentra a las tierras ucranianas, y eso es plausible, digno de elogio, de necesario aplauso porque no cualquiera tiene ese sentimiento de fraternidad asociado al patriotismo, tan acendrado como para usar los aviones proscritos para uso de funcionarios ricos en medio de las carencias del pueblo pobre, en favor de la salvación de nuestros connacionales, por eso hemos cruzado los cielos y el Atlántico entero y la mitad de Europa y hemos llegado a Bucarest con nuestras banderas, nuestros periodistas, quienes van a atestiguar el histórico momento y ya nada más esperamos la formación del grupo a cuyos afortunados devolveremos al seno de la patria, donde ya los esperan las flores y los mariachis y la música, porque como México no hay dos y nadie podrá contra nosotros si estamos determinados, decididos y resueltos a cruzar el mundo para rescatar si así fuera necesario a uno de solo de los nuestros, y ya podríamos ir viendo si hacemos este mismo esfuerzo para crear alguna institución de apoyo a los otros desplazados, los interiores; los cientos de miles desplazados no por la guerra de Putin, sino por las muchas guerras nacionales entre narcotraficantes, cuya sangrienta actividad provoca el desarraigo de tantos.


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Author: Rafael Cardona

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